Wiki League of Legends
Advertisement

EditarImagenReferencia

Historia corta

Problemas

Por Michael Yichao

Si había algo que Marcin hacía bien, era bajar la cabeza.

Lore[]

Si había algo que Marcin hacía bien, era bajar la cabeza.

Frente a él, una serie de voces alborotadas se entremezclaban con el repiqueteo de las jarras de metal y el chapoteo de la cerveza. De vez en cuando, alguien pedía a gritos una bebida y, tan pronto como sus monedas aterrizaban en la barra, un trago se deslizaba hacia sus manos expectantes. Su servicio, veloz y silencioso, lo hacía pasar desapercibido y, por lo tanto, alejado de cualquier problema.

Y siempre había problemas.

Podían tener varias formas. Un matón agresivo buscando pelea. Una transacción entre siluetas encapuchadas que terminó con un puñal atravesando una garganta. O, tal vez, de la manera más inesperada: una pequeña niña atravesando la pesada puerta de la taberna.

Marcin observó cómo la niña tarareaba y saltaba mientras avanzaba hacia la barra. La puerta se azotó detrás de ella, dejando entrar en la habitación una última ráfaga de aire invernal, mientras que el estruendoso bang capturó las últimas miradas que aún no la seguían, desconcertadas por su presencia.

La niña se sentó en un banco, su cabeza apenas se asomaba por encima del borde de la barra. Marcin contempló el cabello rojizo de la niña, el juguete raído que llevaba en su mano, el morral desgastado en la espalda y el vestido de manga corta que usaba, deshilachado y poco apropiado para la estación.

—¿Qué te ofrezco?—, preguntó.

La niña se puso de pie sobre el banco y dejó caer su juguete en el mostrador, mirando con atención las botellas en los estantes. Marcin se dio cuenta de que era un oso de peluche, el cual alguna vez estuvo bien cosido, pero desde siempre muy querido. Tras varios años de uso, las puntadas en sus extremidades eran visibles. En algún momento de su vida había perdido uno de sus ojos de botón.

—¿Podría darme un vaso de leche, por favor?—.

Marcin alzó una ceja, pero no dijo nada. Caminó hacia el final de la barra para tomar una jarra de cerámica.

—Es demasiado tarde para que estés sola afuera, ¿no lo crees?—, murmuró una voz profunda.

Marcin suspiró. Los problemas siempre atraían más problemas. Bajó la jarra del estante y miró de nuevo hacia la barra. Un hombre grande junto a la niña se había dado la vuelta para observarla desde arriba con su único ojo bueno. Sentada frente a él, la niña parecía una piedrita al pie de una montaña. Él era un montón de músculos atravesados por cicatrices. Las cuerdas, las cadenas y los ganchos atados a su cinturón, así como la gigantesca espada que colgaba a lo largo de su espalda, lo delataban como un cazarrecompensas.

La niña lo miró y le mostró una sonrisa. —No estoy sola. Tibbers está aquí conmigo. ¿No es así, Tibbers?—. Ella sostuvo al oso, radiante.

El cazarrecompensas soltó una carcajada. —Seguramente tus padres te echan de menos—.

La niña dejó caer sus brazos mientras bajaba y desviaba la mirada. —No lo creo—, respondió.

—Oh, pero yo sí lo creo. Pagarían una buena cantidad con tal de que vuelvas a casa segura, me imagino—. Marcin podía casi escuchar cómo las monedas tintineaban en la cabeza del cazarrecompensas, calculando la suma del premio que cobraría a cambio de regresarla.

—No pueden. Están muertos—. La niña se volvió a sentar en el banco mirando el ojo de botón de su oso.

El cazarrecompensas comenzó a hablar de nuevo, justo en el momento en que Marcin colocaba la taza sobre el mostrador con un ruido contundente.

—Tu leche—, dijo.

La niña se dio la vuelta y le sonrió, cambiando su ánimo taciturno.

—¡Gracias, señor!—.

Acomodó a su oso sobre la mesa y alcanzó su mochila. Marcin esperó, listo para aceptar cualquier moneda que ella le diera como pago.

No esperaba ver el monedero gigantesco que aterrizó con un repiqueteo.

Algunas monedas doradas rebotaron sobre el mostrador, una de ellas rodó hacia el borde. Marcin la detuvo en un acto reflejo: inmovilizó con un dedo la moneda fugitiva. Lentamente, la levantó de la barra, su peso y su textura la certificaban como una auténtica moneda acuñada en Noxus.

—¡Ups!—, rio la pequeña niña.

Marcin tragó saliva, su boca estaba seca de repente. Estiró su mano, esperando meter la moneda y el monedero de vuelta en el morral de la niña antes de que alguien más lo viera.

—Ese es un gran monedero para una gran niña pequeña—, gruñó ruidosamente el cazarrecompensas.

—Tibbers lo encontró—, respondió la niña.

El cazarrecompensas resopló. —¿Ah, sí?—.

—Era del hombre que me detuvo en el camino. Era un hombre muy malo—. La niña tomó un trago de su leche, concentrándose de nuevo en su oso.

—Qué mal...—. El cazarrecompensas se le acercó más, reclinándose sobre su banco y deslizando una mano hacia el monedero.

La niña lo miró con una sonrisa juguetona en su rostro.

—Tibbers se lo comió—.

Por un momento, el tiempo se detuvo. Entonces, la risa del cazarrecompensas resonó por todo el cuarto.

—Estoy seguro de que así fue—, rugió. Con su enorme mano, tomó el juguete por la cabeza y se lo arrebató a la niña. —Este grande y temible monstruo—.

—¡Suelta a Tibbers!—, gritó la niña, tratando de recuperar su oso. —¡No le gusta que le den tirones!—. El cazarrecompensas rio con más fuerza.

Marcin guardó en su bolsillo la moneda que tenía en la mano y se dio la vuelta, apartándose inadvertido hacia el fondo. Le hubiera gustado ayudar, pero no había sobrevivido por tanto tiempo por permanecer más de lo debido en esas situaciones.

La voz de la pequeña lo dejó helado.

—¡Dije... que sueltes... a Tibbers!—.

Las palabras retumbaron con ira en medio del escándalo. En contra de su mejor juicio, Marcin se detuvo y miró hacia atrás. La niña estaba de pie sobre la barra observando al cazarrecompensas con furia en sus ojos.

Entonces, el caos estalló.

Una llamarada de luz y una ráfaga de calor brotaron de la niña. Marcin alzó los brazos demasiado tarde, gritando de dolor. Se tropezó al retroceder y chocó contra los estantes que estaban atrás. Varias botellas se estrellaron a su alrededor mientras se escondía bajo la barra, maldiciendo su estúpida vacilación. Los gritos de los hombres y el sonido de la madera rompiéndose acentuaron el rugido creciente de las llamas. Un sonido gutural e inhumano reverberó a través del aire, haciéndolo temblar. Todavía medio ciego, Marcin se arrastró hacia donde esperaba que estuvieran las puertas de la cocina. A su alrededor, los gritos aumentaban. De pronto, cesaron con el sonido de una grieta que retorcía su estómago.

Por segunda vez en el día, Marcin dejó del lado todas sus habilidades perfeccionadas para evitar meterse en problemas y se asomó desde el borde de la barra.

Una bestia corpulenta emergió perfilada contra la luz del fuego. Como si fueran puntadas, hebras gruesas de tendones unían sus extremidades a su torso. De repente, Marcin se percató de que la bestia ardía, sin sufrir los estragos de las hambrientas llamas que bailaban a través de su pelaje. En sus garras sostenía en alto y por la cabeza la forma sangrienta y desplomada del cazarrecompensas: un mero muñeco de trapo en las gigantescas patas del monstruo.

Ante él, la pequeña niña estaba de pie, envuelta en fuego.

—Tienes razón, Tibbers—, dijo. —A él tampoco le gustaron los tirones—.

Horrorizado, Marcin miró a su alrededor. En toda la taberna había sillas volteadas y mesas en llamas que emitían un humo negro y espeso. El olor a sangre y a carne quemada penetraba su nariz y retorcía su estómago, pero Marcin contuvo la tos.

La bestia se dio la vuelta y lo miró.

Un gemido escapó de los labios de Marcin. Miró el abismo brillante de los ojos del oso y tragó saliva ante la certeza de su fin.

Un repiqueteo de risa provino del crujir de las llamas.

—No se preocupe—, dijo la pequeña niña, rodeando a la monstruosidad. —Usted le cae bien a Tibbers—.

Helado, Marcin observó cómo la niña saltó, rebotó y brincó a través de la taberna en llamas mientras la bestia se movía con pesadez detrás de ella. Vio cómo rompió y arrancó la pesada puerta de sus bisagras. Se quedó boquiabierto cuando la pequeña se dio la vuelta una última vez, con una sonrisa dulce en su rostro.

—Gracias por la leche, señor—.

Luego, la niña salió hacia la noche nevada, mientras la taberna se derrumbaba a sus espaldas.

Referencias[]

  1. REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref
Advertisement