Lore[]
Conocerás la alegría
Serás un héroe
Y te transformarás en leyenda como lo hacen los grandes héroes
Lo único que pido a cambio por tantos tesoros
Eres tú
—El ciclo de Ashlesh: Capítulo diez, verso siete
Aguasturbias no es particularmente conocida por su gastronomía, por lo que el bar de Bill Ostras resulta un enigma interesante. Ubicado en una de las zonas de bolsillos más pobres, el establecimiento se hizo de una muy buena reputación gracias a la capacidad de Bill Ostras, propietario y celebridad local, de mantener el emprendimiento a flote.
Además del amor que el hombre ostra le profesa a los mariscos y a la narración de historias exageradas, también le gusta alquilar un cuarto extra arriba del restaurante para viajeros y vagabundos. Tal es el caso de su más reciente huésped: una guerrera asceta con pocas pertenencias y una sonrisa incesante de oreja a oreja, quien acaba de patear a Malcolm Graves a través de la pared del comedor.
—¡Ni siquiera hice nada!—, gime Graves, cambiando el palillo al otro lado de su boca. —Tú buscas a uno de los otros. A Senna, tal vez. O a
Rango—.
—Tu falta de previsión ahora amenaza a millones de inocentes, Malcolm Graves—, replica una voz alegre de acento desconocido. —Tengo algunas preguntas sobre el regalito que dejaste en mis costas. Viego de
Camavor—.
La dueña de la voz se mueve con determinación a través de la nube de polvo y los escombros, su espada látigo líquida se suspende en un arco brillante a su alrededor. Cada paso ilumina el sucio restaurante mientras índigos brillantes y motas doradas proyectan extrañas sombras danzantes sobre todo el lugar. El cabello negro desordenado enmarca una cara delgada y ojos violetas, todo ello destacado por una expresión extrañamente exuberante, mientras que a su lado descansa una esfera brillante sostenida por dos manos hechas con un metal extraño. Ella es Nilah, y Graves ha estado tratando de evadirla por semanas.
No le salió muy bien.
Nilah llegó a Aguasturbias aparentemente de la noche a la mañana y su presencia arqueó de inmediato las cejas de toda la ciudad: desde su curioso hábito de recitar textualmente varios pasajes a lo largo del día (siempre haciendo gestos complicados con las manos) hasta su extraña armadura con motivos de siete manos, forjada en un metal perlado que nadie pudo reconocer; o su insistencia en que era oriunda de Kathkan, aunque hacía más de setecientos años que un kathkani de pura sangre no había pisado Valoran.
Luego empezó a asesinar serpientes marinas… de cuarenta, cincuenta, sesenta brazas de largo. Cuando algún barco se veía en peligro, Nilah llegaba rápidamente al muelle y sobrevolaba la superficie del mar con una sonrisa amplia y serena; su esbelto cuerpo se lanzaba sobre los cuellos retorcidos de sus adversarios. A medida que los rumores sobre ella aumentaban, comenzó a preguntarles a los agradecidos marineros del puerto si sabían algo acerca de una supuesta orden de centinelas… y fue entonces cuando Graves empezó a correr.
Ahora que lo encontró, Nilah no parece feliz.
O más bien, no se comporta como si estuviera feliz. Parece desconcertantemente alegre con su amena e irrompible sonrisa, y su comportamiento y su voz rebosan de un optimismo forzado a todas horas, todos los días. Debido a su peculiar forma de ser, la mayoría de las personas no pueden interpretar sus intenciones (fuera de su necesidad patológica de enfrentarse a cosas realmente grandes) y eso hace que las conversaciones con la mujer sean difíciles de llevar.
—No sé nada sobre Viego—, miente Graves mientras busca su arma entre los escombros.
—Me parece que fuiste tú quien lo atrapó en Alovedra, ¿no es así?—. Nilah sonríe alegremente y da dos pasos más hacia adelante. Mueve las piernas siguiendo un curioso e ingenioso patrón, como una serpiente enroscada a punto de atacar. —No mientas. Tienes el tamaño de un hombre adulto. Matarte sería muy fácil—.
—No tan fácil—, resopla Graves, con Nuevo Destino finalmente en la mano. Ansioso por invertir los papeles, dispara tres balas directamente al torso de Nilah. O, al menos, eso es lo que él cree. Las balas parecen moverse alrededor de ella… O quizás ella se mueve alrededor de las balas. Es como si hubiese disparado su arma debajo del agua… un pensamiento que Graves encuentra inexplicablemente perturbador.
La sonrisa amplia de Nilah se curva en las comisuras de sus labios. Graves no sabe que Nilah es incapaz de sentir enojo, o cualquier otra emoción que no sea una alegría radiante… pero ella sabe que, en este momento, nada le gustaría más. Con un latigazo, le quita el arma de las manos y la arroja al otro lado del restaurante antes de partir en dos una mesa metálica cerca de la cabeza de él con un segundo golpe brutal de su espada látigo. Por un instante, Graves jura haber visto unas manos fantasmales azules que rodean a Nilah… aunque tal vez sea solo su imaginación. Ha recibido muchos golpes en la cabeza últimamente.
—Un armamento interesante—, reflexiona Nilah. —Imagino que funciona mejor contra oponentes más débiles—.
—¿Y eso en qué te convierte?—, escupe Graves furioso.
Pero Nilah no contesta. En cambio, guarda su arma dentro de la esfera, susurrando una breve oración que Graves no logra entender. —Me disculpo. Por tu estilo de combate me doy cuenta de que no eres el centinela que estoy buscando—.
—Ah, por Tommy Kench, ¿no se supone que eres una especie de heroína?—, grita Graves, sentado entre fragmentos de madera y metales retorcidos. —Depende del cristal con el que se mire, ¡yo también soy un héroe! Así que terminemos con esto, ¿quieres?—,
exhala Graves. —Maldición. Aunque... Excelente magia. Lo reconozco—.
Nilah profiere otra oración. Mueve las manos mientras pronuncia palabras en voz baja con una sonrisa siniestra en la oscuridad. —Gracias, Malcolm Graves. Renuncié a mucho para poder usarla—.
—Preferiría que me llamaras 'Graves—'.
—No lo haré—, responde Nilah. —El nombre completo alberga un gran poder, Malcolm Graves. Recuerda eso—.
—Si tú lo dices—. Graves mira por encima del hombro de Nilah. —Ustedes, los del fondo, ¿escuchan bien o quieren que hablemos más fuerte?—.
Justo en ese momento, una voz resuena desde la calle. —¡Vinimos a buscar a la asesina de serpientes!—.
Nilah se da vuelta para quedar cara a cara frente a media docena de mercenarios que se asoman por el agujero que ella hizo en la pared. Su vista se desvía hacia algo pálido y gigantesco que se mueve detrás de los hombres… Y se le paraliza el corazón. Era común que la persiguieran asesinos disgustados, pero nunca había visto a uno así antes.
—Soy yo—, responde Nilah con la atención puesta en la criatura. —¿Qué es lo que quieren, exactamente?—.
—Les estás causando muchas pérdidas a nuestros jefes. ¿Creíste que podrías inundar el mercado con serpientes de mar? Somos los dueños de esos muelles y de esos barcos, y a partir de ahora, ¡somos tus dueños!—.
—¿Qué es esa criatura?—, le pregunta Nilah a Graves, ignorando a los mercenarios.
—Un devorador de las profundidades—, murmura Graves. —Devoran fosas de anclas que se hunden en el lecho marino, por lo que desarrollan una preferencia por los humanos. Son crueles y realmente estúpidos, así que estos idiotas los arrastran y los sueltan contra personas que les caen mal—.
Los ojos de Nilah brillan de entusiasmo. —¿Qué tanto crecen?—.
—No sé. ¿Diez, quince remos de largo? Ese se ve bastante grande—.
—Interesante—, susurra ella. —Un enemigo digno—.
—¡Oye!—, grita un mercenario. —Cuando yo hablo, o me escuchas o mueres. ¿Entiendes lo que digo?—.
—Sí, creo que sí—, responde Nilah, hundiendo la mano en la esfera sobre su cadera. —Soy Nilah del Séptimo Velo. Que nuestra batalla resuene en la historia—.
Nilah azota su espada hacia adelante y el agua destellante forma dos puntas afiladas que cruzan el aire con un resplandor fantasmal. Claramente, los mercenarios esperaban cualquier cosa menos esto, y murmuran nerviosos mientras el arma cambia y se expande.
No lo saben, pero ninguno de ellos saldrá vivo de este encuentro. El Séptimo Velo no es solo un título, sino una orden mítica forjada para enfrentarse a oponentes de poder y tamaño inimaginables. Los asesinos autodidactas son simples piedritas en el camino al verdadero desafío y, esta noche, este supuesto —devorador de las profundidades— es el único enemigo digno: un isópodo gigante con rojizas escamas pálidas y fauces atemorizantes de dientes ensangrentados.
Nilah siente cómo una alegría voraz crece en lo más profundo de su ser.
Todo lo que sucede a continuación se vuelve borroso. Nilah salta por toda la habitación con increíble velocidad, hiriendo a sus oponentes modestos sin que se modifique ni un centímetro su sonrisa alegre e inmóvil. Cada latigazo de su espada se corresponde con la fuerza de una imponente ola marítima, pero el agua danzante es afilada y refinada como una piedra pulida. Nilah se desplaza entre golpes, hermosa y letal, al mismo tiempo que sus enemigos vuelan por los aires.
En cuestión de segundos, lo único que queda en pie es el devorador de las profundidades. Considerando que las palabras —diez remos— sugerían una bestia de proporciones mucho mayores, esta no está tan mal, ya que tiene más o menos el tamaño de un carromato. No es el oponente más interesante que Nilah se haya cruzado en la vida, pero aquí, en Aguasturbias, era algo de lo que sin dudas la gente hablaría. Recordarían esta victoria y eso era lo único que importaba.
Nilah se trepa al lomo de la bestia y su espada sin forma destella en el aire nocturno. —¡Bestia de las profundidades! ¡Que encuentres la alegría!—, exclama la guerrera y luego parte al monstruo por la mitad.
—Entonces, ¿por qué buscas a los centinelas?—, pregunta Graves, relegado a tener esta conversación o a terminar cortado en mil pedazos. —La mayoría de nosotros nos separamos. Y empeñé todas mis cosas, así que no podrás conseguir esas rocas mágicas ni nada que se le parezca—.
—Algún día, Viego de Camavor se liberará—, responde Nilah, ahora con una sonrisa amable en el rostro. Amistosa, incluso. —La magia que lo encarcela es heliana y se debilita con el tiempo. Mi pueblo corre un gravísimo peligro—.
—Oye, lo derrotamos una vez—, retruca Graves. —Es fuerte, pero seguro podremos hacerlo de nuevo—.
—La verdadera amenaza no es él, Malcolm Graves—, sentencia Nilah. —La ruina que provoca genera nueva magia en el mundo… un acto que pone frenéticos a los demonios. Es más que suficiente para agitar a sus primitivos antepasados—.
—Diez señores, olvidados hace mucho tiempo—, continúa ella, dando palmadas sobre la esfera en su cadera, —que por nada del mundo deben despertar—.
—¿Demonios, dices?—, pregunta Graves. —Tú no eres un demonio, ¿verdad?—.
—No—, ríe Nilah. —No del todo—.
La asceta hace otro gesto con la mano y recita algo para sus adentros. Mientras ella habla, Graves contempla la esfera de líquido prismático que parece llamarlo. Una sonrisa inconsciente se le dibuja en la comisura de los labios mientras una risa aguda y susurrante le resuena en los oídos. Pareciera como si las manos de metal estuvieran casi… ofreciéndosela.
—No mires tan de cerca—, advierte Nilah, y Graves vuelve a la realidad en un segundo. —La bestia siempre tiene hambre—.
Nilah da palmadas sobre su cadera. —Bueno, es tarde y me temo que ya no puedes responderme más preguntas. Me iré a mi cuarto—, dice con naturalidad mientras pasa por delante de un confundido Graves, cruza el comedor destrozado y sube por las escaleras del restaurante. —Si te topas con alguna monstruosidad importante, ven a buscarme y yo la mato. Si te topas con Bill Ostras, dile que me disculpe por los daños de esta noche—.
—Es lindo conocer a otro héroe, Malcolm Graves—.
Una puerta se cierra en el piso superior y la mujer desaparece.
Graves tira al suelo su palillo roto y mordido a causa de toda la emoción vivida. Se estira para tomar otro, pero no encuentra ninguno; en su lugar, contempla en silencio la calle donde se encuentran esparcidos seis cadáveres y las dos mitades de un piojo marino gigante.
—Los centinelas me arruinaron la vida—, dice al aire.
—Aunque no se puede negar que es bonita—.Referencias[]
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