Lore[]
Sejuani clavó el hacha en el tronco del árbol. Le tomó cinco golpes derribarlo; talar una docena de árboles la había dejado sin aliento. El frío potenciaba la fuerza de las Hijas del Hielo. No era de extrañar que el calor del sur la debilitara.
Sus cansados saqueadores vitorearon. A pesar de ser solo alrededor de cien, su rugido retumbó por las colinas.
Ya no era necesario el sigilo. Los sureños habían formado un ejército de varios miles y se encontraban a menos de medio día de camino. Los enemigos al acecho los observaban desde las cumbres circundantes.
El grupo principal de las fuerzas de Sejuani se encontraba muy lejos en dirección al norte, atareado con las faenas propias del verano: la engorda del ganado, la pesca y la caza. Había desperdigado pequeños grupos de guerra a lo largo de la frontera demaciana para destruir aldeas, quemar cultivos y derribar fortalezas. Sus expectativas estaban puestas en la llegada del invierno, cuando toda su horda acabaría con estas tierras debilitadas y continuaría con su invasión hacia el sur.
Kjelk Doncella Pielmarcada se acercó a Sejuani. Al igual que el resto de los invasores, montaba un drüvask, una criatura parecida a un jabalí más grande que cualquier buey.
—¡Matriarca, los enemigos se encuentran reunidos al otro lado del río!—, dijo Kjelk, mientras frenaba en seco a su gigantesca montura.
—Muéstramelos—, respondió Sejuani, quien de un salto se montó sobre su propio drüvask, Bristle. Era dos veces más grande que los otros animales de su especie y ancho como un mamut.
Juntas se dirigieron hacia la ladera, dejando tras su paso a los guerreros que ataban troncos para construir balsas. Sejuani siguió a Kjelk por la ribera hasta que el sudor empapó el lomo de sus monturas.
Junto a la corriente de una cascada, a solo a trescientos pasos del otro lado del río, los escaramuzadores demacianos salían del bosque que los había escondido y descendían de las rocas descubiertas. Era un ejército de vanguardia que atacaba por los flancos compuesto por cientos de arqueros y lanceros. Miraron a las dos mujeres freljordianas sobre sus drüvasks, pero prosiguieron su camino.
—¡Svaag!—. Sejuani escupió hacia el agua que corría frente a ella. Durante el invierno, las ciénagas, los lagos y los ríos como este se convertían en carreteras congeladas por las que marchaban sus veloces batallones.
Al escuchar el sonido de un cuerno, Sejuani supo que no necesitaba de ningún explorador para saber que las fuerzas principales del ejército enemigo ya estaban aquí. Giró y pudo ver sus resplandecientes armaduras sobre las cumbres detrás de ellas. El plan de los demacianos era claro.
Si su batallón trataba de cruzar el río en balsas, los escaramuzadores enemigos lanzarían una lluvia de misiles sobre ellos para reducir sus números a la mitad. Después, al posicionarse en las tierras altas que estaban más allá de la ribera, los lanceros controlarían a los sobrevivientes el tiempo suficiente como para que las fuerzas principales los alcanzaran y abatieran.
Resentida y furiosa, Sejuani espoleó a Bristle para que avanzara. La bestia gigantesca corrió; atravesó con aspereza la maleza y los bajos, en donde esperaban las balsas.
La mayor parte de los guerreros ya había avistado a las fuerzas enemigas y se preparaba para huir por la orilla del río. El miedo se había apoderado de ellos: no le temían a la batalla, sino a la trampa que les tendieron los sureños.
—El enemigo enviará jinetes para bloquear cualquier ruta de escape a lo largo de la ribera. No podemos enfrentarnos al ejército que desciende de las colinas. Debemos cruzar. Ahora—, ordenó Sejuani.
Tomó un pequeño pedazo de madera envuelta en cuero, más pequeño que su pulgar, y lo colocó en su boca. Luego desenrolló su enorme mangual, Ira del Invierno. Cada eslabón de la cadena del arma era del tamaño de la mano de una persona. En el extremo de la cadena colgaba una esquirla gigantesca de Hielo Puro, el fragmento más grande que la mayoría haya visto jamás. Su frío mágico emanaba un vapor neblinoso.
Sejuani mordió con fuerza el fragmento envuelto en cuero para soportar el dolor infligido por la magia del arma. Siempre hay un precio a pagar por blandir el Hielo Puro. El frío congelaba su brazo. Agonizaba de dolor. Las lágrimas que desprendieron sus ojos cristalinos se congelaron como diamantes sobre sus mejillas. No obstante, sus guerreros solo podían percibir una mueca de decisión y rabia. Osciló su arma frente a ella antes de estrellarla contra el agua.
Se formó un puente de hielo, pero, tal y como esperaba, se quebró de inmediato en medio de aquellas corrientes tibias. No soportaría el paso de su grupo de guerra.
Del otro lado del río, unas cuantas flechas volaron hacia su dirección. Los arqueros estaban probando su alcance. Pocas alcanzaron la tierra, pero pudo escuchar los escarnios de los sureños.
Sejuani apartó a Ira del Invierno, escupió el fragmento de madera y se quitó el casco. Después, desenrolló el cordel de entraña de lobo que portaba en su muñeca. Al ver este gesto, los suyos rugieron en señal de aprobación.
Comenzó un canto profundo. Liberados del miedo, los guerreros supieron que estaban atestiguando algo especial. Sejuani estaba haciendo el juramento más sagrado de su pueblo.
Ataría un nudo de la muerte.
Deshizo sus trenzas y ágilmente ató la entraña de lobo en su cabello. Se preguntó a sí misma cuántas veces había hecho un juramento de muerte. ¿Una docena de veces? Más de las que cualquier guerrero conocido hubiera hecho jamás. El algún momento, caería en combate o fracasaría. ¿Hoy sería ese día?
Las flechas comenzaron a golpear la orilla a su alrededor mientras ataba el nudo. En respuesta, algunos de sus guerreros les dispararon flechas a los enemigos, pero el viento estaba en su contra.
—¡Yo soy Sejuani, matriarca de la Garra Invernal! ¡Yo soy la Ira del Invierno! ¡Yo soy el Mangual de los Vientos del Norte!—, gritó mientras ataba el último nudo triangular en su cabello. —Aún en la muerte, protegeré esta ribera hasta que hayan cruzado a salvo. ¡Este es mi juramento! Veo al Lobo. ¡Y mi destino... está atado!—.
Sus guerreros vitorearon; las voces se tornaron cada vez más roncas mientras trataban de alargar el sonido. Muchos lloraban de la emoción: Sejuani había jurado salvar sus vidas, incluso a costa de la suya.
No tuvo que darles más órdenes. Alistaron sus armas y subieron a las balsas. Cruzarían tan rápido como fuera posible. Con suerte, podrían llegar a tiempo para salvarla.
Sejuani colocó el fragmento de madera y cuero de nuevo entre sus dientes. Con sus dedos tocó el cabello áspero del cuello de Bristle, quien no necesitaba de un juramento ni de ninguna palabra para entender su determinación. La bestia gruñó y giró para mirar hacia el agua.
De nuevo, tomó la Ira del Invierno y la blandió. Exhausta y adolorida, transpirada debido al calor, Sejuani sumergió su arma en el agua.
Se formó un puente de hielo por el cual Bristle avanzó a toda velocidad. El hielo se quebró y se ladeó, pero su montura no se detuvo.
Las flechas se dirigían hacia ella; ya no eran los disparos aislados y exploratorios de antes, sino una lluvia negra. Sejuani mantuvo en alto su escudo, pero, aun así, unas cuantas flechas se clavaron en sus hombros y muslos. Docenas de flechas atravesaron la piel de Bristle.
Cuando apenas iba por la mitad del río, el puente colapsó y ambos cayeron al agua.
Bristle hizo un gran esfuerzo, Desesperado por mantenerlos a flote sobre la superficie. Las flechas no paraban de caer. La orilla distante había desaparecido. Lo único que Sejuani podía ver era una tormenta de proyectiles negros y el agua tiñéndose de rojo con la sangre de Bristle.
La enorme bestia aullaba; su llanto era como una tempestad mezclada con un lamento pueril. Escupía y balbuceaba. Sin pensarlo, Sejuani se inclinó hacia él. Protegió su torso con el de ella. Con su escudo cubrió el rostro de su montura para paliar su sufrimiento.
En ese momento, pensó: Tal vez nuestra muerte llegue hoy.
De repente, Bristle pudo pisar tierra en los bajos. En vez de ahogarse, la bestia dio grandes zancadas hasta llegar a la orilla.
Sejuani se paró sobre su montura y blandió su mangual frente a ella para lanzar una explosión de hielo. El estallido destrozó a una docena de arqueros sin armadura. Bristle corneó y pisoteó a dos más. Los arqueros restantes huyeron despavoridos hacia lo alto de la colina en busca de resguardo detrás de los lanceros, quienes habían formado un muro de escudos para bloquear el siguiente ataque. Llovieron más misiles y los lanceros salieron a la carga en masa contra ella momentáneamente, pero Sejuani sonrió al ver que los arqueros habían perdido su oportunidad.
Miró hacia atrás y vio cómo sus propios guerreros cruzaban sin ser hostigados por la ráfaga de proyectiles que acababa de soportar. Sejuani no sabía si sobreviviría a este día, pero había cumplido el juramento que le prometió a los suyos.
Y eso era lo único que importaba.
Trivia[]
- Un nudo de la muerte es atar tu cabello con un nudo de cuerda intestinal de lobo o algo similar en un patrón particular. Independientemente de dónde esté vinculado, indica que se tiene la intención de completar una tarea incluso si te mata. Se puede usar para atar las manos de una persona a sus armas, un remo o un arnés. [1]
Referencias[]
- REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref