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Historia corta

Una Enorme Pesca

Por Rayla Heide

Mi yordle, Norra, ronca entre las páginas de mi amigo Libro. Mi cola se mueve mientras docenas de mariposas nocturnas entran por la ventana abierta como linternas voladoras y yo salto alegremente por los aires, sin que me importe mucho si atrapo una. Brinco cada vez más alto, manoteándolas mientras revolotean a mi alrededor.

Lore[]

Mi yordle, Norra, ronca entre las páginas de mi amigo Libro Libro. Mi cola se mueve mientras docenas de mariposas nocturnas entran por la ventana abierta como linternas voladoras y yo salto alegremente por los aires, sin que me importe mucho si atrapo una. Brinco cada vez más alto, manoteándolas mientras revolotean a mi alrededor.

Una de ellas se dobla y se da la vuelta hacia su interior, aleteando, hasta que adquiere la forma de una caballa. A mi alrededor, las otras mariposas nocturnas giran en el aire, todas ellas transformándose en peces voladores. Delicioso... hasta que todo el mundo se pone patas arriba. Los libros caen en cascada desde sus estantes y aterrizan en el techo, emitiendo una docena de ruidos sordos. Mi Norra flota hacia arriba, todavía dormida. Los peces se sacuden hacia todos lados mientras caemos hacia arriba, arriba, arriba...

Me despierto, parpadeando somnolienta dentro de una caja de madera; la luz de la luna resplandece a través de los listones del contenedor. ¿Cómo ratones fue que llegué hasta aquí? Ah, sí. El sabroso hedor del pescado llega hasta mi nariz y recuerdo que estuve merodeando por las calles de  Aguasturbias hasta que encontré una caja de pescado seco, la cual devoré antes de quedarme profundamente dormida por tanto comer.

Antes de que pueda acomodarme de nuevo, mi estómago se sacude y caigo sobre mi costado. Sobre mí caen docenas de pescados secos (¡igual que en mi sueño!) y mi estómago ronronea.

Libro aletea en la esquina mientras trata de alejarse de los pescados que caen. Siempre insinúa que la comida es nociva para sus páginas. Pienso que los árboles secos mejorarían si olieran a pescado, pero Libro sabe mucho más sobre árboles secos que yo, así que mejor no discuto con él.

Echo un vistazo a través de las fisuras de los listones de madera. El suelo debajo de nosotros cruje y se mueve mientras que, a la distancia, la luz de la luna titila sobre la superficie del... ¡océano!

—Libro, ¡¿por quéééééé?!—. Lloro. —¡Las siestas nunca conducen a cosas malas!—.

Libro se abre y se cierra, exasperado. Ni a él ni a mí nos gusta el agua.

Comienzo a sentir pánico. Libro me susurra, recordándome que no tengo de qué preocuparme, pero es demasiado tarde. Araño y trepo desesperadamente contra la madera, y hago pedazos algunos de los pescados secos por accidente. Este océano está haciendo que destruya mi bocadillo preferido. ¡Es el peor tipo de agua! Agarro la cubierta de Libro y lo abro en un portal teñido de escarcha que nos llevará lejos de esta pesadilla mojada. Tenemos que huir a algún lado, adonde sea. Incluso a un sitio helado.

Estoy por saltar hacia el portal de Libro cuando escucho un grito que suena como campanas tintineantes y el arcoíris más brillante. Un grito que me pone los pelos de punta. El grito de un yordle.

Me asomo entre las rendijas de la caja y observo cómo dos marineros humanos arrastran a un yordle con pelaje azul hasta el borde de la bulliciosa cubierta del barco. Uno de ellos tiene bigotes negros, mientras que el otro es regordete; ambos están sonriendo. Se paran sobre pilas atadas de arpones, cañas de pescar, lanzas y carretes con un grueso hilo de pesca. Deben ser cazadores de monstruos de las profundidades.

—Este pequeñín nos va a conseguir un pez pelícano, ¿eh?—, dice el primer marinero.

—Escuché que a los peces más grandes les encanta la carne de yordle—, dice el marinero rechoncho. —Nunca la he probado. No hay muchos yordles en Aguasturbias—.

El yordle de pelaje azul chilla y lucha por liberarse. —¡No soy carnada!—, exclama, emitiendo un chillido con cada palabra. —¡Les ruego, por favor libérenme!—. Los marineros no ceden.

Toda la embarcación se tambalea cuando un golpe particularmente fuerte sacude mi caja. —Ah, ese debe de ser el pez. ¡Es hora de llenar nuestro barco con carne de pez pelícano!—, dice el primer marinero con una sonrisita. No me gusta esa mueca.

Una aleta inmensa rodea nuestra embarcación, alzando olas del tamaño de un león que se estrellan contra el costado del bote. Siento que Libro me jala. Sé que quiere que escapemos a través del portal para huir de las aguas malas antes de que alguien nos descubra, pero escucho gritar al yordle. Saco mi pata a través de las rendijas de la caja y abro el pestillo. No abandonaré a un yordle a su suerte. No tras haber perdido a mi Norra.

Los marineros observan cómo la aleta azota el agua. No se percatan de mi presencia cuando salto fuera de mi caja, como el tigre más silencioso, y los acecho por detrás.

El pobre yordle está atado a una larga caña de pescar que los marineros sacuden sobre el océano. El agua debajo de él burbujea y hace espuma. ¡¿Cómo puede ser que el agua siempre se mueva de las peores maneras?! Salto sobre la pila de arpones y Libro me sigue, volando a mi lado y ondeando nerviosamente sus páginas mientras se desplaza en el aire. Ellos nos ven.

—¿Es eso un mapache púrpura... con un libro volador?", pregunta uno de los marineros.

—Me parece que es un osezno con un diario—, dice el otro.

—No, tontos, solo es un gato—, dice una tercera voz. —¡Atrápenlo!—.

Los marineros se abalanzan sobre mí, pero yo me muevo rápidamente entre sus piernas. Desenredo una bobina de magia que da vueltas y se enreda alrededor de sus piernas. Tropiezan y caen como tazas desde el borde de una mesa.

Me poso sobre la baranda del barco, junto a la caña de pescar, sin saber qué hacer ahora. Las olas bajo nosotros se arremolinan y mis instintos de caza se activan: algo está por saltar.

—¡Desátame!—, grita el yordle, mientras se aferra a la caña de pescar. —No soy un trozo de carnada. ¡Esto es muy extraño y vergonzoso!—.

Afortunadamente para él, los peces no me dan miedo. Incluso si detesto el agua.

Salto sobre la caña de pescar. Cuando un gato salta, a veces el tiempo se ralentiza. Con mis patas abiertas como panqueques y el viento ondeando mi pelaje sobre las aguas terribles, estoy decidida a salvar a este yordle con todo lo que tengo. Además, una vez que saltas, ya no hay marcha atrás.

—¡No te preocupes, pequeño yordle azul!—, le grito. —¡Te tengo!—.

Mi destino y el del yordle se entrecruzan cuando aterrizo sobre su hombro, con Libro detrás de mí.

La caña de pescar se tambalea por nuestro peso. El pez más grande que jamás haya visto (del tamaño de un tercio del bote) emerge del mar con su boca abierta; cientos de dientes brillan bajo la luz de la luna. Su quijada se abre tan grande que podría tragarse a un par de vacas sin siquiera masticarlas. Incluso en la oscuridad, con mi lucecita, puedo ver que su piel está hecha de afiladas escamas plateadas y violeta.

El gigantesco pez pelícano nos traga enteros: al yordle, a Libro, a mí e incluso a un pedazo de la caña de pescar, con espacio de sobra.

Chocamos contra el paladar del pez cuando este vuelve al agua. ¡Es negro y huele a mariscos rancios! No obstante, antes de que pueda tragarnos, inflo un escudo mágico que nos envuelve, atascándonos en la aterciopelada garganta del pez. Enciendo de nuevo mi lucecita e ilumino unos dientes muy podridos que dan cuenta del horrible hedor. Al verlos, el yordle chilla. Un movimiento de látigo del pez nos lanza a los tres por todos lados, protegidos por la burbuja impermeable.

¡Qué manera más extraña de hacer nuevos amigos!

Trato de abrir a Libro para que los tres podamos escapar, pero el pez pelícano salta por los aires una vez más, lo cual nos apila dentro de la burbuja. Aterrizamos con un ruido sordo; el pez cayó sobre la cubierta del barco. Escuchó cómo gritan los marineros mientras el inmenso pez se mueve de un lado a otro, golpeándolos con su cola.

Escucho un chapoteo, luego otro y otro más. Seguramente los humanos cayeron al agua. Aún atorados en la garganta del pez pelícano, abro a Libro y encuentro un portal que resplandece con el verde oscuro de la  Ciudad de Bandle, el verde del hogar.

Agarro al yordle por la camisa con mis dientes y me sumerjo en la página. El portal se ensancha y damos vueltas hacia el reino espiritual, mareados y en medio de una espiral en un revoltijo de colores.

Emergemos, tosiendo, en las orillas de un arroyo poco profundo. Mis pulmones se llenan con el dulce aire de la Ciudad de Bandle, espeso y exuberante, como en mi sueño. Los grillos color azul zafiro trinan en el crepúsculo mientras el riachuelo gorgotea suavemente, lleno de peces, peces de tamaño normal.

Libro sacude sus páginas para secarse. El yordle de pelaje azul se pone de pie, goteando y temblando. —¿Qué fue eso? ¿Cómo... escapamos?—, pregunta. —¿Acaso el portal más cercano en Aguasturbias no está en los muelles?—.

—Por suerte para nosotros, Libro lleva consigo portales adonde sea que vamos—, digo. Libro da piruetas, revelando sus secas hojas hechas con pulpa de árbol, cada una de ellas con una inscripción de portales mágicos, delineados con tinta y pintura.

—Bueno, gracias a los dos por salvarme—, dice el yordle. Mira con curiosidad a Libro. —¿Ustedes también son de aquí?—.

—Sí, pero ya no vivimos aquí—, respondo. Miro a Libro con tristeza mientras pienso en nuestra dueña.

Libro se sacude. Sé que piensa que es momento de marcharnos.

—¿Sabes cómo llegar a casa desde aquí?—, le pregunto al yordle.

—Sí, sí, sobre la colina, más allá de los diques de cuencas. Conozco bien esta pradera. Y en verdad espero que encuentren a su yordle—, dice antes de marcharse.

Me quedo ahí por un momento, observando cómo el crepúsculo se convierte en amanecer. Observo de reojo cómo una mariposa nocturna se cierne en el horizonte y siento deseos de saltarle encima, pero después recuerdo que Norra aún sigue perdida, tal vez esperando a que la rescatemos en este preciso instante.

Le doy una palmadita a Libro con mi pata, sé que él también la extraña.

Después, lo abro en una nueva página y me sumerjo.

Referencias[]

  1. REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref