
Historia corta
Los Chicos y Bombolini
Por Jared Rosen
Entre la enorme cantidad de asquerosos almacenes de Aguasturbias, llenos de cuchillos oxidados y ratas carnívoras del tamaño de un brazo, existía uno libre de tales cosas.
Protagonizada por: Graves,
Twisted Fate
Lore[]
Entre la enorme cantidad de asquerosos almacenes de Aguasturbias, llenos de cuchillos oxidados y ratas carnívoras del tamaño de un brazo, existía uno libre de tales cosas. Pertenecía a un traficante de armas piltoviano que había perdido a un familiar hacía poco (asesinado, desollado y embalado en una casa embrujada junto al muelle), y se usaba principalmente para enviar grandes cantidades de productos altamente explosivos, tanto de pólvora como de Hextech, a diversos enemigos de la paz por todo el continente. En especial, a los noxianos en Jonia, a los noxianos en Shurima, a los noxianos en Demacia y, ocasionalmente, a los noxianos en Noxus; estos últimos, hacía poco habían enviado una carta amenazando con matar al maldito bastardo que los estaba timando con los precios de sus bombas.
Dicho piltoviano, dueño/bastardo, al darse cuenta de que ya no era seguro continuar como consejero del crimen colonial, contrató un grupo de mercenarios de Paso de Azur armados hasta los dientes para vigilar su almacén, y al mismo tiempo contrató otro grupo de mercenarios armados hasta los dientes para robar la reserva entera delante de las narices del grupo anterior. Se gastó una gran suma de dinero para asegurar la reserva, de manera que, de presentarse un hipotético tiroteo violento que provocase una colosal explosión en cadena, el dueño pasara a convertirse en un traficante de armas solo un poquito más adinerado que antes. Ciertamente era una decisión de negocios con visión a futuro, si consideramos que el grupo de ladrones estaba formado por el famoso estafador Twisted Fate y el famoso evasor de duchas
Malcolm Graves.
—¿Qué demonios es esto? ¿Alguna especie de trampa?—. Malcolm Graves adivinó correctamente desde detrás de una pasarela del segundo piso, donde su cuerpo grande y relleno apenas quedaba oculto por un pilar de doble ancho. Llovían disparos a su alrededor que arrancaban partes considerables de su cobertura y hacían agujeros en unos contenedores cercanos, muchos de los cuales tenían prominentes ilustraciones de un hombre de caricatura con el ceño fruncido volando en pedazos.
—Eso parece—, contestó Twisted Fate, que estaba agachado cerca y giraba una carta entre los dedos. Con cada giro, los colores cambiaban de azul a rojo y dorado; aunque cuando se ponía muy nervioso, no lograba acertarle al orden, lo cual era un problema dado que las rojas provocaban grandes explosiones llameantes, las doradas grandes explosiones brillantes y las azules no eran muy útiles en ese momento.
—¿Por qué no estás haciendo nada, idiota? ¡Ni siquiera puedo disparar!—, gritó Graves, con el dedo retorcido sobre el gatillo de su escopeta del tamaño de un humano. No le molestaba que le dispararan siempre y cuando pudiera devolver la gentileza.
—Están detrás de un barril de pólvora—, replicó Fate mientras señalaba la habitación llena de paquetes de explosivos volátiles de suelo a techo. —A menos que quieras morir como en la Masacre, tendremos que pensar en un plan B—.
—¡No quiero!—, se quejó Graves, sin especificar si se refería a morir o a pensar. —¡Esto es un fastidio! ¿Por qué siempre elegimos los trabajos raros?—.
—Porque son los que mejor pagan—, contestó Fate, tal vez con más despreocupación de la que tal situación exigía. —No son un reflejo de nuestras preferencias—.
—Ah. Tiene sentido cuando lo dices así—. Graves consideró la situación, preguntándose si sus bombas de humo los matarían de inmediato a los dos al incendiar la pólvora del suelo del almacén, o si morirían medio segundo después cuando uno de los hombres-pez disparara accidentalmente a un barril de dinamita. La segunda opción sonaba bien. Muy bien. Muy muy bien.
—¡Tengo un muy muy muy buen plan!—, anunció Graves mientras sostenía una granada con toda confianza. Luego, miró al hombre de la caricatura con el ceño fruncido en las cajas frente a él. —No me juzgues—, le dijo.
—¿Qué estás haciendo?—, protestó Fate mientras sus ojos se abrían de par en par del horror, en tanto Graves preparaba el brazo para el lanzamiento. En su mente, vio cómo los dos se desintegraban junto con una buena parte de los Muelles del Matadero, o al menos Graves se desintegraba, lo cual sería un inconveniente en el mejor de los casos. —Malcolm, ¿qué estás haciendo?—.
—¡Espera!—, gritó una voz desde abajo. —¡No lances eso!—.
Graves, un poco entristecido ante la orden, pero también agradecido de que los disparos disminuyeran de repente, bajó su bomba de humo. Fate, que en el estado de pánico en el que se encontraba había olvidado el color de la carta que sostenía, tomó una roja, la cual los hubiera matado a todos accidentalmente si la activaba por error para intentar escapar del almacén.
Los compañeros se miraron el uno a otro por un instante, miraron sus respectivos explosivos, luego otra vez el uno al otro.
—El mío era mejor—, le refregó Graves. —Más seguro—.
La voz de abajo, ahora casi histérica, se ocupó de ordenarles a los demás mercenarios que dejaran de disparar salvajemente a un almacén lleno de bombas, y criticó específicamente a alguien llamado Kouign, que —debería saberlo mejor que nadie luego de la última vez—. Los pistoleros refunfuñaron disgustados. O gorgotearon, o balbucearon, dependiendo del tamaño y la forma de sus prominentes cabezas de pez.
Mientras la voz invisible daba órdenes, Fate se inclinó hacia Graves y le señaló el bolsillo interior de su abrigo. —¿Aún tienes la carta azul que te di?—, le susurró.
—¿Cuál, la de los Centinelas? Sí, todavía la tengo—, contestó Graves en voz alta.
—Shh. ¿Qué te parece si hacemos estallar a ese imbécil y nos largamos? Estos sujetos están distraídos. No se darán cuenta de que nos fuimos—.
—No, no. Ya me dijiste cuánto vale todo esto. ¿Crees que me voy a ir así nada más y dejar un tesoro así de grande servido en bandeja? Tengo una boca que alimentar: la mía—.
—Ya deberíamos haber muerto por lo menos cien veces. Esta es nuestra oportunidad de reducir las pérdidas—.
—Yo nunca me voy a morir, porque soy el protagonista guapo. Todos lo saben—.
—Todos lo saben mis polainas. Solo una bala perdida y todos seremos retratos en un funeral—.
—Tu funeral, tal vez. Yo derroté a Viego. Eso me convierte en el personaje masculino protagónico—.
—¿El personaje masculino protagónico? ¡Estoy harto de esa maldita historia!—, gritó Fate, con lo que inmediatamente atrajo la atención de todos los presentes—.
—¿Ves? Tu culpa. Típico comportamiento de deuteragonista—, le refregó Graves, un cuarenta por ciento seguro de que había usado bien la palabra —deuteragonista—.
Todos dudaron colectivamente, todos mirando a su alrededor nerviosamente mientras comenzaban a darse cuenta de dónde estaban y exactamente en qué se habían metido. Sin embargo, ni el par de habladores ni las tropas marginadas de Paso de Azur tenían la autoridad suficiente para ponerle fin a este enfrentamiento... O a ningún enfrentamiento, en realidad, ya que los choques inmediatos y violentos eran una gran tradición de Aguasturbias.
El hombre alto con cabeza de tiburón martillo, descamisado y con un amenazante arpón tampoco podía ponerle fin a este enfrentamiento, solo que aún no lo sabía. Su nombre era Bombolini, y las dos cosas que sabía hacer mejor eran proyectar una elegancia discreta para una criatura de su estatura y saber exactamente qué decir para dirigir una sala.
—¿Qué creen que hacen, grandísimos tontos?—, gritó en dirección a la pasarela. —¿Intentan evaporar medio Aguasturbias? ¿Qué clase de ladrones traen municiones inflamables a un trabajo que involucra pólvora?—.
Tanto Malcolm Graves como Twisted Fate (poco inteligentes) asomaron la cabeza fuera del escondite, cada uno mirando a un ojo monocular diferente en la cabeza de su nuevo oponente. Su mirada era de acero, tenía una figura musculosa y un arma terrorífica, claramente destinada a ensartar serpientes marinas. Pasó un segundo y los dos se reconocieron. Dos segundos. Y luego, por alguna razón, tres.
—¿Bombolini?—, preguntó Graves.
—¿Malcolm?—, le preguntó Bombolini. —¿Malcolm Graves? ¿Eres tú? ¿Estás...? ¿Me estás robando?—.
Graves dejó escapar un suspiro de alivio y relajó los hombros. Este no era cualquier pez tonto. Era un pez tonto amigo.
—No te estoy robando a ti. Le estoy robando al tipo que te contrató—, explicó Graves. —Creo que también nos contrató a nosotros. Por lo tanto, lo que estamos haciendo aquí se vuelve moralmente correcto—.
—¿Nosotros?—.
—Hola, Bombolini—, lo saludó Fate. —Yo también te estoy robando—.
—¿Pero qué...?—, protestó Bombolini. —¡Esperen un maldito segundo! ¡Ustedes dos me volaron en pedazos! ¡Me volaron en pedazos en mi propio barco! ¡Éramos socios y me traicionaron por el peor botín que haya visto esta ciudad!—.
—No fue el peor—, replicó Graves.
—Una joya—, lo corrigió Fate. —Terminó siendo cristal—.
—Nah, no fue así—, dijo Graves. —Tenía que ser más—.
—Pero no lo fue—.
Muchos años atrás, Bombolini había sido el tercer miembro poco apreciado del dúo criminal de Graves y Fate, en la época en la que realizaban pequeños trabajos a cambio de una mala paga, y sus anuncios tenían una redacción un tanto... desafortunada.
—Dos hombres que le harán cualquier cosa (y en serio nos referimos a cualquier cosa) a cualquiera (y en serio nos referimos a cualquiera) por el precio correcto (cualquier precio)—, decían los folletos, lo que, sumado a la eliminación de Bombolini del grupo, los llevó a una serie de malentendidos, perfectamente evitables, con potenciales clientes. Y gracias a la gran tradición de violencia escalada de Aguasturbias, estos contratiempos solían terminar en un derramamiento de sangre o pequeñas explosiones en el muelle; lo que, irónicamente, atrajo la suficiente atención hacia los criminales principiantes como para que se convirtieran en un popular grupo de mercenarios.
Por años, los folletos permanecieron sin modificación alguna, lo que amargó profundamente al joven Bombolini. Después de un tiempo, Bombolini usó su parte de las ganancias del grupo para comprar una modesta embarcación, retirarse de la delincuencia e iniciar un negocio de buceo en naufragios en las Islas de la Llama Azul, que era mucho más rentable que cualquier robo y, casualmente, no se anunciaba como una especie de carnaval de carne pirata en los folletos de los bares.
También casualmente, el éxito tiende a atraer miradas, y una de esas miradas terminó contratando a Malcolm Graves y Twisted Fate para robarle a su antiguo compañero en un sitio de buceo cerca de unas ruinas Buhru. A falta de escrúpulos, el par aceptó de inmediato. El robo condujo instantáneamente a un pequeño incendio de petróleo, luego un derramamiento de sangre seguido de una pequeña explosión de la embarcación. Todo el tesoro se hundió con el navío... excepto, claro, un único fragmento de cristal marino.
Bombolini fue dado por muerto, el cliente estaba furioso y nadie cobró por el trabajo. Pese a todo, había sido uno de los atracos más exitosos del dúo.
—¿No estabas muerto?—, preguntó Fate. —Estoy bastante seguro de que habías muerto—.
Bombolini inclinó la cabeza, sin poder ver ninguna parte de su cuerpo debido a la gran separación entre sus ojos de depredador, aunque el intento fue bastante notable. —¿Te parece que estoy muerto?—.
—No lo sé—, contestó Graves. —Tal vez—.
—¿Vamos a matarlos, jefe?—, preguntó uno de los hombres-pez con impaciencia, uno que se parecía mucho a una gran palometa bípeda.
—Yo apoyo a Gobio—, añadió su compañero, un camarón pistola humanoide encorvado con un arma larga muy impresionante. —Usted dijo que estos sujetos lo traicionaron en el pasado, ¿no? ¿Cuál fue el problema?—.
Bombolini parpadeó y su cerebro del tamaño de una nuez giraba los engranajes mientras intentaba recordar cuál había sido el problema. Uno tiende a olvidar las particularidades de sus archienemigos pasadas unas cuantas décadas.
Graves. Fate. Graves... pero también... Fate. ¿Cuál es su problema?
Eureka.
Se le había ocurrido algo interesante. Algo que podría usar. Algo que podría darle un giro a toda la confrontación.
—Están juntos—, declaró con seguridad.
Pausa.
—Ya lo sabemos—, contestó Gobio.
No, que están juntos—, repitió Bombolini, todavía con más seguridad. —Yo sabía que terminarían así. Graves siempre tuvo el peor de los gustos en hombres, y Fate es el peor hombre que he conocido. ¡Todo tiene sentido!—.
Gobio se encogió de hombros. El camarón suspiró y se volvió hacia el par de ladrones de arriba, mientras ajustaba la mira de su arma y se preguntaba por qué era que había accedido a todo esto en primer lugar.
Sin embargo, arriba de la pasarela, el ambiente era totalmente diferente.
—Cree que estamos juntos—, susurró Fate. —O sea, juntos juntos. Como una pareja... romántica.
—Ya sé lo que significa 'juntos', Tobias—, le susurró Graves, ahora sí de manera más discreta que antes. —¿Pero de qué nos sirve? ¿Cuál es la jugada? ¿Y por qué fue tan grosero?—.
Fate se acarició la barbilla con la mano libre al tiempo que giraba la carta roja errante y la convertía en una dorada con la pregunta dándole vueltas por la cabeza. La probabilidad de que todos murieran con una colosal bola de fuego era más alta de lo que le gustaría, pero Bombolini y sus hombres tenían la guardia baja y este era el momento para actuar. Necesitaba algo grande. Algo tonto. Algo que podría darle un giro a toda la confrontación. Necesitaba...
—¡No puedo creer que nos hayas metido en este lío otra vez!—, gritó Fate señalando a Graves con un dedo acusador, al tiempo que se aseguraba de que la mayor parte de su cuerpo quedara escondida del francotirador. —¡Es típico de ti eso de nunca pensar antes de actuar! ¡Eres demasiado grande, no tienes delicadeza y trajiste balas hextech y granadas a un trabajo que involucra pólvora! ¡Mi madre tenía razón, no debimos permanecer juntos!—.
Graves se sorprendió por varias razones. La primera de ellas era que nunca había conocido a la madre de Fate y, hasta este momento, ni siquiera tenía la certeza de que existiera. La segunda era que Fate no le había explicado el plan y ahora se burlaba de la robustez de Graves y de su magistral preparación para robos, dos cosas que lo convertían en un príncipe escultural entre los ladrones.
—Oye, ¿qué tanto estás parloteando? ¡Tú eres el que siempre habla de lo muy inteligente que eres, y aun así aquí estamos, haciendo otro trabajo de porquería en el que tú estás por morir y yo tengo que salvarte! ¡Si fuera por mí, estaría haciendo trabajos sencillos, como asesinatos individuales y extorsiones entre leves y graves!—.
—¡Sí, porque no tienes ni un poco de visión!—, continuó Fate, poniendo énfasis en la palabra "visión" mientras le guiñaba el ojo.
Graves no lo notó enseguida, por lo que siguió con las habladurías sobre los numerosos defectos de su compañero.
—Por eso siempre nos peleamos—, Fate le guiñó el ojo de nuevo. Esta vez sí lo percibió.
Abajo, Bombolini estaba extasiado entre un grupo que, por lo demás, estaba aburrido o confundido.
Cuando uno es traicionado por un viejo amigo, la química emocional entre ellos se altera de manera irreversible. Los vuelve paranoicos, delirantes y, más importante aún, ocasionalmente causa que se dejen llevar por intrincadas fantasías de venganza.
A Bombolini le pasaba todo esto. A menudo le gustaba entretenerse con una de estas fantasías en las que sus dos enemigos más odiados tenían una pelea frente a sus ojos de tiburón con mirada de acero. Esta pelea se llevaba a cabo en una especie de habitación o nave con una gran carga de explosivos que, en el momento más álgido, se prendería fuego y explotaría, así los mataría a ambos y con el humo se formaría un —Lo sentimos, Bombolini—. Luego todo el mundo aplaudiría y a él le darían una corona y una banda. Y probablemente un cetro.
Era una fantasía bastante compleja.
Lo que no era parte de la fantasía era ser golpeado de lleno en el pecho por una carta dorada muy bien apuntada y salir volando por la puerta de carga hacia el mar.
—¡Ahora!—, dijo Fate al tiempo que salía a toda prisa de la cobertura hacia una oficina adyacente y lanzaba cartas doradas a las paredes despejadas, donde los explosivos no estaban apilados lo suficientemente alto como para encenderse. Cada carta estallaba con un deslumbrante chorro de filamentos dorados, aturdiendo temporalmente a los mercenarios de Bombolini, quienes inmediatamente después comenzaban a disparar en todas direcciones.
Mientras Graves seguía a Fate por la habitación en dirección al interior del almacén más grande, una bala perdida impactó en la caja que Gobio y Gamba estaban usando para cubrirse, y ambos hombres-pez se quedaron helados. Las balas seguían zumbando por el aire. Gobio miró a Gamba y Gamba miró a Gobio. Sintieron que transcurrió una eternidad.
—Creo que estamos a sal...—, dijo Gobio y explotó.
La primera explosión sacudió toda la estructura al tiempo que Fate y Graves tropezaban por un puente metálico colgante en estado cuestionable, que se encontraba sobre muchas más cajas de pólvora negra que las que su cliente había descrito en un principio.
—Eso no es bueno—, dijo Fate luego de mirar abajo.
—En serio que no—, contestó Graves. —Sé que solo estábamos actuando, pero a nivel personal y profesional, no estoy contento contigo ahora mismo—.
—¡Nunca estás contento conmigo de todas formas! ¡Tenemos que irnos!—, exclamó Fate mientras varios mercenarios armados levantaban la vista de la penumbra y se percataban de los dos criminales, de estructura no ictiológica, que estaban arriba de ellos.
Graves, más dolido emocionalmente de lo que quería dejar ver, lanzó una granada de humo hacia el costado de la pasarela y envolvió la planta baja en una espesa nube de niebla cáustica. —Eso suele ser divertido, pero simplemente no estoy de humor en este momento—, explicó por encima de las arcadas de los mercenarios.
—¿Por qué te comportas como un grandísimo llorón?' ¡Eres un adulto!—, gritó Fate intentando hacer avanzar la acción al tiempo que los disparos perdidos resonaban en el piso de almacenamiento de pólvora.
—¡Deja de llamarme grandísimo llorón! Siempre te metes con mi tamaño. Son mis músculos los que te salvan cada vez que metes la pata. ¡Eres un maldito malagradecido, Fate!—.
—¿Yo, malagradecido? No fui yo el que se desapareció por meses para ir a pelear contra el supuesto príncipe fantasma de Camavor y luego volvió como si fuera el amo y señor de todo—.
—¡Era un rey fantasma y tienes suerte de que haya peleado contra él, porque si no todos seríamos fantasmas! Tú serías un fantasma, yo sería un fantasma. ¡Todos serían fantasmas!—.
—¡Ni siquiera estuviste ahí! ¿Crees que no leo las cartas de Shauna? Graves, soy un estafador, no puedes engañarme. Te dejaron afuera mientras la
muñeca de las tijeras y el
galán sin camisa los salvaban a todos—.
—No fue así, Fate—, respondió Graves en tono sombrío. —Esa solo es la historia. No hablamos de lo que realmente pasó—.
—¡Ay, por favor! Tus delirios de grandeza ya eran molestos décadas antes de que te convirtieras en el héroe número uno de Valoran—.
—¿Seguimos fingiendo o estamos peleando de verdad? Porque si es una pelea de verdad, haré que te tragues ese estúpido sombrero—.
—¡Creo que estamos peleando de verdad! ¿Y sabes qué más? ¡Sí apestas y no piensas antes de actuar y las granadas no fueron la mejor de las ideas!—.
—¡Sí, bueno, esta es la razón por la cual dejamos de trabajar juntos la primera maldita vez! ¡Porque tú te crees mejor que yo y crees que eres mejor que esto!—.
—¿Y qué si lo soy?—, gritó Fate, y se dio cuenta de lo que había dicho después de haberlo dicho.
Desde el frente en llamas del almacén, los mercenarios sobrevivientes de Bombolini atravesaron la puerta de servicio y subieron a la pasarela, cuyos tornillos comenzaron a desprenderse de las paredes bajo todo su peso junto. Muchos de los pistoleros estaban gravemente chamuscados y enfurecidos, lo que combinaba con su nueva textura.
—¡Podemos pelear más tarde, maldición! ¡Ponte detrás de esa puerta!—, ordenó Graves mientras él y Fate abandonaban la discusión y corrían hacia la salida con una pasarela que se hundía rápidamente bajo sus pies.
A seis pasos de la puerta, otra explosión retumbó desde el piso de la pólvora e hizo desaparecer a los mercenarios de Paso de Azur en una columna de llamas furiosas mientras los contenedores debajo de ellos explotaban uno por uno. El humo de la granada de Graves, una mezcla altamente inflamable de componentes urticantes, cegadores y apestosos, detonada por razones tácticas, se prendió fuego inmediatamente; algo que Graves no tuvo en cuenta a pesar de que su proveedor le había dicho unas cuantas veces que el humo era inflamable. Esto, por supuesto, encendió y explotó incluso más contenedores de pólvora negra, por lo que el astuto as de las cartas y el osado evasor de duchas salieron volando a través de una pared de ladrillos destruida, bajaron un piso y aterrizaron en un vestíbulo mugriento, también lleno de explosivos de pared a pared.
Entre sus robos, seguía contando como uno de los más exitosos.
—Argh—, se quejó Graves. —Eso fue horrible—.
Fate se pasó la mano por la cabeza para asegurarse de que su sombrero siguiera allí, y solo después de haberlo confirmado se agarró las adoloridas costillas. —Sip, lo fue—.
—Tobias, si no salimos de esto con vida... Solo quiero decir una cosa—.
—¿Qué cosa, amigo?—, Fate sonrió.
—Espero que tú mueras primero—, Graves tosió y rio a la vez.
—Oh, vaya, qué tierno—.
El almacén tembló de nuevo cuando los escombros y los pedazos del techo golpearon fuerte contra el suelo, acto seguido comenzó a entrar humo por el agujero en la pared del segundo piso y las llamas llegaron hasta las cajas apiladas de hexplosivos; estas tenían otro hombre de caricatura con ceño fruncido a punto de explotar.
—¿Acaso nadie se dio cuenta de lo altamente peligroso que era esto?—, preguntó Graves mientras cojeaba hacia lo que parecía una salida de servicio.
—Es Aguasturbias, Malcolm. Nadie se da cuenta de nada—.
—Nadie... ¡excepto yo!—, dijo una voz familiar, tal vez un poco más rasposa.
Bombolini, que ahora tenía un enorme moretón en el medio del torso, apareció teatralmente delante del dúo, con su arpón preparado mientras su larga y tiburonezca figura se interponía entre los dos mercenarios más famosos de Aguasturbias y la única salida. Graves alcanzó a ver una mancha de humedad con forma de tiburón en el muelle exterior. Probablemente Bombolini había estado escondido allí, esperando algunos minutos antes de revelarse.
—Dioses, no este imbécil otra vez—, murmuró Fate.
—¡Y sin embargo aquí estoy!—, exclamó Bombolini aguantando las ganas de toser. —¿Saben qué fue lo que pensé en cuanto los vi después de tantos años? Luego de todo este tiempo, de todo ese...—.
—No me interesa—, dijo Graves, y apuntó su enorme escopeta a un contenedor de explosivos que estaba junto al hombre tiburón. Graves presionó el gatillo, el arma disparó y todo se llenó de humo.
A cientos de metros del almacén destrozado, anteriormente repleto de tantos explosivos que ni siquiera se podrían robar, Malcolm Graves y Twisted Fate aparecieron de repente en el aire, a metro y medio por encima de un pintoresco muelle de pescadores... junto con algo de humo y llamas, ya que la sincronización de la teletransportación de Fate no había sido perfecta. Los dos cayeron al suelo y el arma de Graves aterrizó de lleno en su estómago. El sonido que emitió fue algo así como —ohblof—, aunque podría haber sido cualquier otro improperio.
—Esas cartas azules sí que son útiles—, se jactó Fate apoyado sobre su espalda recién herida mientras le quitaba el polvo a su sombrero con el brazo con el que no estaba sosteniéndose las costillas, posiblemente rotas. Había sido un largo día.
—Sí, pero nunca son útiles al principio—, jadeó Graves, que estaba un poco tostado y magullado, pero por lo demás no tan mal. —Deberíamos usarlas antes de que comience un tiroteo. Para robar y demás—.
—Eso le quita la magia. No te conviertes en alguien importante escondiéndote entre las sombras, ¡tienes que darle un espectáculo a la gente!—, contestó Fate mientras la estructura del almacén colapsaba a lo lejos y las cargas que quedaban sin explotar estallaban en llamas ferozmente. Hizo un pequeño giro teatral con la mano, como para enfatizar el punto.
—Tienes razón—, dijo Graves sin sonar convencido.
El par se sentó con la ropa ennegrecida a mirar cómo todo explotaba y luego volvía a explotar. Era casi romántico, si es que se pueden considerar románticas esa clase de cosas. Curiosamente, para ellos lo era.
—Y, eh... ¿ahora qué?—, preguntó Fate, con la intención de romper el silencio lo antes posible. —¿Traicionamos al puerco de nuestro cliente? ¿Cavamos una tumba para lo que quede de Bombolini?—.
Graves echó a reír. —Ah, por supuesto que eso es lo primero que vamos a hacer. Nadie intenta hacerme volar en pedazos sin que yo lo vuele en pedazos. En cuanto a Bombolini... Apostaría mucho dinero a que el tiburón sigue vivo. Él es como yo. Demasiado tonto para explotar—.
—Amigo mío, eres el tonto más brillante que jamás he conocido—, Fate sonrió. —Jamás explotarás. Y lo digo en serio—.
—Seguro que sí—, resopló Graves. —Aunque, ahora que salió el tema... tú y yo nos debemos una conversación—.
—Cierto—, Fate suspiró. Estaba cansado de buscar formas para evitar disculparse, y toda la adrenalina lo hacía sentir mejor sobre romper su regla fundamental de nunca hacerlo bajo ningún concepto.
Aun así, no iba a decir las palabras —lo siento—. Eso era demasiado.
—Malcolm, no quise dar a entender que yo era mejor que tú. Cuando disolvimos el negocio...—.
—Espera, espera, espera—, dijo Graves al tiempo que dejaba su escopeta a su espalda, sus piernas colgando sobre el agua. —No soporto esto. Disculpa aceptada, tú pagas la próxima—.
—Buen hombre—, contestó Fate agradecido, mirando al otro lado del mar mientras el sol comenzaba a ponerse.
Graves miró a su compañero para decir alguna otra ocurrencia, pero se dio cuenta, tal vez por primera vez, de que los rasgos de Tobias tenían una cierta angulosidad que no había sabido apreciar hasta ese momento. Una mandíbula fuerte, una nariz que sorprendentemente no estaba rota y un gusto audaz en sombreros casi a la moda. Objetivamente era una persona terrible, pero tal vez el tipo correcto de terrible para...
Oh, no, pensó.
Malcolm Graves, ahora mucho mayor, solo un poco más sabio, pero infinitamente más mundano, midió sus siguientes palabras con mucho más cuidado que la mayoría de las cosas que hacía o decía en un día cualquiera. Eso lo sorprendía bastante, ya que explorar la compleja relación entre dos mentes maestras criminales como ellos no era su fuerte, ni nunca había pensado mucho en ello. Se preguntó... ¿Por qué se estaba preocupando tanto por lo que opinara Tobias de él? No tendría por qué importarle. Tenían sus roles, después de todo, y...
—Malcolm—, lo interrumpió Fate. —¿Te golpeaste la cabeza?—.
—Puede ser—, suspiró Graves, pero no de manera triste o cansada. Más bien de manera golpeada.
—Muy bien, déjame ver—, dijo el malherido Fate, y le corrió el cabello a Graves en busca de algún moretón. —Ambos sabemos que eres un tipo resistente, pero ninguno de nosotros es invencible—.
—No como Bombolini—, dijo Graves, confundido por la sensación que le producía que Fate estuviera acariciándole el cabello.
—Eso de verdad me dejó perplejo—, fue la respuesta de Fate. —Recuerdo el robo a ese barco. Nuestro viejo amigo quedó atrapado en medio de una explosión realmente atroz—.
—Aunque se lo merecía. Yo no tengo un gusto horrible en hombres. Tengo buen gusto en hombres horribles, y definitivamente hay una diferencia—.
Fate terminó de inspeccionar la cabeza de su compañero, lo que no fue para nada útil ya que no tenía ni idea de cómo saber si había sufrido una contusión o no. Contempló los rasgos toscos de Graves mientras el sol del ocaso se le reflejaba en el cabello tan despeinado como el de un niño, luego consideró todas esas palabras juntas en una frase e inmediatamente retrocedió ante el pensamiento. —Tu gusto no es horrible, Malcolm. Es catastrófico—.
—¿Catastrófico?—, replicó Graves. —Dame un ejemplo. No puedes—.
—El norteño—, comenzó Fate casi al instante. —El comerciante del tatuaje de la cucaracha. Aquel miembro del culto Buhru...—.
—No era miembro de un culto—.
—Quiso sacrificarnos a ambos, pero claro, no era miembro de un culto. El sujeto ballena. El sujeto pulpo. El otro sujeto ballena.
—Orca—.
—La orca es un tipo de ballena. El monje. El vastaya. El noxiano—.
Graves hizo una mueca. —Está bien, él sí era malo—.
—Un noxiano, Malcolm. De Noxus. La gente sí que hablaba de ese—.
—En retrospectiva, era más racista de lo que busco en un hombre—, concedió Graves. —Pero no es como que tú lleves a casa a los mejores amantes de la historia. No eres tan hábil—.
—Perdóname, pero yo soy muy hábil—, protestó Fate. —No importa el tamaño, la forma, la marca o el modelo, nadie puede resistirse a los encantos de Tobias Felix. He estafado a cientos, no, miles, de turistas con ojos tristes en toda esta vasta y crédula tierra—.
—Pero no a este—, se rio Graves, de manera bastante forzada. —Ah, eh... ya sabes—.
—S... Sí, claro, estoy al tanto—, respondió Fate, sin hacer contacto visual mientras jugaba con su sombrero.
Los dos se quedaron sentados en silencio un rato. O un silencio relativo, teniendo en cuenta las altísimas llamas, las brutales explosiones y todos los gritos que se escuchaban a lo lejos.
—Ah, Tommy Kench, mira cómo arde ese tonto—, dijo Graves, todavía con las piernas colgando del muelle como el niño adulto más sucio del mundo. —Tobias, estuve pensando. Y no me malinterpretes, me encanta cometer un crimen, o veinte, y tú literalmente estarías allí para todos...—.
—¿Qué hay de Shauna? ¿O esa dama con el frasco sonriente?—, preguntó Fate con un poquito de celos mal disimulados, a pesar de que Graves era gay desde hacía casi cuatro décadas.
—Vayne—, lo corrigió Graves, más deliberadamente de lo que hacía falta para una conversación tan normal y casual entre socios de negocios, —es una buena amiga. Pero solo ayudaría si se trata de matar monstruos. Y por el amor de todo lo sagrado, nunca la llames 'Shauna'. Te romperá el cuello con solo una mirada. En cuanto a la otra... Ni siquiera quiero lidiar con eso ahora mismo—.
—Da miedo—, dijo Fate. —Nunca había visto ropa así. Con tantas manos—.
—Da mucho miedo—, estuvo de acuerdo Graves. —Temo que de una patada me haga atravesar una pared o algo así—.
—El punto es que estoy conociendo gente nueva. Estoy viendo el mundo. Piltóver. Las Islas de la Sombra. Estuve en Camavor, Tobias. Estoy expandiendo mis horizontes. Puede que incluso quiera expandirlos más. Oír la apertura de Ixtal. Podría haber una buena cantidad de dinero allí afuera... ya sabes... si quisieras venir—.
Buscó en su abrigo y sacó una carta azul ya conocida. —De ser así, seguramente ya no necesitaría esto. Ya que estarías conmigo—.
Fate se rio. —¿Por qué no te la quedas por ahora? Considérala un... souvenir—.
Graves sonrió y la volvió a guardar en su bolsillo. —Sí me gusta cómo suena—.
Los socios sonrieron como tontos. Cada uno imaginó varias aventuras criminales espectaculares, sentados a una distancia física algo exagerada.
—Pero, ya sabes, como, eh... compañeros—, especificó Graves.
—Obviamente. Compañeros... criminales—, agregó Fate.
—Nada más—.
—Nop—.
—Nada—.
—No, señor—.
Terminaron este intercambio con una tos falsa simultánea. Graves miraba al agua sin pestañear, y Fate miraba el reverso de su sombrero. A lo lejos, el almacén ardía y ardía.
Después de todo, había sido uno de sus mejores robos.

Trivia[]
- La carta azul de Graves hace referencia a la animación de muerte de .[1]
Referencias[]
- REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref
Referencias[]
- REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref