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Historia - La chispa inesperada
"No puedo aceptar esto" dijo el comerciante, devolviéndole a Zeri su cambio...
Por Michael Luo

Historia[]

"No puedo aceptar esto", dijo el comerciante, devolviéndole a Retrato - Zeri Zeri su cambio... "Son solo piezas de repuesto. Has ayudado demasiado desde la Niebla".

Inquieta, Zeri miró a su alrededor. Las calles conocidas mostraban pérdidas desconocidas; las casas y tiendas habían sido maltratadas por una hechicería perversa que casi acaba con el mundo. Habían desaparecido personas. Las familias estaban sufriendo. Pero las multitudes seguían reuniéndose en los mercados del Entresuelo. Zeri no entendía exactamente lo que había pasado, pero sabía que Zaun se reconstruiría, y ella estaría ahí para ayudar.

Frunció el ceño ante las manos del comerciante, endurecidas por el trabajo, y acercó las suyas hacia él. "Toma estos banana-Q. Para tus hijas".

El comerciante suspiró y luego sonrió.

Zeri continuó por el mercado, recordando los dichos de su abuela: "¡Ignora al viejo Shay, sus piezas siempre están oxidadas! Fórmate temprano en el local de la tía María, ¡su pollo marinado es exquisito!". Zeri admitió que su abuela a veces podía parecer molesta, pero no podía negar que la mujer tenía razón. Su abuela conocía el mercado y a su gente perfectamente; muestra de ello era que sabía que las hijas de Moe adoraban los plátanos caramelizados. Y era en momentos como este cuando esa cercanía resultaba útil.

"¡Ven aquí, rata!".

Zeri giró hacia el lugar de donde provenían los gritos justo para alcanzar a ver a un niño escurriéndose entre la multitud. Dos hombres lo perseguían, uno era bajo de estatura y de complexión cuadrada, el otro, alto y larguirucho. Sus vestimentas eran inconfundibles. Matones de los quimobarones.

Cuando el niño pasó corriendo, Zeri lo agarró del brazo. "Allí, rápido", dijo ella, señalando con sus labios a la tienda de Moe. El comerciante asintió con complicidad. El niño asustado se quedó quieto.

"Confía en mí, ¡rápido!".

El niño corrió a meterse debajo de una mesa que Moe cubrió rápidamente con un mantel.

"¡Hoy! ¿Buscan a alguien?", Zeri le gritó a los lacayos mientras se acercaban.

Los hombres pasaron por delante de los locales. "Sí, a un niño. Corrió hacia acá. ¿Lo viste?", preguntó el fortachón.

"Tal vez sí. Tal vez no".

El hombre entrecerró los ojos. "Dinos. No te haremos daño".

"Lo dudo. Pero pasemos a la parte en la que yo sí lo hago".

El hombre rio. "¿Con qué?".

Zeri extendió su brazo al lugar donde solía llevar su arma, pero no encontró nada. Maldición. Debo haberla olvidado en el taller de mamá... otra vez.

Bueno, es hora de improvisar. Se frotó las manos y empezó a correr por el lugar.

Los matones se enderezaron, sorprendidos.

"¿Está... bailando?", preguntó el larguirucho.

"¿A quién le importa?", su compañero gritó. "¡Atrápala ya!".

Las manos y los pies de Zeri se volvieron borrosos. El mecanismo que llevaba en la espalda de su chaqueta, un limitador de potencia al que se refería como chispimochila, giraba con el aumento de electricidad. En un abrir y cerrar de ojos, pasó entre los hombres, derribándolos y dejando un rastro de relámpagos salvajes. Las corrientes extraviadas rebotaban de su cuerpo a las puertas y toldos cercanos, dejando pequeñas brasas.

"¡Guau!". Zeri se detuvo con un deslizamiento chirriante. Los lacayos yacían desplomados en el suelo. Se quedó boquiabierta al ver que un toldo ennegrecido se derrumbaba y caía a la calle. "¡Oh, lo siento! Yo...".

"No te preocupes", respondió Moe, haciendo un gesto por debajo de la mesa para que el niño saliera.

"¡Eres increíble!", exclamó el niño, con los brazos abiertos. "Tienes que ayudarme. Aún tienen a mis padres".

"¿Qué? ¿Dónde?", preguntó Zeri.

"¡En la esquina del callejón Cobrizo! Una fábrica. Ellos... se los llevaron allá. Y a otros. ¡Yo lo vi!".

"Entendido", asintió Zeri. "¿Cómo te llamas?".

"Timik".

"Timik, encontraré a tus padres". Los ojos de Zeri se encontraron con los de Moe. "¿Podrías hacerme otro favor?".

"Con gusto". Moe acarició la cabeza de Timik. "Oye, niño. ¿Quieres unos banana-Q para cenar?".

Al igual que las calles aledañas, el callejón Cobrizo albergaba hileras de fábricas de quimobarones. El hollín llenaba el aire, lo suficientemente fuerte como para saborearlo. ¿Quién sino los quimobarones obligarían a las personas a trabajar en esas condiciones?

En la esquina, unos guardias que apestaban a licor barato jugaban a las cartas junto a un edificio en ruinas con un par de puertas oxidadas. Tal y como lo describió Timik. Retrato - Zeri Zeri tocó su cinturón, asegurándose de que su pistola estaba asegurada.

Buscó otra entrada y encontró un conducto de ventilación desvencijado lo suficientemente grande como para arrastrarse hacia arriba en una pared cercana. Saltó hacia la apertura, pero le faltaron unos centímetros para llegar. Dando un paso atrás, Zeri corrió, sus pies tenían chispas. Esta vez saltó más alto, impulsada por su electricidad.

"¡Ya habías jugado esa carta antes!", escuchó a un guardia refunfuñar, mientras sus dedos se aferraban al borde del conducto de ventilación.

"¡Claro que no!", gritó el otro. "Lo sabrías si no tuvieras la cabeza enterrada en esa botella".

Zeri exhaló aliviada. Otra vez tienes razón, abuela. Los guardias son más perezosos por la noche.

Se metió en el conducto de ventilación y empezó a arrastrarse, llegando finalmente a una gran rejilla en el suelo. Del otro lado había una curiosa sala en la que anchas tuberías metálicas se alineaban en todas las paredes. La salida estaba cerrada por el par de puertas que había visto antes.

En el centro, un grupo de personas ensamblaba partes mientras varios matones con lanzas potenciadas con Hextech observaban como si fuera una cárcel. Cada vez que un objeto llegaba al final de la cadena de ensamblaje, un matón lo ponía a prueba. Y cada vez había un destello de luz azul seguido por nada. El capitán de los guardias aplastó estos aparentes fracasos y exigió que la gente empezara de nuevo. "Y decían que ustedes eran los listos", dijo escupiendo en el suelo.

Zeri sabía que estas personas estaban claramente retenidas contra su voluntad. Padres, esposas y amigos, todos sufriendo.

"¡Argh!". Sin pensarlo, Zeri golpeó la rejilla con un puñetazo cargado de frustración y electricidad, la cual retumbó por el impacto. Zeri trató de sujetarla, pero la pesada rejilla cedió y ella cayó también. Con un fuerte estruendo, aterrizó en medio del suelo de la fábrica.

Las personas que estaban en la sala se quedaron sin aliento y retrocedieron, sorprendidas.

"¿Es él?", preguntó un matón, saliendo de la conmoción.

"No", gruñó el capitán. "No lleva el Retrato - Ekko reloj de arena pintado en su cara".

Zeri se apresuró a ponerse de pie. "No sé a quién esperan, pero no pueden mantener a estas personas así".

El capitán frunció el ceño. "¿Quién lo dice?".

"Yo".

Zeri sacó su arma, su mano derecha apretaba su oxidada empuñadura carmesí. Su madre la había diseñado sin gatillo ni cargador ya que solo necesitaba de la electricidad innata de su hija, que ahora acrecentaba su ira. La estática zumbó desde la mano de Zeri hasta el cañón conductor de la pistola. Apuntó.

"¡Láser Ultracargado!".

Un rayo estruendoso golpeó las puertas dobles detrás de los matones, haciendo estallar el metal oxidado.

"¡Corran!", gritó Zeri. "¡Me encargaré de los guardias!".

Los rehenes se dispersaron y los guardias trataron de perseguirlos.

Una mujer agarró a Zeri del brazo. "¿Has visto a mi hijo? ¡No lo trajeron acá con nosotros!".

"Timik está bien. Él...".

"¿Timik? No, no él no es...".

Más matones se acercaron. Zeri tiró de su arma para encararlos y disparó haciéndolos retroceder, dándole a la preocupada mujer una oportunidad para huir.

"Tenemos que irnos", les advirtió un hombre, apartando a la mujer.

Zeri disparó más balas eléctricas como protección. "Cuando su jefe se entere de esto, van a desear haberme matado aquí", gritó.

Los frustrados guardias desviaron su atención de los rehenes que huían y se dirigieron a Zeri.

Bien. Vengan a mí.

Cuando se acercaron, se subió a uno de los anchos tubos entrelazados que había en las paredes. Estaba hecho de latón y cobre, que son conductores naturales.

Los pies de Zeri crepitaron con electricidad. Potenciada por sus chispas, se deslizó por la red de tuberías, descargando ráfagas de balas contra tres guardias que se acercaban. Sus cuerpos se retorcieron y agitaron antes de desplomarse. Con destreza, Zeri cambió de dirección, dejando caer a los otros guardias que trepaban por las barandillas laterales para sorprenderla por detrás. Solo quedaba un puñado de atacantes. Podría regresar a casa pronto. Su familia debía estar muy preocupada...

Una explosión golpeó la tubería bajo Zeri y la hizo perder el equilibrio. Se estrelló contra el suelo.

"Te atrapé", dijo el capitán, sosteniendo lo que parecía ser un cañón Hextech, con humo saliendo de la boca del arma. Sus tropas restantes se reunieron, con las lanzas preparadas.

Zeri se puso de pie con dificultad, con la cabeza dando vueltas, las rodillas raspadas y sangrando, y las corrientes eléctricas centelleando por su cuerpo herido. Levantó su pistola para disparar.

Se fundió.

El capitán sonrió.

Maldición. Debe haberse roto en la caída.

Sus enemigos se acercaron.

"¡Al diablo!". Zeri lanzó su pistola a un lado y se quitó la chaqueta. Sin el peso de su chispimochila, sintió que su cuerpo se llenaba de voltaje. Con un salto en el aire, golpeó con su puño izquierdo hacia el techo.

"¡ESTALLIDO ELÉCTRICO!".

Las ondas bioeléctricas salieron disparadas de su puño, luego de su pecho y después de todo su cuerpo, desgarrando el espacio. Como una tormenta de relámpagos, las ondas se arqueaban en los metales conductores, restallando violentamente mientras ahogaban la habitación con la fuerza bruta de Zeri. Los cuerpos se sacudieron antes de caer en tropel.

Zeri cayó de rodillas y sus nudillos la sostuvieron. Parpadeando el sudor de sus ojos, sintió el dolor punzante de todas las heridas de su cuerpo a la vez. "Más vale que haya funcionado".

"¡Pequeña ingrata!". La voz del capitán se escuchó por toda la sala. Zeri lo vio ponerse de pie a trompicones, sangrando por la nariz y los oídos.

"¿Por qué?", exclamó Zeri. "¿Por qué hacer daño a personas inocentes?".

El hombre se burló de ella, pateando los cuerpos inertes a su alrededor en busca de su arma. "Nadie es inocente a los ojos de la baronesa".

Un zumbido llenó el aire cuando el capitán levantó su cañón hacia Zeri.

Con la poca fuerza que pudo reunir, Zeri se hizo a un lado y se deslizó detrás de una gran tubería caída. La explosión la lanzó a ella y a su cubierta contra la pared. La visión de Zeri se volvió negra. Cuando abrió sus ojos, el capitán se había ido.

Tambaleándose bajo la luz de la luna, Retrato - Zeri Zeri se dirigió a casa a través de las calles casi vacías. Se sintió aliviada de que los rehenes estuvieran a salvo, pero aún así apretó los dientes. Los quimobarones... siempre tenían más. Más recursos, más poder. Su fuerza recaía en el sistema que habían creado con todos bajo su reinado, contribuyendo a un Zaun que solo ellos controlaban. Tal vez el capitán tenía razón... nadie es inocente.

Y todos son víctimas.

Un destello de luz azul surgió detrás de ella, deteniéndola en seco.

"Oye, buen trabajo".

Giró para ver a un adolescente con la cara pintada y un bate brillante en la mano. Sin saber si la habían estado siguiendo, Zeri intentó prepararse una vez más, pero le costó mantenerse erguida ante el desconocido.

"Relájate", dijo el joven. "Timik me habló de ti".

"¿Y quién eres tú?", preguntó Zeri.

"Mi nombre es Retrato - Ekko Ekko. Esos matones del almacén me estaban buscando antes de que tú aparecieras. ¡Pero qué manera de aplastarlos!".

Zeri suspiró. Si está en contra de los barones, está bien.

"Escucha, sé que tienes preguntas, yo también las tengo, y tengo que preguntarte, ¿por qué ayudas a personas que no conoces?", dijo Ekko.

Zeri se encogió de hombros. "Yo lucho por mi comunidad".

Ekko sonrió. "Entonces deberíamos hablar. Zaun necesita gente como tú... y debería darte las gracias por salvar a mis padres esta noche, también".

Zeri respondió con una sonrisa. "Cuando quieras".

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