Los Muelles del Matadero, El encargo, Un viejo amigo[]
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Los muelles del matadero de Pueblo Rata, un lugar tan maloliente como su nombre lo sugiere.
Sin embargo aquí estoy, oculto entre las sombras, respirando el hedor a sangre y vísceras abiertas de las serpientes marinas.
Me sumerjo más en la oscuridad, ocultando mi rostro con el ala del sombrero. Miembros de los Ganchos Dentados, armados hasta los dientes, rondan en las cercanías.
Su fama de salvajes los precede; seguro me derrotarían en una pelea justa. Solo que jugar limpio no es lo mío, y no estoy aquí para pelear. No esta vez.
¿Entonces, qué hago aquí, en uno de los rincones más sucios de toda Aguasturbias?
Pues el dinero. ¿Qué más podría ser?
El encargo es una jugada arriesgada, lo sé; pero no podía dejar pasar una recompensa de ese tamaño. Además, me aseguré de que las cartas jueguen a mi favor.
No pienso quedarme por mucho tiempo. Entraré y saldré de aquí, tan raudo y silencioso como me sea posible. Cuando termine, cobraré lo que me corresponde y desapareceré con el sol. Si todo sale bien, estaré de camino a Valoran antes de que se hayan dado cuenta de que la maldita cosa ya no está.
Los matones doblan en la esquina del enorme cobertizo del matadero. Eso me da dos minutos antes de que regresen. Tiempo de sobra.
La luna plateada se oculta tras un manto de nubes al tiempo que el muelle se cubre de sombras. Hay cajas desperdigadas por todo el puerto tras la jornada de hoy. Son perfectas para ocultarse.
Veo guardias apostados en la bodega principal. Sus siluetas vigilantes cargan ballestas. Cuchichean en voz alta, como esposas de pescadores. Ni aun con campanas en la ropa alguno de estos cretinos me hubiera escuchado.
Creen que nadie sería tan tonto como para venir por aquí.
Un cadáver hinchado cuelga por encima, para que todos lo vean. El bulto gira lentamente con la brisa nocturna que recorre la bahía. Es... desagradable. Un gancho enorme, como los que se usan para cazar mantas, mantiene el cuerpo en el aire.
Tras cruzar unas cadenas oxidadas por la humedad de las piedras, llego a un par de imponentes grúas, que llevan a las criaturas marinas gigantes a los cobertizos del matadero para faenarlas. De ahí proviene el olor nauseabundo que impregna cada rincón de este lugar. Tendré que comprar ropa nueva cuando termine con esto.
Al otro lado de la bahía, más allá de las aguas cebadas de los muelles del matadero, un grupo de barcos echa anclas mientras sus linternas se mecen con el vaivén del agua. Una embarcación me llama poderosamente la atención: un gigantesco galeón de guerra, de velas negras. Sé quién es el dueño; todo el mundo en Aguasturbias sabe quién es el dueño.
Me detengo a saborear el momento. Estoy a punto de robarle al hombre más poderoso de la ciudad. Siempre es emocionante mirar a la muerte a los ojos y escupirle en la cara.
Como era de esperarse, la bodega principal está tan cerrada como las piernas de una noble doncella. Hay guardias fijos en todas las entradas, y cerraduras y barrotes en las puertas. Si no se tratara de mí, diría que es imposible penetrar este lugar.
Me escabullo por un callejón al otro extremo de la bodega. No tiene salida ni es tan oscura como hubiera preferido. Si sigo aquí cuando la patrulla regrese, me verán. No hay duda. Y si me capturan, mi última esperanza será una muerte rápida. Lo más probable es que me lleven con él... donde mi fin sería mucho más lento y doloroso.
El truco, como siempre, está en no dejarse atrapar.
Escucho pasos. Los matones volvieron antes de tiempo. Con suerte me quedan un par de segundos. Saco una carta de la manga y la deslizo entre mis dedos sin pensarlo, algo tan natural en mí como respirar. Esta es la parte sencilla; lo que viene a continuación es lo delicado.
Doy rienda suelta a mi mente y la carta comienza a resplandecer. Siento la presión a mi alrededor; la posibilidad de llegar a cualquier lado casi me doblega. Entrecierro los ojos y pienso en el lugar al que debo llegar.
De pronto siento un vuelco en el estómago que me resulta conocido, justo al desplazarme. En un instante, el aire se mueve conmigo y entro a la bodega. Sin dejar rastro.
Me sorprende lo bueno que soy.
Afuera, si uno de los Ganchos Dentados mirara hacia el callejón, vería tan solo una carta cayendo al suelo. Es probable que ni eso.
Orientarme me toma unos instantes. El tenue brillo de las linternas se cuela a través de las grietas de los muros. Mis ojos se ajustan a la luz.
La bodega está repleta hasta el tope de tesoros traídos de los Doce Mares: armaduras resplandecientes, obras de arte exóticas y sedas brillantes. Hay muchos objetos de valor, pero estoy aquí por otra cosa.
Desvío mi atención a las compuertas de carga al frente de la bodega, donde deben tener los últimos embarques. Toco cada paquete y embalaje con los dedos hasta toparme con una cajita de madera. Puedo sentir el poder que emana de su interior; esto es lo que me trajo hasta aquí.
Abro la tapa.
Mi premio está a la vista. Es una daga magnífica, que reposa en una cama de terciopelo negro. Me dispongo a tomarla, cuando…
Ch-chom.
Quedo petrificado. El sonido es inconfundible.
Antes de que pronuncie una sola palabra, sé quién es la persona a mis espaldas.
—Fate —dice Graves, entre penumbras—. Tanto tiempo.
La espera, Reunión, Fuegos artificiales[]
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Llevo horas aquí. Habrá quienes no puedan quedarse quietos por tanto tiempo. Yo, en cambio, tengo mi ira para hacerme compañía. Y no pienso irme de aquí hasta ajustar cuentas.
Bien pasada la medianoche, la serpiente finalmente aparece en la bodega. Como siempre, de la nada y recurriendo al mismo viejo truco de magia. Preparo mi escopeta, listo para reventarlo de un plomazo. Después de pasarme años enteros buscando a este traidor hijo de perra, aquí lo tengo, frente a mis ojos, a merced del cañón de Destino.
—Fate —digo—. Tanto tiempo.
Había preparado una mejor frase para la ocasión. Curioso que la haya mandado al diablo apenas lo vi frente a mí.
¿Y Fate? Su rostro no decía nada. No había ni miedo ni arrepentimiento. Ni siquiera un dejo de sorpresa, incluso con un arma cargada apuntándole en la cara. Maldito sea.
—Malcolm, ¿cuánto tiempo llevas parado ahí? —me pregunta, con un dejo de sonrisa en su voz que solo logra enfurecerme más.
Apunto. Puedo apretar el gatillo y dejarlo más muerto que una rata en el mar.
Es lo que debería hacer. Pero aún no. Necesito escuchar que lo diga.
—¿Por qué lo hiciste? —le pregunto, sabiendo perfectamente que saldrá con alguna respuesta ingeniosa.
—¿Es necesaria el arma? Pensé que éramos amigos.
Amigos. Este desgraciado se está burlando de mí. Lo único que quiero hacer ahora es arrancarle su petulante cabeza, pero debo mantener la calma.
—Te ves tan elegante como siempre —me dice.
Agacho la cabeza para ver las mordidas de peces navaja en mi ropa; tuve que nadar para evitar a los guardias. Desde que amasó un poco de fortuna, Fate se obsesiona con la apariencia. No puedo esperar a estropearle al atuendo. Pero primero necesito respuestas.
—Dime por qué me dejaste cargando con la culpa, o van a recoger los trozos de tu linda cara de entre las balsas —esta es la forma en que tienes que hablarle a Twisted Fate. Si le das la menor oportunidad, te comenzará a enredar con sus palabras hasta que no sepas dónde ha quedado tu cabeza.
Su escurridiza forma de ser nos fue bastante útil cuando éramos socios.
—Diez condenados años, ¡encerrado! ¿Sabes cómo termina un hombre después de algo así?
No, no lo sabe. Por primera vez, no tiene algo ingenioso que decir. Sabe muy bien que me traicionó.
—Me hicieron cosas que habrían enloquecido a cualquier otro hombre. Solo la ira me mantuvo en pie. E imaginar este momento, justo ahora. Es entonces cuando llega la respuesta ingeniosa:
—Así que… fui yo quien te mantuvo con vida. Quizás deberías darme las gracias.
Esa es la gota que derrama el vaso. Estoy tan furioso que apenas puedo mirarlo. Quiere provocarme. De ese modo, cuando la ira me haya enceguecido, él ya se habrá esfumado. Respiro hondo e ignoro la carnada. Le sorprende que no muerda el anzuelo. Esta vez, no me iré sin una respuesta.
—¿Cuánto te pagaron por entregarme? —rujo.
Fate se queda en su sitio, sonriendo. Está tratando de ganar tiempo.
—Malcolm, me encantaría conversar de esto contigo, pero este no es el momento ni el lugar.
Casi demasiado tarde noté una carta bailando entre sus dedos. Espabilo y presiono el gatillo.
PUM.
Descartada. Por poco y también le vuelo la mano.
—¡Idiota! —me ladra. Por fin hice que perdiera los estribos—. ¡Acabas de despertar a toda la maldita isla! ¿Tienes idea de quién es el dueño de todo esto?
No me importa.
Preparo el segundo disparo. Apenas logro ver sus manos moviéndose cuando sus cartas explotan alrededor mío. Respondo con tiros, sin tener claro si lo quiero muerto o moribundo.
Antes de volver a dar con él entre el humo, mi ira y la lluvia de astillas, alguien abre una puerta de una patada.
Una multitud de matones entra rugiendo para aumentar la dosis de confusión que ya impera en todo el lugar.
—¿Estás realmente seguro de que quieres hacer esto? —me pregunta Fate, listo para lanzarme otro manojo de cartas.
Asiento con la cabeza y me preparo para disparar.
Es tiempo de saldar cuentas.
Comodines, Alarma, Juego de manos[]
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El asunto se complica. Rápido.
Toda la bodega está plagada de Ganchos Dentados, pero a Malcolm le importa un bledo. Lo único que le interesa soy yo.
Siento venir el siguiente tiro de Graves hacia mí, lo esquivo. El sonido de su arma es ensordecedor. Una caja explota justo en el lugar donde estaba yo medio segundo antes.
Creo que mi socio de antaño intenta matarme.
Doy un salto acrobático sobre una pila de marfil de mamut mientras lanzo un trío de cartas en la dirección de mi perseguidor. Me agacho para esconderme antes de que den en el blanco, listo para encontrar una salida. Solo necesito un par de segundos.
Aunque maldice en voz alta, las cartas apenas logran retrasarlo un instante. El muy bastardo siempre ha sido un hueso duro de roer. Uno bastante obstinado. Nunca ha sabido dejar el pasado atrás.
—No te vas a escapar, Fate —dice con un gruñido—. No esta vez.
No hay duda. Su encanto no ha cambiado un ápice.
Pero se equivoca, como de costumbre. Me iré de aquí tan pronto encuentre una salida. No tiene sentido hablar con él cuando lo único que quiere es desquitarse.
Otro disparo. Una bala rebota en una armadura demaciana invaluable para luego incrustarse en los muros y en el piso. Me muevo de izquierda a derecha, zigzagueando y amagando, corriendo de principio a fin. Graves me persigue bramando sus amenazas y acusaciones, con su escopeta ladrando implacable en sus manos. Para ser un hombre grande, es rápido. Casi lo había olvidado.
Y no es mi único problema. Con todos sus gritos y disparos, el muy idiota desató un avispero de guardias. Los Ganchos Dentados nos tienen acorralados. Son lo suficientemente astutos además para haber dejado a algunos de sus hombres protegiendo la puerta principal.
Necesito salir de aquí, pero no me iré sin lo que vine a buscar.
Arrastro a Graves por toda la bodega hasta llegar a mi punto de partida, un poco antes de que él lo haga. Hay Ganchos entre mi premio y yo, y vienen más en camino. No hay tiempo que perder. La carta en mi mano brilla al rojo vivo. La lanzo justo al centro de las puertas de la bodega. La detonación revienta las bisagras y dispersa a los Ganchos. Me muevo en esa dirección.
Uno de ellos se recupera antes de lo que esperaba e intenta golpearme con un hacha de mano. Me balanceo para esquivar el golpe y le doy una patada en la rodilla mientras lanzo otra baraja de cartas a sus amigos para mantenerlos a raya.
Con el camino ya despejado, me apodero de la daga ornamentada que vine a robar y la engancho en mi cinturón. Después de tantos problemas, que al menos me paguen.
Las compuertas de carga, abiertas de par en par, llaman por mí. Pero hay demasiados Ganchos amontonados. No hay forma de salir, así que decido quedarme en la única esquina silenciosa que resta en esta casa de orates.
Una carta corre entre mis dedos cuando me alisto a cambiar de sitio. Sin embargo, justo cuando empezaba a alejarme, Graves aparece, acechándome como un perro rabioso. La culata de Destino retrocede y reduce a un Gancho Dentado a pedazos.
La mirada de Graves se dirige a la carta que resplandece en mi mano. Sabiendo lo que significa, apunta el cañón humeante de su pistola hacia mí. Me veo obligado a moverme, a interrumpir mi concentración.
—No puedes correr para siempre —dice rugiendo tras de mí.
Hay que admitir que no es un idiota. No me concede el tiempo que necesito.
Me está sacando de foco, y solo pensar en que los Ganchos podrían atraparme, ya me está afectando. Su jefe no tiene fama de misericordioso.
Mi cabeza se llena de pensamientos. Entre ellos distingo la sensación de que alguien me ha tendido una trampa. Me ofrecen un encargo sencillo de la nada, cuando más lo necesito y, sorpresa, me encuentro a mi viejo socio en el lugar del atraco, esperándome. Alguien mucho más listo que Graves ha querido verme la cara.
No puede pasarme a mí esto. Me daría un puñetazo por ser tan descuidado, pero hay todo un muelle lleno de gigantones listos para hacerlo por mí.
En este momento, lo único que importa es largarme de aquí como sea. Dos estallidos de esa condenada escopeta de Malcolm hacen que salga volando. Mi espalda termina chocando contra una polvorienta caja de madera. La saeta de una ballesta se aloja en la madera podrida justo detrás de mí, a centímetros de mi cabeza.
—No hay salida, mi estimado —me grita Graves.
Miro a mi alrededor. El fuego de la explosión está llegando al techo. Puede que tenga razón.
—Nos traicionaron, Graves —le grito.
—Tú debes saber mucho de eso —me responde.
Intento razonar con él.
—Si trabajamos juntos, podemos salir de esta.
Debo estar desesperado.
—Preferiría que los dos muriéramos aquí antes de confiar en ti otra vez —gruñe.
No esperaba menos. Intentar que entre en razón solo aumenta su enojo, que es justo lo que necesito. La distracción me da el tiempo suficiente para salir de la bodega.
Puedo escuchar a Graves adentro, gruñendo. Sin duda fue a revisar el sitio donde estaba, sin encontrar nada más que una carta a modo de provocación.
Lanzo un sinfín de barajas a través de las compuertas de carga detrás de mí. Demasiado tarde para andarme con sutilizas.
Me siento mal por un instante, por dejar a Graves en un edificio en llamas. Pero lo conozco; sé que esto no acabará con él. Es demasiado obstinado como para dejarse matar así. Además, un incendio en el muelle es cosa seria en un pueblo porteño. Todo esto podría darme algo de tiempo.
Mientras busco la forma más rápida de salir de los muelles del matadero, el sonido de una explosión me hace levantar la cabeza.
Es Graves, que aparece a través de un agujero creado por él mismo tras hacer explotar un costado de la bodega. Tiene la mirada de asesino.
Lo saludo con el sombrero y me echo a correr. Me persigue disparando su escopeta.
Tengo que admirar la determinación de este tipo.
Con suerte, no me matará esta noche.
Tallado en hueso, Lección de fuerza, Un mensaje[]
Los ojos del joven pilluelo estaban bien abiertos y asustados conforme se iba acercando a los aposentos del capitán.
Fueron los gritos agónicos que venían de la puerta al final del pasadizo los que hicieron que empezará a pensarlo dos veces. Los alaridos que hacían eco a través de las cubiertas claustrofóbicas del enorme buque de guerra negro podían ser escuchados por cualquier miembro de la tripulación a bordo del Masacre. Justo lo que el capitán quería.
El primer oficial, con el rostro poblado de cicatrices, había puesto la mano sobre el hombro del chico para reconfortarlo. Se detuvieron frente a la puerta. El chico se estremeció mientras otro lamento atormentado se escuchaba desde adentro.
—Firme —dijo el primer oficial—. Al capitán le interesará escuchar lo que tienes que decir.
Después de oírlo decir eso, golpeó la puerta intensamente. Un momento después, una mole con tatuajes en el rostro que llevaba una espada curva y amplia en la espalda abrió la puerta. El chico no escuchó las palabras que se decían los dos hombres. Su mirada estaba puesta en la figura corpulenta sentada de espaldas a él.
El capitán era un hombre voluminoso y de mediana edad. Su cuello y sus hombros eran gruesos, semejantes a los de un toro. Se había arremangado y sus antebrazos estaban completamente empapados en sangre. Un gabán rojo colgaba de un perchero cercano, junto a su tricornio negro.
—Gangplank —dijo el pilluelo en un respiro, con la voz llena de miedo y pavor.
—Capitán, me imaginé que querría escuchar esto —dijo el oficial.
Gangplank no dijo nada ni miró hacia ninguna parte, decidido a seguir con su trabajo. El marino lleno de cicatrices dio un empujón al niño, quien tambaleó antes de recuperar el equilibrio y se tropezó unos pasos que lo acercaron al capitán del Masacre, como quien se aproxima al borde de un acantilado. Su respiración se iba acelerando a medida que contemplaba la obra del capitán.
Había varios cuencos con agua ensangrentada en el escritorio de Gangplank, junto a un grupo de cuchillos, ganchos e instrumentos quirúrgicos.
En su mesa de trabajo yacía un hombre, atado firmemente con correas de cuero. Lo único que podía mover era su cabeza. Miraba a su alrededor con una desesperación desgarradora, el cuello estirado y el rostro cubierto de sudor.
La mirada del muchacho se dirigió irremediablemente a la pierna izquierda, que había sido desollada. El chico de pronto se dio cuenta de que no podía recordar la razón que lo había llevado hasta ahí.
Gangplank interrumpió su labor para contemplar al visitante. Sus ojos eran igual de fríos y sin vida como los de un tiburón. Sostenía un cuchillo alargado en una mano, apoyado con delicadeza entre sus dedos como si fuera un fino pincel.
—La talla en hueso es un arte en extinción —dijo Gangplank, mientras volteaba de nuevo a ver su obra.— Son pocos hoy en día los que tienen la paciencia necesaria para tallar un hueso. Toma tiempo. ¿Lo ves? Cada corte cumple un propósito.
De algún modo, el hombre seguía vivo a pesar de la herida en su pierna. Le habían despellejado toda la carne y la piel del fémur. El chico, paralizado de horror, se fijó en lo detallista del diseño, un motivo de tentáculos y olas, que había tallado el capitán en el hueso. Era una obra delicada, incluso hermosa. Eso hacía que fuera más escalofriante.
El lienzo viviente de Gangplank comenzó a sollozar.
—Por favor... —gimió.
Gangplank ignoró su patética súplica y soltó el cuchillo. Desparramó un vaso de whiskey barato sobre su trabajo para limpiarle la sangre. El grito del hombre casi le desgarró la garganta hasta que se desplomó en la misericordia de la inconciencia. Los ojos amenazaban con salirse de su órbita. Gangplank gruñó en señal de disgusto.
—Niño, recuerda estas palabras —dijo Gangplank.— A veces, incluso quienes te son leales olvidan cuál es su lugar. De vez en cuando, debes procurar que lo recuerden. El poder de verdad tiene que ver con cómo te ven los demás. Si te muestras débil por un momento, será tu fin.
El chico asintió, con el rostro completamente pálido.
—Despiértalo —dijo Gangplank, apuntando con un gesto al tripulante inconsciente.— La tripulación entera debería escuchar su canción.
Cuando el médico del barco entró en escena, Gangplank volvió la mirada hacia el niño.
—Entonces —dijo.— ¿Qué era lo que querías decirme?
—Hay... un hombre —dijo el chiquillo, titubeando en cada palabra.— Un hombre en el muelle de Pueblo Rata.
—Continúa —dijo Gangplank.
—Estaba tratando de no ser visto por los Ganchos. Pero yo sí pude verlo.
—Ajá —dijo Gangplank entre murmullos mientras su interés empezaba a disiparse. El capitán se volvió hacia su obra.
—Sigue hablando, chico —le pidió el primer oficial.
—Estaba jugando con una baraja de cartas especiales. Resplandecían de un modo extraño.
Gangplank se levantó de la silla cual coloso saliendo de las profundidades.
—Dime dónde está —dijo Gangplank.
El cinturón de cuero de su pistolera crujía en su puño apretado.
—En la bodega grande, la que está cerca de los cobertizos.
La cara de Gangplank se enrojecía de furia mientras se ponía el gabán y tomaba su sombrero del perchero. Sus ojos también se veían rojos a la luz de la lámpara. El chiquillo no fue el único que dio un paso atrás por precaución.
—Dale al chico una serpiente de plata y un plato de comida caliente —le ordenó el capitán a su primer oficial mientras caminaba con decisión hacia la puerta de la cabina.
Y diles a todos que vayan al muelle. Tenemos trabajo por hacer.[1]
Lucha en los muelles, El Puente del Carnicero, Una ráfaga[]
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Estoy tosiendo negro. El humo del incendio de la bodega me carcome los pulmones, pero no tengo tiempo para recobrar el aliento. Fate se escapa. Preferiría morir antes que pasar otra eternidad acechándolo por toda Runaterra. Es tiempo de ponerle punto final.
El bastardo me ve venir. Empuja a un par de estibadores para sacarlos de su camino y corre a lo largo del muelle. Está tratando de trazar su vía de escape, pero le estoy pisando los talones; así le será imposible concentrarse.
Hay más Ganchos pululando en el perímetro, como moscas en una letrina. Antes de que puedan interponerse en su camino, Fate lanza un par de sus cartas explosivas y acaba con los matones. Un par de Ganchos no son nada para él. Pero yo sí. Lo voy a hacer pagar y Fate lo sabe. Se escabulle por el muelle tan rápido como puede.
Su riña con los matones del embarcadero me da el tiempo suficiente para alcanzarlo. Cuando me ve, se lanza tras una enorme pila de vértebras de ballena. Con un disparo de mi arma acabo con su escondite al tiempo que una multitud de huesos vuela por los aires.
Me responde tratando de arrancarme la cabeza, pero logro dispararle a su carta en pleno vuelo. Explota como si fuera una bomba y nos envía de rodillas al suelo. Se pone de pie rápidamente y huye. Le disparo con Destino a todo lo que da.
Algunos Ganchos se nos acercan con cadenas y sables. Doy un giro violento y les vuelo las entrañas hasta que se les salen por las espaldas. Echo a correr antes de poder escuchar el golpe húmedo de sus tripas estrellándose contra el embarcadero. Pongo la mira en Fate, pero me interrumpe el disparo de una pistola. Se aproximan más Ganchos, mejor armados.
Me escondo tras el casco de un viejo arrastrero para regresarles el fuego. Mi gatillo suena sin más. Tengo que recargar. Inserto munición nueva en el cilindro, escupo mi enfado en el piso y me sumerjo de nuevo en el caos.
A mi alrededor veo cajas de madera en pedazos, reventadas a punta de disparos y explosiones. Un disparo me arranca una buena parte de la oreja. Me armo de valor y empiezo a abrirme camino con el dedo en el gatillo. Destino acaba con quien se le ponga al frente. Un Gancho Dentado pierde la mandíbula. Otro sale volando en dirección a la bahía. Un tercero queda reducido a un puñado de tendones y músculos.
En medio del caos, diviso a Fate escapando hacia los rincones más lejanos de los muelles del matadero. Paso corriendo por el lado de un pescadero colgando anguilas de caza. Acaban de despellejar a una; sus tripas seguían desparramándose por el muelle. El hombre se voltea hacia mí empuñando su gancho de carnicero.
BAM.
Le vuelo una pierna.
BAM.
Continúo con un tiro en la cabeza.
Aparto el cadáver pestilente de un pez navaja de mi camino y sigo avanzando. La sangre acumulada de los peces y los Ganchos que derribamos me llega hasta los tobillos. Suficiente para que a un tipo elegante como Fate le dé un ataque. Incluso conmigo detrás de él, desacelera el paso para no mancharse las faldas.
Antes de que pueda alcanzarlo, Fate se echa a correr. Siento que me quedo sin aliento.
—¡Date la vuelta y enfréntame! —le grito.
¿Qué clase de hombre no se hace cargo de sus problemas?
Un ruido a mi derecha reclama mi atención hacia un balcón con dos Ganchos más. Le disparo, se derrumba y cae en pedazos hacia el muelle.
El humo de la pistola y los escombros es muy denso. No puedo ver un demonio. Corro hacia el sonido de sus delicadas botas que retumban contra las tablas de madera. Se está haciendo camino hacia el Puente del Carnicero, al borde de los muelles del matadero. La única salida de la isla. Por nada del mundo dejaré que se me escape de nuevo.
Al llegar al puente, Fate se detiene en seco a medio correr. Al principio pienso que se va rendir. Luego me doy cuenta de por qué se detuvo: En el otro extremo, una masa de bastardos con espadas se interpone en su camino. Pero yo no pienso detenerme.
Fate voltea para evitar el filo de las espadas, pero solo se topa conmigo. Soy su pared. Está atrapado. Mira a un costado del puente, en dirección al agua. Está pensando en saltar, pero sé que no lo hará.
Ya no le queda alternativa. Comienza a caminar en dirección a mí.
—Mira, Malcolm. Ninguno de los dos tiene que morir aquí. Tan pronto como salgamos de esta…
—Te vas a largar corriendo de nuevo. Como siempre lo has hecho.
No me responde nada. De pronto ya no le preocupo demasiado. Me doy vuelta para ver a qué le presta tanta atención.
Detrás de mí, veo cómo todas las escorias capaces de cargar una pistola o una espada invaden los muelles. Gangplank debe haber llamado a sus muchachos de todas partes de la ciudad. Seguir avanzando solo firmaría nuestra sentencia de muerte.
Por otro lado, morir no es mi mayor preocupación el día de hoy.
Se acercan, Sobre el abismo, Dar el salto[]
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Los Ganchos no tienen motivo para apresurarse. Ya no. Saben que nos tienen atrapados. Detrás de ellos, parece que todos los asesinos y sabandijas despiadados en Aguasturbias estuvieran diciendo presente. No hay vuelta atrás.
En el extremo más lejano del puente, bloqueando mi ruta de escape hasta el laberinto de las barriadas de Aguasturbias, aparece ni más ni menos que toda la banda de los Sombreros Rojos. Ellos dominan el lado este de la ribera. Sirven a Gangplank, al igual que los Ganchos Dentados y casi toda la maldita ciudad.
Graves está a mis espaldas, acercándose más con cada pisada. Al obstinado hijo de perra no le interesa el desastre en el que nos vinimos a meter. Realmente me cuesta creerlo. Aquí estamos otra vez, como hace tantos años. Hasta las rodillas de problemas y no logro que me escuche.
Me gustaría poder contarle qué fue lo que ocurrió realmente aquel día, pero no tendría sentido. No me creería ni por un segundo. Una vez que se le aloja un pensamiento en el cráneo, extirpárselo toma su tiempo. Claramente, el tiempo es algo que no nos sobra.
Me retiro hacia un costado del puente. Cerca del riel veo malacates y poleas suspendidos debajo de mí, a muchos metros sobre el océano. Mi cabeza da vueltas y mi estómago se me cae hasta las botas. Cuando vuelvo al centro del puente, me doy cuenta de la encrucijada en la que me he metido.
A la distancia puedo ver el barco de velas negras de Gangplank. Desde ahí se nos aproxima ni más ni menos que una armada de botes a toda marcha. Al parecer todos sus hombres vienen en camino.
No puedo escapar ni de los Ganchos, ni de los Sombreros, ni del cabeza dura de Graves.
Solo me queda una salida.
Pongo un pie sobre la verja del puente. No me había percatado de la altura. El viento azota mi abrigo y hace que se agite como vela al viento. Jamás debí volver a Aguasturbias.
—Sal de ahí ahora mismo —dice Graves. Estoy seguro de haber notado una cuota de desesperación en su voz. Quedaría destrozado si muriera antes de obtener la confesión que tanto ha buscado.
Respiro profundo. La caída sí que es larga.
—Tobías —dice Malcolm—. Retrocede.
Me detengo. Hacía mucho que no escuchaba ese nombre.
Un momento después, doy el salto.
El espectáculo, Un observador, Cae la noche[]
La Hidra Descarada era una de las pocas tabernas de Aguasturbias que no tenía aserrín en el piso. No era frecuente que un trago terminara en el suelo; para que hablar de un charco de sangre. Pero esta noche, el bullicio se escuchaba hasta allá por el Risco del Saltador.
Hombres de relativa reputación y mejores recursos echaban sapos y culebras cantando melodías fantásticas sobre las peores fechorías que habían cometido.
Y ahí, en medio del tumulto, una persona conducía el jolgorio de la noche.
Se contoneaba brindando a la salud del capitán del puerto y todos sus serenos. Su brillante cabello rojo se movía con soltura y cautivaba la mirada de todos los hombres presentes, quienes de todas formas no habían puesto los ojos en nada que no fuera ella.
Aunque la sirena de cabello carmesí se había asegurado de que ninguna copa quedara vacía esta noche, los hombres no se sentían atraídos hacia ella por la mera alegría de estar borrachos. Lo que anhelaban era la gloria de contemplar su siguiente sonrisa.
Con la taberna todavía rebosando de júbilo, se abrió la puerta principal, desde donde apareció un hombre vestido de manera sobria. Pasando tan desapercibido como solo es posible tras años de práctica, caminó hacia la barra y pidió un trago.
La joven mujer tomó un vaso recién servido de cerveza ambarina de entre un mostrador destartalado.
—Amigos míos, me temo que debo retirarme —dijo la dama con un gesto dramático.
Los hombres del puerto le respondieron con sendos alaridos de protesta.
—Bueno, bueno. Ya la pasamos bien —dijo en tono de tierno reproche—. Pero tengo una noche ajetreada por delante y ustedes ya van tarde si pretenden llegar a sus puestos.
Sin bacilar, se subió a una mesa, pero antes miró a todo el mundo a su alrededor con un dejo de regocijo y triunfo.
—¡Que la Serpiente Madre tenga piedad por nuestros pecados!
Les concedió la más cautivante de sus sonrisas, se llevó la jarra a los labios y bebió la cebada de un solo trago.
—¡En especial los más grandes! —dijo golpeando el vaso contra la mesa.
Se limpió la cerveza de la boca entre un estruendo apoteósico de aprobación y le lanzó un beso a la multitud.
Enseguida todo el mundo se retiró, como súbditos tras su reina.
El amable capitán del puerto le sostuvo la puerta a la dama. Esperaba conseguir una última mirada de aprobación, pero ella ya caminaba por las calles antes de que pudiera fijarse en su cortés y tambaleante reverencia.
Fuera de la taberna, la luna se había ocultado tras el Nidal del Manumiso y las penumbras de la noche parecían extenderse hasta alcanzar a la mujer. Cada paso que la alejaba de la taberna era más resoluto y seguro que el anterior. Su fachada despreocupada se había disuelto para revelar su verdadero ser.
Ya no quedaba un ápice de lo que hace unos segundos inspiraba alegría y entusiasmo. Miró con desaliento, no hacia las calles ni a los callejones alrededor suyo, sino a lo lejos, pensando en las miles de posibilidades que traía consigo esta noche.
Detrás de ella, el hombre de atuendo sencillo de la taberna le seguía el paso. Su pisada era silenciosa, pero desconcertantemente veloz.
En el lapso de un latido, sincronizó sus pasos a la perfección con los de ella, a unos centímetros de su hombro, justo fuera de su campo visual.
—¿Está todo en orden, Rafen? —preguntó ella.
Después de todos estos años, aún no podía creer que todavía no fuera capaz de sorprenderla.
—Sí, Capitana —dijo.
—¿No te detectaron?
—No —contestó resentido, luego de controlar su disgusto por la pregunta—. El capitán del puerto no tenía a nadie vigilando y en el barco no había ni una mosca.
—¿Y el chico?
—Hizo su parte.
—Muy bien. Nos vemos en el Sirena.
Luego de recibir su orden, Rafen se alejó y desapareció entre la oscuridad.
Ella siguió adelante mientras la noche la envolvía. Todo estaba puesto en marcha. Solo faltaba que los actores empezaran con el espectáculo.
El salto, Unas botas finísimas, Naranjas[]
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Escucho rugir a Graves mientras me zambullo. Todo lo que alcanzo a ver es la cuerda debajo de mí. No es tiempo de pensar en la caída o en las desconocidas y tétricas profundidades.
Todo se vuelve una mezcla borrosa de vientos huracanados.
Casi grito de alegría cuando alcanzo la cuerda, pero me quema la mano como un fierro al rojo vivo. Mi caída se detiene súbitamente cuando llego al punto de amarre.
Me quedo ahí por un momento, maldiciendo.
Había escuchado que caer al agua de una altura como esta no bastaba para matar a un hombre, pero prefiero correr el riesgo de lanzarme hacia el muelle de carga de piedra del que me separan al menos unos quince metros. Moriré, pero prefiero mil veces eso que ahogarme.
Entre donde estoy y la plataforma de piedra hay un par de cables de trabajo pesado que se extienden de aquí al continente, uno de ida y el otro de vuelta. Los impulsan unos mecanismos ruidosos y rudimentarios. Se utilizan para transportar partes faenadas de las bestias marinas a los mercados de todo Aguasturbias.
Los cables vibran mientras un balde pesado y oxidado, tan grande como una casa, surca su camino hacia mí.
Dejo que una sonrisa se dibuje en mi cara por un segundo. Al menos hasta que veo lo que está en el interior del carro. Estoy a punto de caer con los pies por delante a una cuba humeante de órganos de pescado.
Tardé meses en ganarme la moneda que pagué por estas botas. Flexibles como la gasa y fuertes como el acero templado, son una obra artesanal fabricada con la piel de un dragón marino abisal. Hay menos de cuatro pares en todo el mundo.
Demonios.
Coordino mi salto con precisión y aterrizo justo en medio del balde de bocado. El cebo frío se cuela por todas las fibras cosidas a mano de mis preciadas botas. Por lo menos mi sombrero sigue limpio.
De pronto escucho el ladrido de la maldita escopeta una vez más.
La línea de amarre explota.
El carro emite un chillido al liberarse de los cables. Me quedo sin aire cuando el balde se estrella contra la plataforma de piedra. Siento que los cimientos del muelle tiemblan antes de volcarse hacia un lado.
Todo cae sobre mi cabeza, incluida una tonelada de vísceras de pescado.
Lucho por mantenerme de pie mientras busco otra salida. Siento que los barcos de Gangplank se aproximan. Ya casi están aquí.
Me arrastro mareado hacia un bote pequeño atracado en el muelle de carga. No alcanzo a llegar a la mitad del tramo cuando un escopetazo le abre el casco de par en par hasta echarlo a pique.
Viendo cómo el bote se hunde, caigo al suelo de rodillas, muerto de cansancio. Trato de recuperar un poco el aliento soportando mi propio hedor. Malcolm está de pie junto a mí. De algún modo consiguió llegar hasta aquí también. Claro que pudo lograrlo.
—Ya no te ves tan elegante, ¿eh? —Graves sonríe y me mira de arriba abajo.
—¿Cuándo vas a aprender? —digo, poniéndome de pie—. Cada vez que intento ayudarte, me...
Graves le dispara al suelo en frente de mí. Estoy seguro de que algo me golpeó la espinilla. —Si solo me escucha...
—Ya te escuché lo suficiente, amigo mío —me interrumpe, mascullando cada palabra—. Era el atraco más grande de nuestras vidas y tú te escapas antes de que pudiera darme cuenta.
—¿Antes de qué? Te lo dije...
Le sigue otro disparo y otra lluvia de piedras, pero ya me tiene sin cuidado.
—Traté de que saliéramos de ahí. Todos los demás nos dimos cuenta de que nada estaba saliendo como esperábamos —le dije—. Pero tú no querías ceder. Como siempre —la carta está en mi mano antes de siquiera darme cuenta.
—Te lo dije entonces, todo lo que debías hacer era apoyarme. Habríamos salido de ahí, felices y forrados. Pero tú optaste por correr —me dice, dando un paso adelante. El hombre que solía conocer parece haberse perdido tras una capa de odio acumulada durante años.
No intento decir otra palabra. Ahora lo veo en sus ojos. Algo dentro de él se quebrantó.
Por sobre su hombro veo un resplandor; es un mosquete de chispa. La vanguardia de la tropa de Gangplank viene hacia nosotros.
Lanzo una carta sin pensarlo. Atraviesa el aire justo en dirección hacia Graves.
Su arma da un tronido.
Mi carta acaba con uno de los hombres de Gangplank. Su pistola estaba apuntando a la altura de la espalda de Malcolm.
Detrás de mí, otro miembro de su banda cae al suelo empuñando un cuchillo. Si Graves no le hubiera disparado, podría haber acabado conmigo sin más.
Ambos nos miramos. No perdimos el hábito.
Los hombres de Gangplank ahora nos rodean por todas partes, acercándose cada vez más entre aullidos y abucheos. No podemos luchar contra tantos.
A Graves eso no lo detiene. Levanta su arma y se da cuenta de que no le quedan balas.
No saco ninguna carta. No tiene sentido.
Malcolm da un rugido y se abalanza contra ellos. Esa es su forma de hacer las cosas. Con la culata de la pistola, le quiebra la nariz a un bastardo, pero la turba le da una paliza.
Siento que unas manos me agarran y me contienen los brazos. Levantan a Malcolm del suelo. Cae sangre de su rostro.
De pronto dejo de oír los gritos y aullidos de la turba. Siento escalofríos.
La muralla de matones se retira para darle paso a una silueta, un hombre con un abrigo rojo que se dirige a nosotros.
Es Gangplank.
De cerca es mucho más grande de lo que imaginaba. Y más viejo. Las líneas de su cara son profundas y definidas.
Con una mano sostiene una naranja mientras le quita la cáscara con una navaja para tallar. Lo hace lentamente, concentrándose en cada corte.
—Cuéntenme, camaradas —dice. Su voz es un gruñido ronco y profundo—. ¿Les gustan los tallados en hueso?[2]
Sangre, Verdad, La Hija de la Muerte[]
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El puño choca contra mi cara otra vez. Me desplomo de golpe contra la cubierta del barco de Gangplank. Un par de esposas hechas de arrabio se me clavan en las muñecas.
Me ponen de pie con dificultad y me obligan a arrodillarme junto a Fate. Lo cierto es que no podría haberme puesto de pie si esta manada de matones virolentos no me hubiese obligado a hacerlo.
El enorme y musculoso imbécil que me golpeó entra y sale de mi vista.
—Vamos, hijo —le digo—. Lo estás haciendo mal.
No veo venir el siguiente golpe. Siento una explosión de dolor y mi cara vuelve a la cubierta. Vuelven a levantarme y a ponerme de rodillas. Escupo sangre y algunos dientes. Luego sonrío.
—Hijo, mi abuelita pega más fuerte que tú y eso que la enterramos hace ya cinco años.
Se acerca para golpearme otra vez, pero una palabra de Gangplank hace que se detenga enseguida.
—Es suficiente —dijo el capitán.
Bamboleando un poco, intento concentrarme en la borrosa silueta de Gangplank. Mi vista se aclara lentamente. Veo que lleva colgado en su cinturón la maldita daga que Fate intentó robarse.
—Twisted Fate, ¿no? Me dijeron que eras bueno. Y yo no soy de aquellos que menosprecian la obra de un gran ladrón —dice Gangplank. Da un paso adelante y se queda mirando a Fate—. Pero un buen ladrón sabría que es mejor evitar robarme a mí. —Se agacha y me mira fijamente a los ojos.
—Y tú... Si fueras un poco más listo, sabrías que lo mejor habría sido poner tu arma a mi servicio. Pero ya no importa.
Gangplank se levanta y nos da la espalda.
—No soy un hombre poco razonable —continúa—. No le pido a la gente que se arrodille ante mí. Todo lo que pido es un mínimo de respeto... algo sobre lo que ustedes escupieron encima. Y eso no puede quedar impune.
Su tripulación empieza a acercarse, como perros esperando la orden para despedazarnos. De cualquier manera, no me siento nervioso. No pienso darles esa satisfacción.
—Hazme un favor —le digo, apuntando hacia Fate con la cabeza—. Mátalo a él primero.
Gangplank suelta una risita.
Le hace un gesto a un hombre de su tripulación, quien comienza a hacer sonar la campana del barco. En respuesta, suenan una docena más en toda la ciudad puerto. Borrachos, marineros y tenderos empiezan a brotar de las calles, atraídos por el alboroto. El maldito quiere hacerlo público.
—Aguasturbias nos mira, muchachos —dice Gangplank—. Es tiempo de darles un espectáculo. ¡Traigan a la Hija de la Muerte!
Escucho un vitoreo mientras la cubierta retumba con el clamor de pisotones en el suelo. Traen un viejo cañón. Puede que esté oxidado y verde de lo viejo que es, pero sigue siendo una belleza.
Doy un vistazo hacia donde está Fate. Tiene la cabeza gacha y no dice una palabra. Le quitaron sus cartas... una vez que acabaron de encontrarlas. Ni siquiera le permitieron que se quedara con su estúpido sombrero de dandi; ahora veo a un pequeño malnacido usándolo entre la multitud.
De todos los años que conozco a Fate, siempre había sido capaz de hallar una salida. Ahora que está acorralado, puedo ver la derrota en su cara.
Bien.
—Es lo que te merecías, maldito infeliz —le gruño.
Él me devuelve la mirada. Todavía hay fuego en sus ojos.
—No me enorgullece la manera en que se dieron las cosas...
—¡Dejaste que me pudriera ahí adentro! —lo interrumpo.
—Yo y el resto de la tripulación intentamos sacarte de ahí. ¡Y eso les costó la vida! —responde furioso—. Perdimos a Kolt, a Wallach, al Ladrillo... a todos ellos. Y todo por tratar de salvar tu obstinado pellejo.
—Pero tú saliste sano y salvo —contesto—. ¿Sabes por qué? Porque no eres más que un cobarde. Y nada de lo que puedas decir va a cambiar eso.
Mis palabras lo hieren como puñetazos. No intenta responder. La última chispa de lucha en sus ojos se esfuma al tiempo que sus hombros se desploman. Todo terminó para él.
Ni siquiera Fate podría ser tan buen actor. Mi ira se disipa.
De pronto me siento cansado. Cansado y viejo.
—Todo se fue al diablo y supongo que ambos tenemos la culpa —dice—. Pero no te estaba mintiendo. De verdad tratamos de sacarte. Ya no importa. Solo vas a creer lo que quieras de todos modos.
Me toma un momento digerir sus palabras; me toma un poco más darme cuenta de que le creo.
Demonios, tiene razón.
Hago las cosas a mi modo. Siempre lo hice. Cada vez que me pasaba de la raya, él estaba ahí, apoyándome. Era él el que siempre hallaba una salida.
Pero no le puse atención ese día, ni lo hice desde entonces.
Por eso terminé haciendo que nos maten a ambos.
De pronto nos levantan de un tirón y nos arrastran hacia el cañón. Gangplank lo acaricia como si fuera su mascota.
—La Hija de la Muerte me ha servido bien —dice—. Hace tiempo que buscaba la oportunidad de despedirla como se merece.
Un grupo de marineros arrastra una gruesa cadena y comienza a enrollarla alrededor del cañón. Ahora me doy cuenta de lo que pretenden hacer.
Nos ponen espalda con espalda, y la misma cadena nos recorre las piernas y las esposas. Un cerrojo se cierra de golpe, atándonos a la cadena.
Una compuerta de embarque se abre en la borda del barco, hasta donde llevan al cañón a ocupar su lugar. Los mirones repletan los pantalanes y los muelles de Aguasturbias, dispuestos a presenciar el espectáculo.
Gangplank apoya el tacón de su bota en el cañón.
—Bueno, no pude librarnos de esta —dice Fate por encima del hombro—. Siempre supe que algún día serías mi ruina.
Dejo escapar una risa cuando lo dice. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me reí.
Nos arrastran hasta la orilla del barco cual ganado al matadero.
Supongo que este será mi final. Tuve una buena vida mientras pude. Pero la suerte no es eterna para nadie.
Es justo ahí que me doy cuenta de lo que tengo que hacer.
Con mucho cuidado y haciendo presión contra mis esposas, logro meter una mano en el bolsillo de atrás. Sigue ahí; es la carta de Fate que encontré en la bodega. Tenía planeado usarla para metérsela en su condenada garganta.
Los matones revisaron a Fate de arriba abajo para ver si tenía cartas, pero no a mí.
Le doy un empujón. Gracias a que estamos encadenados juntos, es fácil darle la carta a Fate sin que lo noten. Puedo sentirlo titubear cuando se la entrego.
—Como tributo son insignificantes, pero al menos me servirán —dice Gangplank—. Denle mis saludos a la Gran Barbuda.
Mientras saluda a la multitud, Gangplank empuja al cañón por la borda con una patada. El armatoste cae a las aguas oscuras de un chapuzón y empieza a hundirse rápidamente. La cadena sobre el muelle cae con él un momento después.
Ahora que se acerca nuestro fin, le creo a Fate. Sé que lo intentó todo con tal de sacarme, al igual que todas las veces que trabajamos juntos. Pero en esta ocasión, y por primera vez, yo soy el que tiene la solución. Al menos puedo compensarlo con eso.
—Lárgate de aquí.
Fate empieza a hacer sus movimientos y gira la carta entre los dedos. A medida que empieza a acumular poder, siento una presión incómoda en la nuca. Siempre odié estar cerca suyo cuando hacía este truco.
De pronto, se esfuma.
Las cadenas que ataban a Fate caen al muelle estruendosamente, lo que saca algunos gritos entre la multitud. Mis cadenas siguen estando bien apretadas. Aunque no salga de esta, solo ver la expresión en la cara de Gangplank ya hace que valga la pena.
La cadena del cañón me hace caer. Me doy de bruces contra el muelle y gruño de dolor. Un instante después caigo del bote.
El agua fría me golpea y me deja sin aliento.
Estoy sumergido. Me hundo con rapidez. La oscuridad me arrastra.
La zambullida, Una lucha con la oscuridad, Paz[]
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La carta que Malcolm puso en mi mano podría llevarme fácilmente hasta el muelle. Estoy tan cerca de la costa; desde ahí, desaparecer entre la multitud sería facilísimo. Podría escapar de este chiquero de isla en menos de una hora. Esta vez nadie me encontraría.
Un momento después, todo lo que veo es su cara enfurecida a medida que desaparece en las profundidades.
Maldito sea.
No puedo abandonarlo. No después de lo que pasó la última vez. Escapar no es una opción. Sé a dónde tengo que ir.
Siento que la presión se acumula y luego desaparezco.
En un instante estoy justo detrás de Gangplank, listo para hacer lo mío.
Un miembro de su tripulación me detecta sin tener explicación para cómo llegué aquí. Mientras piensa sobre el asunto, le doy un puñetazo justo en la cara. Su cuerpo cae sobre un montón de grumetes perplejos. Todos voltean a mirarme, los sables listos en sus manos. Gangplank lidera el ataque y trata de cortarme justo a la altura de la garganta.
Pero soy más rápido que él. En un único y sutil movimiento, me deslizo por debajo del acero arqueado y despojo a Gangplank de la adorada daga de plata guardada en su cinturón. Detrás de mí, escucho maldiciones que podrían quebrar el mástil en dos.
Salto hasta la cubierta y me guardo la daga en los pantalones mientras el extremo de la cadena se rompe contra la orilla del barco. Me estiro y agarro el último eslabón de acero antes de que desaparezca por la borda.
Al romperse, la cadena me tira hacia un costado y ahí es donde me doy cuenta de lo que acabo de hacer.
El agua viene hacia mí rápidamente. En ese instante eterno, cada parte de mi cuerpo quiere soltar la cadena. El hecho de ser un hombre de agua dulce que no sabe nadar me ha perseguido toda la vida. Y ahora me condenará a la muerte.
Respiro una última bocanada de aire. De pronto, el disparo de un mosquetón me perfora el hombro. Doy un grito de dolor y dejo ir mi último suspiro justo antes de que el mar me arrastre.
El agua congelada me golpea el rostro a medida que me hundo en su sofocante eternidad azul.
Es mi peor pesadilla.
Siento cómo se acumula el pánico. Trato de contenerlo. Casi me supera. Más disparos atraviesan el agua sobre mi cabeza.
Veo tiburones y mantas cerca. Pueden saborear la sangre. Me siguen mientras caigo en el abismo. Sigo hundiéndome.
Solo vive en mí el terror, de dolor no hay nada. Siento el latido de mi corazón en los oídos. Mi pecho arde. Debo evitar tragar agua. La oscuridad se retuerce en torno a mí. Es demasiada profundidad. No hay vuelta atrás. Ya lo tengo claro.
Pero todavía puedo salvar a Malcolm.
Escucho un ruido sordo bajo mis pies. Entonces, la cadena queda floja. Es el cañón, que acaba de chocar contra el suelo marino.
Uso la cadena para arrastrarme hacia las sombras. Veo una silueta más abajo. Creo que es Graves. Me arrastro con desesperación hacia él.
De pronto veo que está frente a mí, aunque a duras penas distingo el contorno de su cara. Creo que agita la cabeza para mostrar su furia porque regresé.
Voy a desmayarme. Mi brazo está entumecido y siento que me aplastan el cráneo.
Suelto la cadena para sacar la daga del pantalón. Mi mano tiembla.
Busco a ciegas en la oscuridad. Por obra de algún milagro, encuentro la cerradura de las esposas de Graves. Inserto la daga para tratar de forzarla, tal como lo hice con otras miles de cerraduras. Pero mis manos no dejan de temblar.
Incluso Graves debe estar aterrorizado. A estas alturas, sus pulmones deberían haberse rendido. La cerradura no cede.
¿Qué haría Malcolm en mi lugar?
Giro la daga. Adiós a la delicadeza. No queda más que recurrir a la fuerza bruta.
Siento que algo cede. Creo que me corté la mano. La daga cae. En dirección al abismo. Y sigue su curso... ¿Qué es ese brillo?
Justo sobre mí, percibo un rojo intenso. Rojo y naranja. Está en todas partes. Es hermoso… Así que esto es morir.
Me río.
Empiezo a tragar agua.
Es agradable.
Fuego y ruina, Una conclusión, La peor parte[]
Miss Fortune mira hacia la bahía desde la cubierta de su barco, el Sirena. Las llamas se reflejaban en sus ojos mientras trataba de asimilar el nivel de destrucción que había causado.
Lo único que quedaba del barco de Gangplank eran escombros en llamas. La tripulación había muerto en la explosión, ahogada entre todo el caos o devorada por una colonia de peces navaja.
Había sido un momento apoteósico. Una descomunal bola de fuego rodante había iluminado la noche como un nuevo sol.
La mitad de la ciudad lo había presenciado; Gangplank se había asegurado de que así fuera, tal como ella lo esperaba. Tuvo que humillar a Twisted Fate y a Graves en frente de todo Aguasturbias. Tuvo que recordarle a todo el mundo por qué es mejor no cruzarse con él. Para Gangplank, las personas solo son herramientas que puedes usar para mantener el control. Esta fue la carta que ella utilizó para matarlo.
Los gritos y las campanadas hacían eco por toda la ciudad portuaria. La noticia se propagaría como reguero de pólvora.
Gangplank está muerto.
Las comisuras de sus labios dibujaron una sonrisa.
Esta noche solo era el fruto de todos sus esfuerzos: contratar a Fate, avisarle a Graves, todo solo para distraer a Gangplank. Cobrar su venganza le había tomado años.
La sonrisa de Miss Fortune se esfumó.
Desde el momento en que él irrumpió en el taller de su familia a rostro cubierto con una pañoleta roja, ella se había estado preparando para este momento.
Sarah perdió a sus padres ese día. Aunque ella era tan solo una niña, él de todos modos fue capaz de dispararle mientras veía cómo sus padres se desangraban en el piso.
Gangplank le había enseñado una dura lección: sin importar cuán seguro puedas sentirte, todos tus logros, tus metas, tus seres queridos... en fin, tu mundo, puede derrumbarse en un abrir y cerrar de ojos.
El único error que había cometido Gangplank fue no haberse asegurado de que ella muriera. Su ira y su odio le habían permitido soportar esa dura y fría noche, y así todas las noches después de esa.
Durante quince años se dedicó a reunir todo lo que necesitaba, esperando hasta que Gangplank la olvidara, bajara la guardia y se encontrara cómodo en la vida que había construido. Solo entonces podría realmente perderlo todo. Solo entonces sabría cómo se siente perder tu hogar, perder tu mundo.
Debería sentirse dichosa, pero solo se sentía vacía.
Rafen se une a ella en la borda e interrumpe su ensimismamiento.
—Ya está —dice—. Se acabó.
—No —responde Miss Fortune—. Aún no.
Dejó de ver hacía la bahía para poner la mirada en Aguasturbias. Sarah esperaba que terminando con él acabaría con su odio. Sin embargo, lo único que logró fue desatarlo. Por primera vez desde ese día, se sentía realmente poderosa.
—Esto apenas empieza —dice—. Quiero que me traigan a todos los que hayan jurado lealtad ante él. Quiero las cabezas de sus lugartenientes colgadas en mi pared. Quema cada burdel, taberna o bodega que lleve su marca. Y quiero su cadáver.
Rafen se estremeció. Había escuchado palabras como esas alguna vez, pero nunca de su boca.
Cielo rojo, Carnada para tiburones, Reconciliación[]
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Pensé mucho acerca de la forma en que me gustaría abandonar este mundo. ¿Encadenado como un perro en el fondo del mar? Esa no se me había ocurrido. Por fortuna, Fate logra abrir el candado de mis grilletes justo antes de dejar caer la daga.
Me desenredo de las cadenas, sediento de aire. Me doy vuelta hacia donde está Fate. El pobre no mueve un músculo. Pongo mi mano alrededor de su cuello y empiezo a patalear hacia la superficie.
A medida que subimos, todo se ilumina con un tono rojizo.
Una onda expansiva me tumba hasta que ni siquiera sé dónde está la superficie. Caen trozos de hierro. Un cañón se sumerge a unos metros, seguido de un pedazo de timón chamuscado. También hay cuerpos. Una cara cubierta de tatuajes me mira conmocionada. La cabeza cercenada luego desaparece lentamente en la oscuridad bajo nuestros pies.
Nado más rápido, con los pulmones a punto de reventar.
Una eternidad después alcanzo la superficie, tosiendo agua salada y jadeando en busca de aire. El problema es que arriba es casi irrespirable. El humo me ahoga y se me clava en los ojos. Vi muchas cosas arder en mi vida, pero jamás algo así; parece que hubieran incendiado el mundo entero.
—Maldito sea... —me escucho murmurar.
El barco de Gangplank ya no está. Hay trozos de escombros echando humo repartidos por toda la bahía. Los islotes de madera al rojo vivo colapsan por todas partes y emiten un silbido a medida que se hunden. Una vela ardiendo cae justo en frente de nosotros y casi nos arrastra a Fate y a mí por última vez. Los hombres en llamas saltan desesperados de entre los restos chamuscados al agua para acallar sus gritos. El olor se parece al apocalipsis; es una mezcla de sulfuro, ceniza y muerte, entre cabellos quemados y piel derretida.
Me fijo en Fate para ver cómo está. Me cuesta mantenerlo a flote. El desgraciado es más pesado de lo que parece y no ayuda en nada que yo tenga las costillas rotas. Encuentro un trozo humeante de casco flotando cerca de mí. Parece ser lo suficientemente sólido. Nos echo a ambos encima. No es precisamente una embarcación, pero nos servirá de todos modos.
Por primera vez puedo observar a Fate con detención. Veo que no respira. Presiono su pecho con mis puños. Justo cuando empiezo a preocuparme de dónde van a terminar sus costillas, Fate tose un montón de agua salada. Me desplomo y agito la cabeza una vez más cuando empieza a recuperar la conciencia.
—¡Maldito estúpido! ¿Para qué regresaste?
Responderme le toma un minuto.
—Pensé que podía intentar hacerlo a tu manera —murmura arrastrando las palabras—. Quería saber qué se sentía ser un cabeza dura. —Sigue tosiendo más agua—. Se siente horrible.
Los peces navaja y otras criaturas marinas incluso más viles empiezan a rodearnos. No pienso ser carnada para nadie. Aparto mis pies de la orilla.
Un tripulante mutilado aparece en la superficie y se sostiene de nuestra balsa. Le pongo la bota en la cara y lo saco flotando de mi vista. Un grueso tentáculo le recorre el cuello y lo arrastra de vuelta a lo profundo. Ahora los peces tienen algo más para distraerse.
Antes de que se queden sin carne fresca, tomo una tabla de nuestra balsa y la uso para remar lejos de la carnicería.
Empujo contra el agua por lo que parece una eternidad. Mis brazos se sienten pesados y adoloridos, pero sé muy bien que no puedo detenerme. Cuando logro alejarme un poco de la masacre, me tumbo boca arriba.
Estoy agotado como un cartucho de escopeta mientras miro hacia la bahía. Está teñida de rojo con la sangre de Gangplank y su tripulación. No hay sobrevivientes a la vista.
¿Cómo es que todavía respiro? Tal vez sea el hombre con mejor suerte de Runaterra. O tal vez la buena fortuna de Fate alcanza para ambos.
Veo un cuerpo flotando cerca con un objeto que me parece familiar. Es el pequeño malnacido que estaba con Gangplank, con el sombrero de Fate entre las manos. Se lo quito y lo lanzo hacia Fate. No veo un gesto de sorpresa en su cara, como si siempre hubiera sabido que lo iba a recuperar.
—Ahora solo falta encontrar tu arma —dice.
—¿En serio piensas ir allá abajo otra vez? —le respondo, apuntando hacia el fondo.
La tez de Fate toma un particular tono verde.
—No tenemos tiempo. Quien quiera que haya hecho esto dejó a Aguasturbias sin jefe —digo—. Esto va a ponerse feo en cualquier momento.
—¿Me estás diciendo que puedes vivir sin tu escopeta? —me pregunta.
—Tal vez no —respondo—. Pero conozco a un buen armero en Piltóver.
—Piltóver... —dice, perdido entre sus pensamientos.
—Hay mucho dinero circulando ahí en estos momentos —digo.
Fate se concentra por un momento.
—Hmm. No estoy seguro de si me gustaría que fuéramos socios de nuevo... eres más estúpido de lo que ya solías ser —dice finalmente.
—Está bien. No sé si me gustaría tener un socio que se llame Twisted Fate. ¿A quién demonios se le ocurrió ese nombrecito?
—Bueno, es mil veces mejor que mi verdadero nombre —dice Fate entre risas.
—Tienes razón —admito.
Sonrío. Se siente como en los viejos tiempos. Enseguida borro toda expresión de mi rostro y lo miro directamente a los ojos.
—Solo tengo una condición: si se te ocurre dejarme a mí otra vez cargando la bolsa, te vuelo la condenada cabeza. Y sin derecho a réplica.
Fate acalla su risa y me devuelve la mirada por un momento. Luego de un rato, sonríe.
—Es un trato.[3]
Epílogo
"Esto apenas empieza.
Quiero que me traigan a todos los que hayan jurado lealtad ante él.
Quiero las cabezas de sus lugartenientes colgadas en mi pared.
Quema cada burdel, taberna o bodega que lleve su marca.
Y quiero su cadáver. " - .[4]
Caos, El hombre arruinado, Propósito[]
Aguasturbias se estaba devorando a sí misma. Las calles resonaban con los alaridos de los desesperados y los moribundos. Los incendios en los barrios humildes hacían caer cenizas por toda la ciudad. El control se había perdido y ahora cada banda se daba prisa en llenar el vacío de poder tras la caída de un solo hombre. Había empezado una guerra después de que se dieran a conocer tres sencillas palabras: Gangplank está muerto.
Las ambiciones despiadadas y los resentimientos de poca monta que se habían mantenido a raya durante años ahora podían volverse algo concreto.
En los muelles, un grupo de balleneros se abalanzaron sobre un pescador rival. Lo ensartaron con arpones y dejaron su cuerpo colgando de un palangre.
En el punto más alto de la isla, las imponentes compuertas que estaban ahí desde que se fundó Aguasturbias no eran más que un recuerdo. Al cobarde líder de una banda un rival lo arrancó de su cama. Sus gritos y lloriqueos se silenciaron cuando lanzaron su cabeza contra el mármol tallado a mano de la escalera de su propia casa.
A lo largo del muelle, un Sombrero Rojo huye e intenta cortar la hemorragia de una herida en su cabeza. Mira por encima del hombro para ver si aún lo persiguen, pero no logra ver a nadie. Los Ganchos Dentados se rebelaron contra los Sombreros. El chico tuvo que volver a su escondite a advertirle al resto de sus camaradas.
Dobló la esquina y gritó para que sus compañeros reunieran sus armas y se le unieran. Pero su sed de sangre le secó la garganta. Justo frente a la guarida de los Sombreros Rojos se encontraba un grupo de Ganchos. Sus espadas goteaban sangre. A la cabeza, una figura enjuta, apenas un hombre, dibujaba una sonrisa maliciosa en su cara marcada por la viruela.
El Sombrero Rojo tuvo tiempo para maldecir una última vez.
Al otro lado de la bahía, en una callejuela oscura y silenciosa, un médico intentaba ejercer su oficio. El oro que había recibido era más que suficiente para pagar por sus servicios... y comprar su silencio.
Le había tomado media hora arrancar el abrigo empapado de la carne despellejada del brazo de su paciente. El doctor había visto lesiones horribles en su carrera, pero no pudo evitar retroceder al ver el brazo magullado. Se detuvo un momento, aterrorizado por el efecto que podrían provocar sus siguientes palabras.
—Lo... lo siento. No puedo salvar su brazo.
Entre las sombras de la habitación iluminada con velas, la ruina sangrienta de un hombre trata de componerse antes de ponerse de pie a duras penas. La mano que todavía le servía se disparó como un látigo y tomó por el cuello al tembloroso doctor. Lo levantó con mesura y lentitud del suelo y lo puso contra la pared.
Por un momento de terror, el hombre salvaje lo miró con indiferencia, pensando en qué haría con él a su merced. De pronto lo soltó.
Perdido entre el pánico y la confusión, el matasanos tosió violentamente mientras la masa ensombrecida caminaba hacia el extremo de la habitación. Atravesando la luz de la linterna del cirujano, el paciente se estiró para alcanzar el primer cajón de un armario a mal traer. De forma minuciosa, el hombre abrió cada cajón buscando lo que necesitaba. Finalmente, se detuvo.
—Todo tiene un propósito —dijo contemplando su brazo mutilado.
Sacó un objeto del estuche y lo lanzó a los pies del doctor. Ahí, a la luz de la linterna, brillaba el acero pulido de una sierra para huesos.
—Córtelo —dijo—. Tengo trabajo por hacer.[5]Campeones Incluidos[]
En orden de aparición:
Trivia[]
- Mareas de Fuego es el evento principal para re-introducir a Aguasturbias en el canon nuevo.
- En el Segundo Acto, se ha revelado que el nombre de es Tobias.
- En el Tercer Acto, se ha revelado que la abuela de
- El viejo cañón del barco de se llamaba la Hija de la Muerte.
- Twisted Fate y Graves tenían una tripulación anteriormente, todos murieron cuando ellos y Twisted Fate trataron de salvar a Graves. Algunos de sus nombres eran Kolt, Wallach y Ladrillo.
- Aunque Twisted Fate vivía en un río, no es capaz de nadar.
- El barco personal de
- Su primer compañero de tripulación se llama Rafen.
se llama La Sirena.
- Fue Miss Fortune que de forma anónima contrato a Twisted Fate para que atracara el almacén.
- Gangplank fue el hombre que asesino personalmente a los padres de Miss Fortune cuando era una niña, hace 15 años.
había muerto 5 años antes del evento de Mareas de Fuego.
- Graves perdió su vieja escopeta durante los eventos de Mareas de Fuego.
- La supervivencia de Gangplank entre el Tercer Acto y el Epílogo era desconocida y muchos creyendo que estaba muerto.
- Debido al vació de poder tras su desaparición, Miss Fortune está lista para hacerse cargo de Aguasturbias por sí misma y castigar a todo aquel que sirvió a Gangplank.
- Ha sido revelado que Gangplank sobrevivió, pero ha tenido que sustituir su brazo con una prótesis mecánica.
Media[]
Referencias[]
- REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref