Lore[]
—Bien—, jadea Kai'Sa, mientras su mirada recorre la figura que se extiende en todas direcciones ante ella.
Las alas del monstruo se despliegan catorce metros en cada dirección, dominando todo su campo visual... y no habría podido apartar su mirada, aunque quisiera; media docena de brazos humanos sostenían su cabeza contra la pared. El volumen de la criatura continúa expandiéndose, envolviendo el océano de pesadilla al que llama hogar. Cada colmillo reluciente ahora tiene el tamaño de una persona adulta… y su tamaño seguía aumentando. Sus cuatro ojos de depredador se fijan en Kai'Sa con frialdad desapasionada. Quizá con hambre. A esta escala, es difícil saberlo.
La prefería con forma humana.
—Bien—, repitió. No podía mover su armadura, que se encontraba inmóvil y parecía estar completamente... ¿fascinada? El traje es un parásito, y una de las criaturas más vulgares que el Vacío puede engendrar. ¿Era siquiera capaz de sentir fascinación? Sea como fuere, su cuerpo está inmovilizado. A menos que algo cambie drásticamente, probablemente este sea el fin. Kai'Sa hace una lista mental de algunas maniobras desesperadas: disparar sus cañones traseros hacia la pared, dispararlos hacia la... ¿boca de esta cosa? ¿Mandíbulas? De pronto recuerda lo rápido que es el monstruo. Y cuán grande.
Rápido y grande. Fantástico.
Su intento desesperado podría no servir de mucho, y Kai'Sa definitivamente moriría. Pero al menos sería algo. Podría hacer que le costara.
—Mi verdadero yo te disgusta—, sentencia el monstruo con mucha calma. Su voz es tan fuerte que estremece todo el espacio, agrietando los mosaicos geométricos mientras miles de rémoras del Vacío brotan de entre las grietas. Es una voz que se curva y se contrae, susurra y grita. Las capas continúan sin parar, como un aria a una sola voz, sino millones.
Los ojos de Kai'Sa se abren de par en par al darse cuenta. Ahí es donde está toda la gente.
El Vacío había destrozado, en menos de una hora, la ahora muy antigua ciudad de Belveth. Kai'Sa no había llegado a tiempo, y la que en otro tiempo fue una bulliciosa metrópolis, había desaparecido. Todo. Todos. Los restos ahora se asemejaban a un resplandeciente cráter gigante de piezas destrozadas que se reordenaban en algo irreconociblemente extraño: las estructuras cambiaban como para recrear figuras de criaturas y figuras humanoides congeladas. Como un niño recreando una ciudad con juguetes.
¿Pero... dónde estaba la gente? ¿Los vastaya? ¿Los animales y los árboles? Se había abierto camino a través de la ciudad destrozada, adentrándose en el túnel del centro hacia la bahía despoblada, sin ver señales de nadie... solo los nuevos horrores engendrados por el Vacío, como tentáculos iridiscentes de más de un kilómetro de alto y masas que ella consideraba —masas de torsos gritando—. No tenía ningún sentido. Los vestigios de un ataque del Vacío nunca son una vista agradable, pero suele quedar algo.
Ahora Kai'Sa sabe por qué.
—Tú eres la ciudad—, le suelta a través de la resonante barrera de sonido. —Tú eres Belveth—.
—Sí—, responde Be'Veth, ondulando suavemente sus alas. Los componentes brutos de sus vidas fueron el génesis para mi nacimiento. Recuerdos. Emociones. Historias. Hay tanto de Belveth en mí como lo hubo en ellos. Y reclamo el título como mío—.
El titánico cuerpo de Bel'Veth se eriza. Los haces dorados salpican suavemente luz sobre su forma de mantarraya, enmarcando el falso sol del mar del Vacío como anillos de un mundo moribundo. La piel nueva respira mientras se extiende contra el facsímil de una corriente marina; las venas se iluminan brevemente antes de alejarse de la superficie del cuerpo del monstruo, cada una de alguna manera viva e independiente, como naciones en sí mismas. Cardúmenes de rémoras, decenas de miles, nadan alrededor de su emperatriz como pájaros que vuelan en círculos en la cima de una montaña distante. Es una vista hermosa, a su manera. Si el Vacío tuviera un dios, se vería exactamente así. Horroroso, monstruoso, y hermoso.
Kai'Sa está tan deslumbrada por la inmensidad de lo que está presenciando que no se da cuenta cuando los brazos en la pared no solo la dejan ir, sino que la bajan al suelo. Es difícil asimilar todo de una vez.
Eligió su propio nombre, piensa ella mientras quita instintivamente una mano del Vacío rezagada de su hombro. Es imposible.
Las entidades del Vacío no se nombran a sí mismas. La mayoría, como los xer'sai, deben su nombre a conceptos de la historia shurimana. Comúnmente por aquellos afortunados (o desafortunados) que lograron sobrevivir al encuentro con uno de los monstruos de las dunas. No tienen la capacidad mental para hacerlo, ni la consciencia. Pero más importante aún, las criaturas del Vacío no ven el valor de los nombres. Son una invención del mundo en que vivimos y ellos no los quieren.
Entonces, ¿por qué ella sí?
—Pelearé... contra ti—, declara Kai'Sa, desafiante aunque sin saber qué hacer ni dónde atacar. —Te mataré—.
—No lo harás—, responden las muchas voces de Bel'Veth. —Eres incapaz de resistirte hasta de la forma más básica. Otros han venido antes de ti, en un tiempo anterior a mi nacimiento. Cada uno de estos aspirantes a héroe empuñó armas que creyeron capaces de repeler al Vacío. Pero todos fueron consumidos al final. Los escasos fragmentos que quedaron, si es que quedó algo, sirvieron como sal para el Mar Lavanda. Solo dos siguen vivos, y de ellos, solo tú conservas tu mente intacta—.
—¿Dos?—.
—Tu padre y tú—.
Kai'Sa siente un espasmo en el pecho. La cabeza le da vueltas con violencia y está al borde del pánico, pero tiene que concentrarse en este momento. No se puede confiar en la emperatriz. Es una abominación viviente, la personificación del concepto de genocidio global e insensible.
—Mientes,— responde Kai'Sa con furia. —Es imposible—.
—Yo no miento, Kai'Sa—, continúa la emperatriz. —No tengo necesidad. El futuro triunfo del Vacío es una verdad absoluta e inmutable. No acepta mentiras, ni verdades a medias, ni preguntas. Abre tu mente y te lo mostraré—.
El espacio se encoge. El cuerpo gigantesco de Bel'Veth se contrae y se distorsiona para retraerse a una figura más pequeña y reconocible. Flota sin ruido alguno hacia abajo, cerniéndose sobre Kai'Sa mientras zarcillos y pedúnculos se reacomodan para formar la imitación de cabeza humana alargada y segmentada. Los dos rostros de Bel'Veth observan a su audiencia antes de envolverse con sus alas y aparecer una vez más como una mujer imponente de gran importancia.
Kai'Sa concluye que el encogimiento de la criatura es mucho más desagradable que su crecimiento. Carece de la dignidad y majestuosidad del leviatán, pero todavía se ve y se escucha originalmente grotesca.
—Estás viva porque yo te permito vivir—, masculla la emperatriz, y las palabras salen ahora de su cabeza humana con una voz grave, perpetuamente decepcionada. —Ya deberías haber llegado a esa conclusión—.
Kai'Sa quiere objetar, pero mira rápidamente la grieta de veinte metros de largo en el suelo, prueba del único golpe que recibió y que la hizo volar por los aires tan solo un momento atrás. Bel'Veth había atacado tan rápido que Kai'Sa no había tenido tiempo siquiera de procesar lo que estaba pasando, y luego la emperatriz había multiplicado sus proporciones a la décima potencia en menos de un minuto.
Además, presuntamente controla este pedazo de infierno ondulante; el llamado —Mar Lavanda— que la rodea. No es momento de discutir.
Kai'Sa hace algunos cálculos rápidos mientras sus ojos recorren como un rayo el lugar para intentar descifrar a qué se enfrenta. El rostro humano de Bel'Veth se ilumina con interés, sus labios se curvan y entonces comienza a imitarla.
Kai'Sa ya sabe que está perdida.
¿Cuán rápido puede pensar una persona? ¿Cuán rápido puede reaccionar? En comparación con toda esa biología humana combinada... Toda esa potencia mental. En el tiempo que le lleva a un táctico experimentado formular un plan, cientos de millones de posibilidades pasan por la mente de Bel'Veth en un solo segundo, ya que se nutre de los recuerdos robados de todo y todos los que alguna vez pasaron por la antigua ciudad: un número incalculable de vidas. Cada oponente cautivo que se hubiera enfrentado a un poderoso enemigo desde la creación de Runaterra podría entrar y salir de la consciencia sináptica de esta cosa, con sus emociones catalogadas, disecadas y contempladas con fascinación infinita antes incluso de que Kai'Sa pestañara.
—Entonces, ¿qué sigue?—, pregunta Kai'Sa.
¿Qué es una respuesta cuando tu oponente tiene mil?
—Me seguirás—, responde la emperatriz, girando y flotando a través de conjuntos de gruesos corales mutantes que se apartan con respeto a su paso. Kai'Sa hace una pausa para observar cómo su anfitriona se desliza silenciosamente por el caótico desorden de restos de edificios, extremidades fantasmales, semiobjetos cosidos entre ellos y estructuras nacaradas que se asemejan crudamente a seres humanos caminando por un jardín.
Genial, piensa. Incluso para el Vacío, esto es extraño.
—Puedes preguntarme lo que quieras—, agrega Bel'Veth. La última parte capta la atención de Kai'Sa.
—Bien. Bueno, primera pregunta… ¿Qué eres?—, interroga Kai'Sa, con su armadura ahora relajada y móvil, mientras sigue a Bel'Veth a una distancia prudencial. Ignora a un oso de peluche flotante fusionado con una docena de alas de gaviota que aletean y contiene el impulso de reírse cuando la criatura lucha contra su propio peso desbalanceado. —¿Qué es todo esto? ¿De qué parte del Vacío provienes?—.
—Yo soy el Vacío—, responde Bel'Veth. —Y esto es en lo que nos convertiremos—.
Kai'Sa tartamudea. —Pero dijiste que te crearon a partir de la gente. De la ciudad. ¿Dices que quieres convertirte en la ciudad?—.
—No—, dice Bel'Veth. —El Vacío ha existido por miles de años. Antes de que las estrellas se encendieran en la vacuidad más allá del mundo, nosotros simplemente existíamos. Perfectos, singulares y silenciosos. Y luego, vino el sonido.
La realidad nació de esos susurros y nos consumió. Su influencia nos retorció. Nos rompió. Nos transformó. No podíamos volver a lo que éramos sin importar cuánto lucháramos. Mis progenitores, los Vigilantes, intentaron invadir y destruir la existencia, pero en su lugar, fueron corrompidos por ella. Los impulsó a desear adoración, a obtener un mayor entendimiento…
—Y en un instante, fueron traicionados. Cambiar tan contundentemente… enteramente… solo para ser ignorados después. Esto los llenó de una ira indescifrable. Destruirían toda la realidad sin pensarlo dos veces—.
Bel'Veth se desliza hacia un acantilado con vista a un formidable abismo. En la distancia, Kai'Sa ve agujeros gigantescos más allá de la moteada luz solar falsa.
Túneles de criaturas del Vacío. Eso es lo que se está comiendo al pueblo de Taliyah, lo que destruyó Belveth y lo que brotó para tragarse la zona de carpas al sureste de Shurima. Todo lo que devora el Vacío termina aquí.
—Pero—, continúa Bel'Veth, —su metamorfosis estaba incompleta. Ahora es cuando comienza la verdadera transformación—, declara la emperatriz. —No quiero convertirme en una ciudad. Nosotros nos convertiremos en todos ustedes—.
Kai'Sa llega al borde del precipicio y ahoga un grito. Ella y Bel'Veth contemplan algo que no es del todo una ciudad, sino corales del Vacío con la forma de un tapiz extraño y aparentemente infinito de edificios invertidos de estilo shurimano. Cardúmenes de rémoras del Vacío nadan entre ellos y figuras oscuras se mueven a lo largo de las calles sinuosas y torcidas.
Nada está bien. Nada es correcto. Todo está a medio terminar, como si no hubiera suficiente información para continuar. Como si solo le faltara…
—No—, protesta Kai'Sa, casi para sus adentros. —El Vacío quiere erradicarlo todo. No puede existir. Para terminar esto, necesitarías tenerlo... todo—.
—Sí—, responde Bel'Veth. —Todo. Yo soy el Vacío. Beberé sorbo a sorbo tu mundo hasta que no quede nada. Y existiré, porque no hay nada que puedas hacer para detenerme—.
La emperatriz se gira hacia Kai'Sa con frialdad. Deliberadamente.
—Te ofrezco esto, Hija del Vacío. Tu mundo debe terminar para beneficio del mío. Pero para aquellos que vinieron antes que nosotros, los Vigilantes... soy una afrenta. La creación los quema, y te destruirán a ti, a mí y a todo para frenar ese dolor. Si escapan de su prisión, no habrá forma de romper su marea. El tiempo llegará a su fin y todas las cosas terminarán—.
Kai'Sa contempla los ojos falsos de Bel'Veth, con un creciente sentimiento de furia invadiéndola. —Quieres aniquilarnos. ¿En qué mundo te ayudaría a hacerlo?—.
—Ayúdame con la destrucción de los Vigilantes y entonces perdonaré a los de tu especie... por un tiempo. Un mes. Un año. O más. Tal vez, en ese tiempo, logres encontrar un arma que pueda matarme o un héroe que me enfrente. Sé que no lo harás... pero puedes intentarlo. Te ofrezco esta única oportunidad. Es más de lo que ellos te darán—.
La ira de Kai'Sa se desborda mientras Bel'Veth se vuelve para mirar hacia abajo, a su nuevo mundo que va tomando forma.
—¿Y qué pasa si me rehúso?—, gruñe Kai'Sa. —¿Si te mato aquí mismo?—.
—No puedes,— responde Bel'Veth. —No tienes la voluntad, el conocimiento, o la fuerza. Soy tu única salvación—.
La armadura de Kai'Sa vibra violentamente, los cañones se calientan mientras el traje se estremece con temor. Kai'Sa intenta controlarlo con sus pensamientos, pero el parásito aparentemente sabe algo que ella no. Intenta arrebatarle el control, sus ojos se posan en Bel'Veth solo por un momento para...
Ay, no.
La punta del ala de la emperatriz, afilada como un cuchillo, golpea a Kai'Sa en el pecho y la levanta del suelo mientras ella lucha por liberarse. Kai'Sa dispara con todo lo que tiene: una lluvia de misiles desciende sobre la emperatriz, proyectiles de energía púrpura silban alrededor su cuerpo y vigas de luz, que han partido a criaturas del Vacío menores por la mitad, danzan por toda su piel semitransparente.
Nada. No la afecta.
—Hija del Vacío. Encontrarás a los Vigilantes y confirmarás la verdad, o tu luz se extinguirá junto a todas las demás. Esto no es una amenaza; es mi promesa—.
Bel'Veth la libera, y Kai'Sa despega hacia el falso cielo que cubre el mar alienígena de la criatura. La ciudad gemela de lavanda brilla debajo, con sus ventanas resbaladizas por la bioluminiscencia y sus cosas desplomadas, sin forma y espantosas.
Mientras Kai'Sa atraviesa uno de los túneles del Vacío que desembocan en la luz cegadora del día, la emperatriz se da la vuelta y contempla una vez más su mundo de deseo.
Kai'Sa emerge de las arenas al sur de Shurima, cayendo con fuerza contra las dunas mientras jadea, todo su cuerpo golpeado y arrojado como una pelota de goma. Los restos brillantes de la ciudad de Belveth arden silenciosamente en la distancia, desprovista de cualquier tipo de vida reconocible, al tiempo que nuevas criaturas se escabullen en de ella y construyen la tierra que se extenderá por encima de todo... un cáncer que consumirá al mundo.
El paisaje entero es desconcertantemente espantoso, como si toda la realidad diera vueltas sin control en el viento.
Referencias[]
- REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref