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Historia corta

Pan de las Sombras Comido

Por Odin Austin Shafer

Xayah trepó entre el follaje de los árboles, esquivando los disparos provenientes de las murallas del templo.

Lore[]

Xayah trepó entre el follaje de los árboles, esquivando los disparos provenientes de las murallas del templo. Los humanos llamaban a sus armas —rifles Kashuri—. Eran letales. Se notaba que los guardias del pueblo eran guerreros entrenados, pero llegaron tarde. Muy tarde para herirla. Muy tarde para detener a los miembros de la tribu que ella comandaba, quienes ya habían trepado el templo antiguo y llegado hasta lo que custodiaba: un quinlon.

Se trataba de un círculo de cinco rocas gigantescas que orbitaban y giraban suspendidas en el aire. Como un gran custodio, contenía encantamientos antiguos que retenían y limitaban la magia natural de esta tierra.

De las piedras grises del quinlon colgaban una docena de cuerdas, atadas a picos que los vastaya de la tribu habían fundido y forjado. Los miembros de la tribu eran vastaya Kepthalla. Sus cuerpos también estaban recubiertos de plumas, como en la tribu de Xayah, pero tenían la cabeza alargada y de la coronilla les salían grandes cuernos.

Colgados de algunas de estas líneas, con sogas alrededor de la cintura, pendían los cuerpos de los caídos. Y en el suelo más abajo había más cadáveres. Una docena de compañeros que habían fallecido en sus intentos por llegar a la piedra, interceptados por los crueles misiles de los humanos. Por lo menos, su sacrificio había asegurado la línea que Xayah necesitaba.

Asintió con la cabeza hacia Rakan, su amante y compañero. Él le robó un beso cuando tomó el paquete que ella tenía en las manos. Luego, Rakan trepó hasta las copas de los árboles.

—¡Yujuuuuu!—, gritó de alegría mientras brincaba de árbol en árbol hasta saltar por los aires con una velocidad asombrosa.

El salto final sobrepasó la altura de la torre, una distancia mayor a doce hombres apilándose sobre los hombros de los otros, y todavía seguía ganando altura.

Xayah contuvo la respiración. Tantos habían muerto para llegar a este momento..., y temía que su compañero también corriera la misma suerte. Todo lucía tan brillante. La capa de Rakan destelló como el sol a través de las delgadas nubes de otoño. Las armas seguían su trayectoria. Estaban apuntando. Todo se resumía a esto, pero la energía de sus saltos comenzó a disminuir...

Encima de él, en una de las sogas, un Kepthalla se deslizó de su escondite hacia Rakan, pero este se estaba deteniendo. Entonces, las armas comenzaron a dispararle.

Era un plan absurdo, basado en un tonto número de circo que le había visto hacer a Rakan. Xayah sabía que no tendría que haberlo usado. Estaba poniendo la batalla, el destino de su tribu y la vida de su compañero en la suerte y el estado físico de Rakan. Sin dudas, era un guerrero y un acróbata, pero había demasiadas armas. Si fallaba, si dudaba, si se detenía, si se lastimaba...

El miembro de la tribu que colgaba de la piedra extendió las manos y Rakan las tomó, impulsándose hacia arriba y hacia adelante.

Finalmente, llegó donde estaba el quinlon. Trepó por la superficie casi vertical con su capa ondeando detrás de él de forma majestuosa. Y se estaba riendo. Se reía y se burlaba de los mortales que le disparaban.

—Maldito y hermoso desgraciado—, susurró Xayah con alegría. Sintió como sus manos se relajaban finalmente.

—¿Qué procede, líder de guerra?—, preguntó el diminuto mensajero cantor Kepthalla que estaba a su lado.

—¡Toca la retirada! Saca a todos de esa roca—, gritó Xayah.

El mensajero hizo sonar el cuerno que llevaba consigo. El peculiar sonido profundo y melancólico retumbó a través del bosque y llegó hasta las murallas del templo.

Los Kepthalla comenzaron a huir del quinlon. Bajaron en rapel, saltaron y rodaron antes de correr en dirección al bosque. Eran presa fácil para los tiradores humanos..., pero ellos no mordieron el anzuelo. Los mortales sabían que Rakan era el único objetivo que importaba. Pero ahora estaba solo.

Los disparos impactaban a su alrededor y dejaban pequeños agujeros en la piedra del quinlon. Cuando llegó a la cima, Rakan apoyó el paquete y luego miró alrededor, confundido. Miró a Xayah y se encogió de hombros.

—¡No, tonto!—, gritó Xayah. —¡Los cerillos! ¡Los palillos de fuego detrás de tu oreja!—. Pero sus palabras quedaron ahogadas por el sonido de los disparos en la distancia.

Xayah trepó hasta las copas de los árboles, exponiéndose a los tiradores, y se llevó la mano atrás de la oreja.

Las balas estallaban alrededor de él, salpicando pequeños fragmentos de metralla y polvo. Pero Rakan solo se cubría los ojos del resplandor de la tarde y miraba a Xayah. Al ver el gesto de ella, pareció recordar súbitamente el resto del plan.

Sacó un cerillo de entre las plumas detrás de su oreja. Lo encendió con la roca, se inclinó sobre el paquete y luego saltó.

Usó su capa para controlar la caída, planeando y deslizándose. De alguna manera, consiguió eludir todos los disparos que se dirigían a él. Era un guerrero bailarín y su verdadera destreza residía en anticipar lo que el enemigo haría después, incluso antes de que ellos pensaran en hacerlo.

Cayó entre las copas de los árboles, perdió el control por un momento, se estrelló contra una rama y, de alguna manera, dio una vuelta hacia atrás para aterrizar suavemente al lado de Xayah.

—¡Soy hermosura en movimiento!—, gritó triunfante. Le mostró el cerillo humeante a Xayah. —¿Todavía necesitamos este palillo de fuego?—.

—Ashai-rei—, maldijo Xayah frotándose la frente. —No, ya no necesitamos el cerillo—.

—¿Ahora qué?—, preguntó Rakan.

—¡Observen cómo una de las armas de los humanos, una bomba que usaron contra nuestro pueblo en Navori, destruye nuestra prisión!—, gritó Xayah, dirigiéndose no a Rakan sino a cada uno de los Kepthalla que se congregaron a su alrededor.

Solo había silencio... seguido de otra ronda de disparos proveniente del bosque.

—Rakan, ¿recordaste encender la mecha?—. Xayah se lo dijo con toda la calma que pudo reunir mientras se preguntaba, no por primera vez, por qué le confiaba estas cosas.

—¿Mecha?—, preguntó Rakan.

Pero antes de que Xayah pudiera gritar, se escuchó una explosión más adelante.

La piedra más grande del quinlon se hizo añicos. Era más grande que una casa y sus restos se estrellaron contra las otras piedras flotantes a su alrededor Luego, esas otras piedras dejaron de rotar y se quedaron quietas.

—Acerqué el palillo de fuego a un hilito—, dijo Rakan mientras las piedras restantes del quinlon comenzaron a estremecerse. Después, se precipitaron al suelo al unísono. La tierra tembló cuando chocaron con el valle y el monasterio debajo.

El quinlon gigante desapareció y los incontables siglos de magia reprimida ahora fluían libremente, como si una represa se hubiera derrumbado y liberado una corriente.

Alrededor de Xayah, el bosque brilló con una luz intensa. Los fuegos fatuos latían llenos de vida como diminutas estrellas. Amorfos seres de magia salvaje, llenos de la luz del reino espiritual, se desvanecían y volvían a aparecer alrededor de ella. Era glorioso.

Miró a Rakan y él le devolvió una sonrisa. Su capa resplandecía con tonos dorados y rojizos. Sus plumas estaban erizadas como las de un pavorreal. Mientras la magia crecía, unas marcas tenues de cuernos comenzaron a surgir en los pómulos de Rakan, pero él las desechó y prefirió oscurecerse el color del rostro para que hiciera juego con el de Xayah.

—Hay tanta magia que puedo sentirla. Puedo sentir cómo nos cambia—, dijo Xayah inhalando profundamente. Era como si por mucho tiempo hubiera tenido una gran barra de hierro presionándole el pecho, la garganta y la cabeza, y ahora finalmente se hubiera liberado de ella. Sus plumas se erizaron y se dio cuenta de que con solo pensarlo podía hacerlas cambiar fácilmente de color, forma y tamaño. Aunque la ola inicial de magia liberada estaba bajando, solo necesitó concentrarse por un segundo para elevarse por los aires, lejos del suelo.

—Nacimos aquí. En los confines de este mundo. Mitad espíritu, mitad forma—. Los Kepthalla se agruparon debajo de Xayah, y su voz se hizo más fuerte. —Luchamos por esto. Esta es la tierra de sus antepasados. Como era. Como debe ser—.

Xayah regresó al suelo flotando lentamente. Los miembros de la tribu a su alrededor, con las bocas abiertas de asombro, también se estaban transformando. Estimulados por la magia disponible repentinamente, vitorearon, rieron y gritaron de felicidad.

El mensajero cantor Kepthalla de Xayah (antes un enano tímido) la levantó sin previo aviso por la cintura y giraron juntos como un trompo. —¡Lo lograste!—, gritaba lleno de felicidad. —¡Lo lograste!—.

—Ahora debes defenderlo—, rio Xayah empujándolo con delicadeza para liberarse de su abrazo y alejarse flotando.

El mensajero, con el mínimo toque de magia a su alcance, transformó su cuerno. Ahora, el instrumento era más largo que un tigre y le habían salido una docena de tubos. Con él, tocó una canción tan alegre como abrumadora.

Detrás de Xayah, el bosque se movía. El sendero que habían usado para llegar allí, que giraba a la derecha y luego a la izquierda, ahora también giraba a la otra izquierda, hacia el reino espiritual. Un camino que llevaba a lugares antiguos, lugares más allá de los bosques... y que transformaría a cualquiera que lo transitara.

—¡Se abrió un camino antiguo!—. Xayah susurró asombrada. No esperaba que la magia aquí fuera tan fuerte. Giró hacia donde estaba Rakan, pero no lo encontró.

Lo halló en el borde del bosque, con su capa resplandeciendo como el sol del atardecer. Miraba al horizonte.

—¿Mieli?—, lo llamó mientras se acercaba, usando la antigua palabra para amante.

—Lo destruimos—, dijo Rakan con seriedad.

—Sí. Somos libres..., el quinlon se ha ido—.

—No, destruimos su pueblo—. Señaló el templo y el asentamiento humano a su alrededor.

Enredaderas con ramas más largas que una carreta agitaban la tierra. Avanzaban como olas gigantescas desde el bosque, destrozando una docena de casas hasta convertirlas en astillas.

Las otras casas del pueblo crecían sin control, doblándose y estrujándose hacia adentro para convertirse en árboles colosales.

Una mujer mortal, con un niño pequeño en brazos, salió corriendo de su casa hasta una carreta tirada por un caballo. Detrás de ella, un hombre se salvó por muy poco de morir aplastado por una enorme enredadera que cayó y derrumbó su casa.

Cargaba algunas de sus posesiones en los brazos. Las tiró adentro de la carreta, pero la ola de poderosa magia liberada los golpeó y el vehículo cobró vida, transformándose en los árboles de donde provenía la madera con los que había sido construido. Xayah observó cómo se convertía en una criatura gigante parecida a un insecto, hecha de madera y enredaderas. El hombre golpeó a la criatura con un bastón antes de huir con la mujer y el niño.

Un anciano con una larga trenza luchaba por mantenerse en pie sobre el suelo ondulante. Trastabilló por unos momentos, antes de que un par de brillantes espíritus del bosque, bajo la forma de mariposas fantasmales, lo agarraran. Los espíritus lo arrastraron por el aire. Luego, cansados de sus forcejeos, lo dejaron caer mientras se elevaban por encima de un árbol. El hombre cayó y produjo un golpe seco. Su alma tembló dentro de su cuerpo, buscando escapar de su propio cascarón y unirse al bosque.

Otros mortales pasaron corriendo a su lado. Xayah podía ver cómo sus almas también luchaban por abandonar sus cuerpos. Una anciana tomó al hombre de la trenza, lo levantó y juntos, cojeando, huyeron... mientras la tierra y los espíritus se agitaban a su alrededor.

—La codicia de los humanos es lo que causó esto—, dijo Xayah finalmente.

Rakan se quedó en silencio. Xayah siguió su mirada hasta la destrucción que su plan había causado.

Después de su victoria, Rakan y Xayah recibieron un pedido de ayuda de la tribu Vlotah. Tardaron tres lunas en llegar a la aldea principal.

No había mucho para ver. Los Vlotah siempre habían sido una tribu pequeña, incluso en tiempos antiguos. La aldea consistía en un poco más de una veintena de árboles deformes que rodeaban un estanque cristalino. Mientras un guardia guiaba a Xayah y Rakan hacia la aldea, algunos de los árboles se abrieron y varios miembros de la tribu Vlotah salieron para ver quiénes eran los visitantes.

Los Vlotah eran delgados y ágiles, pero con hombros gigantescos que brotaban verticalmente de sus espaldas como si fueran alas de hueso. Tenían el cuerpo cubierto de un pelaje iridiscente que brillaba con la luz, primero en tonos verdes y después morados... Excepto por sus rostros, que eran blanquecinos y con rasgos felinos.

Pero tintes y vapores amarillentos y negruzcos parecían brotar de los árboles, de los vastaya e incluso del estanque. Era el color del hambre y la enfermedad.

Xayah le susurró a Rakan que pensaba que esos vastaya parecían muy enfermos para pelear, o incluso para ayudarlos a ellos a pelear.

—La magia aquí no está limpia—, observó Rakan. —Debemos irnos rápido. Está afectando a mi capa—. Erizó las plumas.

—Rakan, una victoria aquí nos ayudaría a crear consciencia sobre nuestra causa por todo Zhyun. Necesitamos otra victoria para demostrar que es posible una rebelión—. Xayah volvió a mirar a los miembros de la tribu que estaban a su alrededor. Sintió lástima por ellos al confirmar sus sospechas de que estaban muy enfermos para pelear por sí mismos. —La tribu Vlotah nos pidió ayuda. Y está claro que la necesitan, mi amor—.

—¡¿Qué es más importante, ayudarlos a ellos o que yo me vea genial?!—. Rakan habló con un tono incrédulo en la voz, pero luego sonrió para revelar que estaba bromeando.

—Claramente lo segundo—, respondió Xayah siguiéndole el juego y entretenida con su humor.

—¡Debemos tener prio-ri-da-des!—, chilló Rakan, enfatizando cada sílaba.

—Supongo que ustedes son Rakan y Xayah—, dijo una voz gruesa.

En el medio de la aldea, sobre un peñasco tallado en forma de tortuga de ocho patas, estaba sentado con las piernas cruzadas un anciano Vlotah. Tenía el pelaje blanco y llevaba una corona con forma de cuernos de alce.

—Soy Leivikah, el anciano de la tribu de Vlotah—, dijo tosiendo.

Xayah y Rakan hicieron una reverencia. Una multitud se congregó a su alrededor. Docenas de vastaya Vlotah susurraban en su propia lengua.

—Hemos oído noticias de cómo salvaron al cónsul Akunir y al vocero Coll en Puboe. Espero que puedan ayudarnos—, dijo Leivikah con una voz débil que apenas se escuchaba por encima de los susurros de la multitud.

Xayah ojeó a su compañero y él captó la indirecta.

—Soy Rakan—, aseguró con esa voz profunda que usaba a veces. Era una voz alta y determinada, y de alguna manera dejaba entrever una sonrisa. Su confianza silenció a la multitud. Luego, con los hombros erguidos y la espalda arqueada, Rakan se dio vuelta para hacer contacto visual con cada uno de los presentes. —Y ella es Xayah, el Cuervo Violeta. Conocen sus victorias y su llamado a la rebelión—.

Y así, sin más, la multitud y el anciano estaban pendientes de sus palabras, emocionados por su presencia. Xayah sacudió la cabeza, asombrada de cómo Rakan podía a menudo decir tan poco, pero comunicar tanto. Le dio un leve empujoncito en la espalda, para que no perdiera el foco.

—Ah, eh... Hemos respondido a su llamado y estamos felices de visitarlos como amigos... o como camaradas. Dígannos en qué podemos ayudarlos—. Rakan terminó su discurso con una gran sonrisa brillante.

—Gracias, Rakan y Xayah, nuestra necesidad es inmensa—. Leivikah se levantó tambaleando con ayuda de su bastón y luego señaló hacia las montañas. —Al norte se encuentra el templo Kouln. En su interior, hay un pequeño quinlon de cristal. Por muchas generaciones, ha condicionado la magia de la región, y hemos vivido en paz y armonía con los mortales que lo cuidan—.

Tosió y señaló la enfermedad que lo rodeaba. —Pero guerreros vestidos de negro y rojo que se hacen llamar Yanlei lo han invadido. Ahora, la magia aquí ha disminuido y se ha vuelto más oscura. Intentamos recuperar el templo junto con los bondadosos monjes de Kouln, pero nos expulsaron. Ahora, estamos muy débiles y somos muy pocos para pelear. Esperamos que, con su ayuda, nuestros aliados puedan recuperar su lugar sagrado—.

Xayah frunció el ceño y miró la pobreza a su alrededor. Comenzó a hablar, luego se detuvo y finalmente dijo con irritación: —¿Quiere que ayudemos a unos humanos a recuperar un quinlon?—.

—Hemos escuchado hablar de sus grandes proezas—, dijo Leivikah.

—Escucharon que destruimos el quinlon en el valle de Houth y liberamos a la tribu Kepthalla—, replicó ella.

—Los monjes de Kouln son...—.

—Humanos—. Xayah interrumpió al anciano. —¿Por qué nosotros, y ustedes, deberíamos preocuparnos por las disputas entre las razas mortales? ¿Nos pide que ayudemos a aquellos que suprimieron la magia en estas tierras? ¿Está demente?—.

El anciano Leivikah gruñó y luego miró a Rakan. Pero el compañero de Xayah no parecía estar prestando atención. Estaba tarareando y balanceando una ramita que acababa de encontrar en su dedo índice.

—Los ayudaremos. Pero a destruir el quinlon... no a entregarlo a unos monjes—, dijo Xayah finalmente.

—¡Eso destruiría al pueblo del valle!—, exclamó el anciano.

—Sí—, asintió ella.

—¡Muchos morirían!—.

—Muchos humanos morirían—, lo corrigió Xayah.

—¿Y qué pasará cuando los humanos intenten recuperar sus tierras? ¿Qué pasará...?—.

—Puede defenderlas con magia—.

—¡Esta no es la manera de hablarle a un anciano!—, vociferó Leivikah, escupiendo saliva. —¡Aquí no tienes derechos, niña! Nos exiges cosas sin saber las costumbres de la tribu. ¡Tu fama como guerrera no te hace sabia!—.

Mientras Leivikah vociferaba, Rakan se alejó de Xayah y salió disparado hacia el borde de la multitud, como un predador que arrincona a su presa. Los pocos guerreros que todavía había en la aldea retrocedieron rápidamente, reticentes a enfrentarse a él. De repente, Rakan saltó arriba de la piedra gigante, aterrizando al lado del anciano. Rakan lo contempló por un momento.

—¿Quiere que lo arroje de esta piedra?—, preguntó Rakan.

Leivikah vio que todos sus guardias se habían alejado del famoso guerrero bailarín. Luego, tartamudeó: —No... No quise ser irrespetuoso—.

Rakan continuó: —Mi señora es sabia, tonto. Y solo dice la verdad. Escúchela y cuide el tono. O tendremos un problema—.

Rakan se bajó de la roca mientras el anciano se defendía. —Mi tribu solo quiere que todo vuelva a ser como antes. Los monjes de Kouln nunca rompieron las promesas que nos hicieron y siempre nos protegieron. No buscamos la guerra como ustedes—.

Rakan caminó hasta Xayah, se ajustó las plumas y luego se rascó la oreja.

—¿Qué opinas?—, le preguntó Xayah en voz baja.

—¿Sobre qué?—, respondió Rakan con un susurro.

—Sobre lo que dijo el anciano—.

—No lo estaba escuchando—, dijo Rakan encogiéndose de hombros. Le dio un beso en la mejilla y agregó: —Ambos estaban gritando. Tú estabas enojada, él solo tenía miedo—.

Xayah sonrió al darse cuenta de que Rakan tenía razón y le susurró: —Gracias, mieli—. Luego, le dio un beso rápido en la boca.

—Lo siento, anciano Leivikah—, dijo haciendo una reverencia. —Yo tampoco quise ser irrespetuosa—.

Xayah colocó la mano sobre su corazón y dijo: —Tiene miedo. No tiene de qué avergonzarse, pero mientras siga confiando en que los humanos cumplirán sus promesas, su tribu nunca será libre. Y eso es lo que realmente me aterroriza. ¿Cuántas generaciones han pasado desde que vio a un niño en esta aldea? ¿Más que la mayoría de nuestro pueblo? Mire a su alrededor. Su población ya estaba disminuyendo mucho antes de que aparecieran estos nuevos guerreros. Pero en los bosques de los Kepthalla hay esperanzas para el futuro. Tienen la esperanza de que nacerán niños... porque, al fin, ¡la magia allí es libre!—.

Miró a la multitud, como había hecho Rakan, e hizo contacto visual con tantos miembros de la tribu como podía. —Rakan y yo ya hemos luchado contra estos Yanlei en el pasado. Muchos los conocen como la Orden de la Sombra y son peligrosos. Muy peligrosos. Pero estamos dispuestos a luchar por ustedes. ¡Queremos ayudarlos!—.

Luego Xayah dejó caer los hombros y sacudió la cabeza. —Ya ni el honor ni un pacto mágico los unen a aquellos monjes de Kouln. Así que les ofrecemos una oportunidad para recuperar sus tierras. ¡Solo necesitan valentía para aceptar nuestra oferta y proteger lo que es de ustedes!—.

El anciano la contempló por un largo tiempo antes de replicar: —De verdad eres tan feroz como dicen, Xayah de Lhotlan, y te damos las gracias. Consideraremos tus palabras y tendré nuestra respuesta lista para ti mañana—.

Mientras el anciano se levantaba, Rakan le preguntó a Xayah: —¿Nos quedaremos aquí esta noche?—.

—Así parece—, respondió ella.

Rakan señaló a varios con el dedo. —¿Quién de ustedes quiere prepararme la cena? Y... ¡¿tienen chocolate?!—.

Al no saber exactamente a qué sustancia humana se estaba refiriendo, los miembros de la tribu se miraron confundidos. Rakan se volvió hacia Xayah y exclamó con irritación:

—¡¿No tienen chocolate?!—.

A la mañana siguiente, el anciano Leivikah había tomado una decisión. Juró que su pueblo defendería las tierras recuperadas al liberar la magia salvaje, y asignó los pocos guerreros que tenía al mando de Xayah.

Después de observar su condición débil y enfermiza, y porque sabía que la tribu Vlotah necesitaría a sus guerreros para defender las tierras en el futuro, Xayah decidió que era mejor usarlos solo como una distracción.

Así que, mientras Xayah y Rakan intentarían recuperar el templo en solitario, los guerreros Vlotah atacarían a las patrullas Yanlei; con un poco de suerte, conseguirían atraer la atención de las tropas en el templo.

Rakan y Xayah necesitaron un día de caminata para llegar desde el bosque de los Vlotah hasta el gran pueblo que el anciano les había mencionado.

Al observarlo desde la cima de las colinas, Xayah y Rakan vieron que era más grande que cualquier otro asentamiento que hubieran visto en los últimos años. Se trataba de una ciudad pequeña, que dominaba todo el valle con cientos de viviendas.

—¿Podemos rodearlo?—, preguntó Rakan.

—No. A menos que trepemos las paredes desnudas de los acantilados que rodean a la ciudad—.

—Eso puede ser divertido—.

—Quedaríamos muy expuestos mientras estuviéramos en la pared del acantilado. Si los humanos tienen ballestas, o sus rifles Kashuri...—.

—Odio los arquiubos—, refunfuñó Rakan. Luego, señaló las colinas más allá del pueblo. —Puedo escuchar al quinlon alterando la magia, pero no puedo verlo. Hay un bosque más allá del pueblo—.

—Podemos descansar allí, pero tenemos que atravesar el pueblo sin que nos vean los guerreros vestidos de negro y rojo. Nos van a reconocer después de lo que pasó en Puboe y con los Kepthalla. Tenemos que hacernos pasar por humanos—.

—Tal vez algunos de los Vlotah puedan ayudarnos a rodearlo—, sugirió Rakan.

—Están muy asustados y débiles, Rakan—, replicó ella. —Además, llamarán la atención y no queremos eso—.

Xayah comenzó a sacar objetos de una bolsa que había traído de la aldea. —Los Vlotah nos dieron algo que usan los humanos para cubrirse los pies. Y usaremos grandes capuchas—.

—Esa capa es gris—, dijo Rakan con visible terror. —¡Ese ni siquiera es un color!—. Partió una rama de un árbol y la arrojó con fuerza en dirección al bosque.

Xayah miró las prendas. Se estremeció al pensar que tenía que usar esas ásperas telas humanas sobre sus plumas.

Los guardias vestidos de negro y rojo estaban cerrando la entrada e instando a los últimos visitantes a entrar en la ciudad cuando se hizo de noche. Xayah agachó la cabeza cuando ella y Rakan pasaron por su lado.

Mientras caminaba por la entrada, echó un vistazo a la muralla que rodeaba la gran ciudad. Era gigantesca, mucho más alta que el árbol más alto del bosque.

—Rakan, ¿puedes saltar por encima de esta muralla?—, susurró Xayah.

—¿Por qué?—, preguntó él.

—Por si tenemos que escapar rápido de aquí—, respondió ella.

Rakan levantó la vista, calculando la distancia, y luego dijo: —No... hay muy poca magia limpia por aquí—.

Ella podía percibir la magia malvada que habían usado para construir la muralla. Era extraña, incluso para la magia mortal. Oscura y colérica. La había sentido sola una vez en la vida... en Puboe.

Las enormes enredaderas espinosas, cada una más ancha que un caballo, no habían sido consultadas o convencidas de arrastrar estas piedras para formar la muralla; por el contrario, habían sido provocadas y forzadas. Y la magia que contenía la muralla y sus baluartes gemían y gruñían.

La muralla podría ser una defensa poderosa contra los invasores, pero ella se preguntó qué pasaría si las enredaderas, que habían estado conteniendo esa magia, fueran liberadas de repente.

Las puertas se cerraron y trabaron detrás de ellos. Xayah y Rakan se entremezclaron con los viajeros y campesinos que caminaban por la calle principal hacia el centro de la ciudad.

—Aquí hay un mago—, dijo Rakan.

—Escucho su magia—, replicó Xayah —pero no puedo verlo—.

—Sobre nosotros—.

Parado arriba de una torre hecha de madera y árboles muertos, había un hombre ataviado con una túnica bermellón. Sus ojos emanaban una extraña oscuridad. Sostenía una campana de bronce ornamentada de la que emanaba un vapor oscuro.

—Busca vastaya y yordles—, dijo Rakan con seguridad.

Xayah tomó a Rakan del brazo y lo empujó hacia un callejón, al mismo tiempo que el mago profirió un horrible chillido. Había visto a través de sus disfraces. Sonaron cuernos de alarma desde las murallas en respuesta al grito del mago.

Después, se escucharon pisadas y gritos detrás de ellos. Xayah y Rakan corrieron, zigzagueando de callejón en callejón, pero pronto descubrieron que las calles formaban un laberinto.

Podían sentir al mago intentando adivinar su ubicación. Balanceaba la campana mágica. Repicaba suavemente, pero liberaba un látigo invisible de magia en dirección a ellos. Una y otra vez, emitía un sonido que ningún mortal podía oír, ni sentir su dolor, pero que crujía como el látigo de un gigante en los oídos de los vastaya. Uno de los latigazos del mago aterrizó en el callejón. Casi golpeó a Rakan, si no se hubiera pegado contra una pared.

La magia de la campana vibraba en sus plumas y por un momento Xayah pensó que los habían descubierto. Pero luego el mago hizo sonar su campana en otra dirección, hacia otro callejón cercano. Buscaba ciegamente. No estaba seguro de qué eran ni dónde estaban.

Más adelante, en una intersección, los guardias Yanlei atrapaban a varios pueblerinos y los arrastraban afuera para que el mago pudiera verlos.

Uno de los guardias, un líder, estaba vestido diferente. Llevaba un chaleco sin abrochar de color gris oscuro hecho de un tejido rugoso. Para los vastaya, parecía deforme, tocado por algún tipo de corrupción. Rakan señaló con la cabeza los tatuajes negros sobre negro que cubrían los dos brazos del hombre.

—Magia de las sombras—, gruñó Rakan.

Xayah asintió. —Son escalofriantes—.

—Veamos si sabe bailar—, dijo Rakan. Instintivamente, Xayah sujetó a su compañero por la mano y lo retuvo.

Justo en ese momento, los tatuajes del hombre cobraron vida. Se elevaron de su cuerpo como si fueran humo. Su oscuridad se solidificó en forma de garras punzantes, como las patas de una araña, cada una con una espada curva en el extremo. Luego, estas formas oscuras cortaron a un aldeano que se había resistido a salir al exterior. Gritando, el hombre cayó al suelo, con un corte ensangrentado en la espalda.

Rakan y Xayah se pegaron a la pared debajo de la saliente de un edificio cercano y luego se deslizaron por otro callejón que apestaba a podredumbre y basura. Al ver que no había guardias alrededor, corrieron con todas sus fuerzas. Saltaron de pared en pared y usaron un poco de las reservas de magia que tenían para correr más rápido, pero el callejón se curvaba hacia un costado. Descubrieron que conducía de nuevo a la calle ancha.

Detrás de ellos, varios de los guerreros vestidos de negro y rojo aparecieron en un balcón y saltaron al suelo.

Rakan examinó la calle, miró cada casa y habitante. Luego, tomó la mano de Xayah y la arrastró doblando la esquina hacia una casa casi en ruinas con vigas deterioradas.

—¿Qué haces?—, preguntó Xayah.

—Esta es buena—, respondió Rakan, señalando la entrada recién barrida y las ventanas limpias de la casa.

—¡¿Qué?!'”, replicó Xayah.

Uno de los guardias en el extremo de la calle detectó la desesperación en sus pasos y se lo indicó a su comandante. La bestia tatuada todavía continuaba parada junto al campesino quejumbroso.

—¿Qué ocurre?—, preguntó una voz de mujer.

Xayah giró la cabeza y vio a una mujer anciana vestida de amarillo. Llevaba el pelo largo y canoso peinado en una elaborada trenza sobre su cabeza, y tenía los ojos entrecerrados con desconfianza.

—Nada—, respondió Xayah. —Solo estábamos...—.

—Los guardias nos buscan—, interrumpió Rakan. —Necesitamos ayuda—.

La mujer miró a los guardias y luego de nuevo a Xayah y Rakan. Rakan le sonrió con esperanzas. —No queremos hacerle daño—, le aseguró.

—Rápido, entren por la puerta lateral—, dijo la mujer, señalando el callejón a un costado de su casa. Luego cerró y trabó la puerta principal.

Rakan y Xayah se escabulleron por el callejón y corrieron por el costado de la casa. Era un callejón sin salida... y no veían ninguna puerta.

—Maldición, ¿por qué le dijiste eso?—, insultó Xayah. Podía escuchar al mago buscándolos encima de ellos. Su magia crujía con fuerza a través del reino espiritual. Podían ver las sombras de los guardias en la calle anunciando su llegada.

Pero luego, una pared se movió de repente y se abrió una puerta secreta hacia la casa. La anciana se asomó y les hizo un gesto para que entraran.

Una vez que estuvieron adentro, la mujer cerró la entrada secreta y ocultó su existencia.

Los dos vastaya miraron a su alrededor y descubrieron que estaban en un depósito de techo bajo y suelo sucio. Estaba oscuro. Las únicas luces provenían de una lámpara de aceite y del brillo de un par de flores de ekel moribundas.

Debajo de su capa, Xayah moldeó dos plumas afiladas y se preparó para atacar.

Al percibir el peligro, la mujer retrocedió hasta una lanza con punta redonda que estaba apoyada contra la pared. Era un arma elegante, bien aceitada y embebida de magias antiguas que ronroneaban felizmente en su interior.

—¿Son vastaya?—, preguntó la mujer con precaución.

Antes de que Xayah pudiera detenerlo, Rakan asintió con la cabeza y dijo con voz profunda: —Soy Rakan, guerrero bailarín de la tribu Lhotlan—.

Para sorpresa de Xayah, la mujer dejó escapar un largo suspiro y rio. —Leivikah me dijo que les había pedido ayuda, pero no hemos tenido noticias de la tribu Vlotah desde entonces. Soy la abadesa Gouthan—.

Se escuchó un fuerte golpe en la puerta principal.

—No hagan ruido, me desharé de ellos—, dijo Gouthan mientras se dirigía a la habitación delantera y cerraba la puerta del pasillo detrás de ella.

Mientras la abadesa comprobaba quién estaba en la puerta, seis jóvenes discípulos mortales emergieron de las otras habitaciones de la casa. Muchos llevaban vendajes y parecían estar lastimados. Intercambiaban miradas nerviosas entre ellos. Xayah podía sentir cómo reunían la poca magia que les quedaba.

Metió una mano debajo de su capa de lana y fabricó una nueva pluma afilada. Si los monjes atacaban, estarían muy cerca de ella como para arrojar las dagas, así que alteró el mango de la cuchilla para formar un bracamante corto.

Cuando la abadesa Gouthan volvió, se llevó un dedo a los labios para indicar que debían guardar silencio. Luego, casi sin hacer ruido, envió a sus monjes más heridos de nuevo a las habitaciones, mientras que ella y dos de sus estudiantes preparaban el fuego para cocinar. Cantaban y tarareaban en voz baja una melodía inquietante mientras preparaban la comida.

Rakan rodeó a Xayah con el brazo y la llevó a una mesa baja en la habitación contigua. Se sentaron juntos a la mesa. Mientras los monjes cocinaban, Xayah calmó su respiración antes de reabsorber con cuidado las cuchillas y su magia de vuelta en las plumas.

Mientras esperaba, Xayah envolvió sus capas de pluma y de lana alrededor de las piernas; las pocas velas de cera de abeja y el fuego de la cocina que iluminaban la habitación no servían mucho contra el frío de la noche.

Cuando las velas se habían consumido casi por completo, la abadesa y sus dos ayudantes terminaron de cocinar y se unieron a Rakan y Xayah, llevando en silencio varios platos de comida.

—Nos escondimos en las colinas por unas pocas semanas luego de que tomaron nuestro templo—, susurró Gouthan. —Después, al igual que ustedes, nos escabullimos en la ciudad—.

Ella y uno de sus estudiantes pasaron la escasa comida que habían preparado desde el fuego hasta la mesa donde estaban sentados Rakan y Xayah.

—Esta vieja casa pertenecía a mi familia mucho antes de que me convirtiera en la abadesa del templo Kouln. Evitamos que nos detuvieran solo porque los Navori...—.

—¿Quién es el guerrero de los tatuajes negros?—, preguntó Rakan.

—Los guerreros tatuados son miembros de la Orden de la Sombra. Forman parte de la Hermandad Navori..., o formaban parte, cuando...—.

—¿Su tribu está en guerra con la tuya?—, volvió a interrumpir Rakan.

—No exactamente—, respondió Gouthan con paciencia. —Tomaron nuestro templo, pero nos dejaron vivir a casi todos, supongo que para evitar que los aldeanos se rebelaran contra ellos. La paz les permite juntar la viciada magia de las sombras que cosechan. Pero he estado escabullendo a mis estudiantes de vuelta a la ciudad. Estamos preparándonos—.

Rakan mordió el pan cocinado en piedra. —¿Cantaron 'Theln y las hojas caídas' mientras cocinaban esto?—.

—Sí—, replicó Gouthan. —Cuando los vastaya cocinan, la canción que cantan es importante, ¿verdad?—.

—Es importante—, dijo Xayah sin emoción. No había tocado su comida.

Rakan explicó: —Para pan de harina cocinado en piedra, es tradicional utilizar una canción alegre con un ritmo bien marcado—.

—¿Y puedes saborear eso?—.

Rakan se metió otro pedazo de pan en la boca y asintió.

—Mis disculpas, tenemos tan poco que ofrecerles y casi nada de conocimiento sobre su cultura—, dijo la abadesa con una reverencia. Estaba claramente avergonzada por la situación actual de su orden.

Rakan le dio una palmada en el hombro. —¡Está sabroso! No es una canción que se use con pan de piedra, pero va muy bien con esta harina—.

—Eres muy gentil—.

—Está hambriento—, dijo Xayah.

—Ahora que hemos compartido el pan, ¿podemos discutir cómo recuperaremos nuestro templo?—, preguntó la abadesa con tono esperanzador.

—No necesitamos su ayuda—, respondió Xayah.

—Mis estudiantes los pueden conducir hasta allí. Yo misma puedo enfrentarme a varios de los guerreros de la sombra. También le envié un mensaje a la Orden Kinkou... Seguramente envíen refuerzos—.

Xayah y Rakan intercambiaron miradas. Luego Xayah preguntó: —¿Cuántos de estos guerreros Yanlei hay en la ciudad?—.

—Tal vez un centenar—.

—¿Y en el templo?—.

—Cincuenta, más o menos—.

—Podemos manejar esa cantidad—, dijo Xayah.

—¿Ustedes solos?—.

—Solos—.

—Son malos bailarines—, murmuró Rakan, mientras tomaba otro pedazo de pan.

—Pero estoy segura de que si esperamos a los Kinkou...—.

—Los Vlotah no pueden esperar la ayuda de los Kinkou. Es por eso por lo que estamos aquí—.

—Entiendo—, dijo la abadesa. —Les he fallado. Permítanme por lo menos luchar con ustedes contra esos desgraciados Yanlei—.

—Deberías esperar aquí en la ciudad—, dijo Xayah con calma.

—Puedo mostrarles dónde tienen patrullas fijas...—.

—Nos muestras en la mañana—, replicó Xayah. —Si no te molesta, me gustaría hablar a solas con mi compañero—.

—Oh... sí, claro—. La abadesa se levantó junto con su ayudante. Rakan los acompañó hasta la puerta, les dio un abrazo a cada uno y un par de pedazos de pan mientras regresaban a las habitaciones delanteras de la casa.

Luego cerró la puerta y regresó al lado de Xayah. Ella susurró: —Deberíamos irnos tan pronto como se duerman—.

—Deberíamos advertirles sobre lo que pasará cuando destruyamos el quinlon—, respondió él, llevándose otro pedazo de pan a la boca.

—Si se enteran de nuestros planes, nos delatarán con esos otros mortales. O con los Kinkou—.

—Morirán muchos mortales—, dijo Rakan.

—La tribu Vlotah morirá esperando ayuda. Mi amor, hemos tomado este camino. Ellos se asentaron en tierras vastaya. Construyeron una muralla con magia que a duras penas pueden controlar y que no comprenden—.

—Si tú lo dices. Pero yo prefiero a esta abadesa antes que al anciano Leivikah. Por lo menos ella no tiene miedo—.

—Solo estás seducido por su comida—.

Rakan comió otro bocado y se encogió de hombros. —Fue hecho con amor y una canción entonada desde el corazón—.

—No confío en ella. No con nuestras vidas en juego—.

—¿Por eso dijiste que no necesitábamos su ayuda?—.

—Cincuenta guerreros es mucho—, admitió Xayah. —Y eso sin agregarle magia de las sombras—.

Rakan se encogió de hombros. —¿No tienes un plan?—.

—Por supuesto que tengo un plan—.

—Entonces confío en él—, dijo Rakan suavemente.

Xayah sacudió la cabeza. —Iremos solos. Si mi plan falla...—.

—Nunca te equivocas con esas cosas—.

Xayah deslizó la mano por sus plumas y agachó la cabeza, repasando cada detalle que el anciano Vlotah le había contado sobre el terreno: los guerreros vestidos de negro y rojo, la ciudad, el templo de la montaña y el quinlon de cristal.

Después de un largo silencio, preguntó: —¿Por qué confiaste en ella?—.

—Porque nunca me equivoco con estas cosas—, respondió Rakan.

Xayah se quedó despierta muchas horas esa noche, estudiando los mapas que los Vlotah le habían dado. Pudo deducir dónde era probable que los guerreros patrullaran o tuvieran una posta, y trazó un camino que les permitiría evitar ser detectados hasta que estuvieran a unos pocos cientos de pasos del templo.

Se fueron antes de que amaneciera y pudieron escabullirse fuera de la ciudad sin problemas.

El silencio la cubría, excepto por el sonido de los insectos, lo que les facilitaba evitar a los guerreros Yanlei al oír sus pasos. Después de que Xayah dedujera dónde estaban los guerreros, le fue fácil encontrar una ruta a través de las patrullas de centinelas.

Se marcharon de la ciudad y atravesaron las últimas granjas de camino a la montaña cuando el amanecer comenzó a iluminar el cielo.

El bosque de la montaña tenía el color de la ceniza. Rakan y Xayah sentían cómo la magia que tenían en su interior abandonaba sus cuerpos.

El quinlon aquí no solo disminuía el poder de la magia espiritual para provocar cambios o limitaba su vitalidad generadora de vida al contener la magia salvaje que los humanos tanto temían; este quinlon absorbía magia activamente, la drenaba del paisaje y del reino espiritual a un ritmo que Xayah jamás había visto. Era como si la función normal del quinlon hubiera cambiado por completo. Ahora solo permitía que las magias más oscuras salieran del reino espiritual.

Rakan y Xayah caminaron gran parte del día a través del bosque. Se ocultaron entre las malezas color hueso que todavía quedaban, a varios metros de distancia del camino principal. Permanecían inmóviles cada vez que pasaban guerreros enemigos. Al principio, parecían ser patrullas regulares, pero pronto grandes grupos de guerreros comenzaron a marchar cuesta abajo con una urgencia evidente.

Xayah dedujo que los miembros de la tribu Vlotah habían comenzado las incursiones de distracción que ella había comandado. Sin lugar a dudas, ella y Rakan podían derrotar a esos humanos..., pero Xayah sabía que era mejor conservar la poca magia que todavía tenían.

Debilitados y enfermos por la falta de magia, los Vlotah que se habían ofrecido a atraer a estos Yanlei habían demostrado una gran valentía. Xayah se convenció de que estos nuevos compañeros estarían a salvo, por lo menos momentáneamente. Pero ¿y si ella y Rakan fallaban en destruir el quinlon? Xayah podía sentir cómo las uñas se clavaban en las palmas de sus manos mientras ella y Rakan permanecían escondidos detrás de una roca del tamaño de una carreta.

Después de un tiempo, las patrullas de guerreros vestidos de negro y rojo disminuyeron significativamente y ella y Rakan pudieron moverse más rápido que antes.

Llegaron al templo al atardecer. El edificio era horrible y parecía que odiaba al mundo. Era alto y pálido como un cadáver. Ramas sin hojas y espinas habían brotado de sus paredes de madera formando almenas y picos defensivos.

Rakan silbó para llamar la atención del primer guardia que vieron. El hombre se dio vuelta justo a tiempo para recibir una de las plumas filosas de Xayah en medio del pecho. Alardeando, Rakan lo agarró antes de que tocara el suelo.

Se escuchó sonar un cuerno en la distancia y Xayah supo que los habían visto. De varios escondites desperdigados por el templo brotaron una docena más de guerreros vestidos de negro.

Rakan se lanzó hacia ellos, dando patadas, girando y lanzándolos por los aires, mientras las plumas de Xayah también hacían lo suyo. Estaban moviéndose muy rápido ahora. Cortaron camino hasta la entrada del templo.

Xayah usó su magia para atraer de vuelta las plumas y mató a los guerreros que les hicieron frente, Rakan, mientras, hacía una reverencia.

Ella puso los ojos en blanco por esas payasadas y lo dejó para que mantuviera ocupados a los guerreros de negro.

Se abrió paso entre las enredaderas que estaban a la entrada del templo, hasta llegar a un gran vestíbulo. Había puertas rotas y desperdigadas por el suelo. Dos corredores oscuros y arqueados se abrían a ambos lados de ella. Los ignoró y siguió el camino que marcaba la luz del sol hacia un umbral cubierto de enredaderas en el otro extremo de la habitación.

Hizo una pausa al pasar junto a una pequeña pila de cajas de cristal, escondidas detrás de una pared. Eran objetos extraños: cuadrados perfectos, sin alma y de alguna manera parecían no tener ningún tipo de magia en su interior. Como un gran acto de sacrilegio contra el mundo, parecía como si su creador hubiera conseguido no dejar que su esencia, ni la esencia de la materia prima, pasara a ellos. Se alejó de ellos y se deslizó a través de una entrada cubierta de raíces negras.

Llegó hasta el centro del templo, bañado por una luz roja. Xayah alzó la vista para ver el quinlon brillando sobre su cabeza. Como muchos quinlons, se trataba de un grupo de piedras giratorias, pero este parecía estar hecho de enormes fragmentos de rubí, cada uno más grande que un caballo. Brillaba y podía sentir su fuerza mientras absorbía magia.

Y miró con horror cómo engullía pequeños espíritus del bosque.

El aire cambió de repente y supo que no estaba sola. Se agachó al mismo tiempo que un guerrero surgía de las sombras. Saltó sobre ella, rebotando en las paredes y los pilares como lo haría un guerrero bailarín..., pero aparecía y desaparecía entre nubes de humo.

Ella había conocido vastaya tocados por las nubes que tenían técnicas similares, pero la magia de este hombre era diferente. Incluso las sombras en su interior estaban afectadas por algo más, un eco de la magia de las penumbras. Era poderoso, más poderoso que cualquier mago o mortal que hubiera conocido. Débiles como estaban, Xayah supo que sería difícil derrotar a este guerrero acorazado.

Le lanzó plumas afiladas, pero él simplemente las apartó de su camino; con cada movimiento, ella se debilitaba más y él se acercaba más. Observó cómo el guerrero esquivaba su siguiente ataque y envió una de sus plumas directo al quinlon.

La piedra roja se rasgó al instante.

Fue entonces que comprendió por qué este pequeño quinlon había sido instalado dentro del templo. El extraño material parecido al rubí del que estaba hecho le otorgaba su peculiar poder..., pero lo volvía muy frágil. Especialmente ahora que estaba sobrecargado.

No podía derrotar a este guerrero, no en esas circunstancias, pero si conseguía distraerlo, todavía podía destruir el quinlon.

Fabricó tantas plumas filosas como pudo. El esfuerzo debilitó sus músculos. Se sentía como si estuviera atrapada bajo el agua. Pero siguió lanzando a ciegas, forzando a su oponente a agacharse y a esquivarlas; sabía que cada una de las plumas se hundiría en el quinlon, resquebrajándolo, o se clavaría en el techo del templo.

Pero había comenzado a respirar agitadamente y su enemigo la rodeaba como un tiburón. Tras permitir que se cansara, ahora estaba listo para terminar con el duelo.

Exhausta, Xayah apretó la mandíbula y se preparó para lo que debía hacer. Moriría, al igual que este guerrero..., pero los Vlotah sobrevivirían.

De repente, por unos pocos segundos, se dio cuenta de que jamás volvería a ver a Rakan. Jamás lo sentiría cerca de ella. No oiría su risa, ni vería su sonrisa pícara. En su distracción, el guerrero acorazado la golpeó. Apenas pudo esquivar el golpe, pero el impacto la derribó al suelo. El guerrero retrocedió; pero luego, sin detenerse, saltó hacia ella con las espadas listas para asestar el golpe final.

Esta era su oportunidad. En vez de esquivarlo, se concentró en atraer sus plumas filosas y... ¡desgarró el quinlon y el techo del templo! Mientras el guerrero de la sombra caía sobre ella, los fragmentos gigantes del quinlon y las piedras del techo se precipitaron hacia ellos, tan certeros como la muerte.

Y luego, de repente, ¡Rakan!

Tenía los brazos alrededor de ella, conteniéndola, abrazándola. Un remolino de energía dorada surgió de su capa y los cubrió. Podía sentir el impacto de las espadas del guerrero contra la magia, pero no podía atravesarla. Sentía el pecho de Rakan contra su mejilla. Podía sentir cómo se inflaba cuando respiraba.

Comenzaron a caer los pedazos más grandes del techo del templo y del quinlon... Cualquiera que fuera la magia que Rakan había invocado, brillaba como una burbuja de energía y frenaba las piedras, pero Xayah podía sentir cómo Rakan se debilitaba por el peso del escudo. Rugió, gritó como un tigre enjaulado, mientras todo el edificio colapsaba. Le tembló el pecho y cayó de rodillas al suelo.

Y luego todo fue oscuridad.

Cuando Xayah abrió los ojos, Rakan la estaba ayudando a ponerse de pie entre las ruinas del templo. El extraño guerrero se había ido y sus secuaces corrían por el camino cuesta abajo, huyendo mientras la primera ola de magia salvaje se abría paso en este mundo.

Los bosques resplandecieron, los capullos florecieron y los grandes espíritus despertaron. La luz del otro mundo los rodeaba.

Ella miró a Rakan, sonrió y le limpió una mancha de la mejilla.

Se abrazaron y absorbieron la magia. Era diferente a la del bosque de los Kepthalla. Pese a, o tal vez debido a, haber estado encerrada y maltratada, la magia ahora explotaba con vitalidad y alegría.

La tribu Vlotah sería tan libre como la tribu Kepthalla. Y ya no habría más cuestionamientos sobre si destruir los quinlons era posible o correcto. Más tribus, incluso la de Xayah, serían testigos del futuro que ella creía posible para su pueblo.

La tierra tembló: algo gigante estaba despertando debajo de la montaña. La pareja bailó entre las grietas que se formaron en el suelo.

Rakan besó a Xayah suavemente y dijo: —Los humanos no pueden vivir en nuestras tierras, pero voy a ver si puedo ayudar a esa abadesa a escapar. Si me deslizo por ese acantilado de piedra rosa, tal vez llegue allí a tiempo—.

—Ve a salvar a tu cocinera de pan, mi amor, pero creo que ya debe haber huido de la ciudad—.

Rakan inclinó la cabeza, confundido.

Xayah le agarró la cara con ambas manos. —Le dejé un mensaje, contándole lo que iba a suceder y sugiriéndole que huyera con todos los que pudiera—.

—¿Le dijiste lo que iba a suceder?—, preguntó Rakan, sonriendo mientras apoyaba sus manos encima de las de ella.

—Confiaste en ella—, respondió Xayah. —Y yo confío en ti—.

Trivia[]

  • Los eventos del video Magia Salvaje están incluidos en la última parte de esta historia.

Media[]

Referencias[]

  1. REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref