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Historia corta • 6 Minutos de lectura

La Voz del Hogar

Por Matthew Dunn

Nadie supo quién comenzó el incendio, solo vimos la columna de humo a lo lejos.

Lore[]

Nadie supo quién comenzó el incendio, solo vimos la columna de humo a lo lejos.

La Garra Invernal había dirigido a nuestra tribu hacia el norte, a una tierra tan dura que incluso nuestra matriarca guerrera, Olgavanna, se estremeció durante la primera noche. Nuestra manada de elnuk murió en la segunda noche. Al menos pudimos comer en la tercera.

Pero incluso ese festín era solo un recuerdo mientras ascendíamos por la montaña sin pico. El Cojo Kriek la llamaba —la Mitad Montaña del Viejo Ornn—. Nuestro chamán había perdido la razón, pero Olgavanna nos obligó a llevar al loco. La había convencido de que nuestra supervivencia dependía de la fuente del humo misterioso. El resto de nosotros creíamos que estábamos marchando hacia nuestra perdición.

Las pendientes de la mitad montaña eran un paisaje tortuoso de piedra negra. Hallamos las ruinas de una ciudad olvidada que no se encontraba en ningún mapa, aunque ahora era solo un laberinto de cimientos carbonizados. Kriek, quien estaba posado sobre los hombros de Boarin, insistió que hace mucho tiempo el lugar se había llamado Hogar.

Oscuras nubes del este dejaron ver el destello de relámpagos y los vientos acarrearon el hedor de pelaje mojado y dulce decadencia. Nuestros exploradores no volvieron. Todos sabíamos lo que esto significaba, pero ninguno deseaba pronunciar la palabra —Osuno— en voz alta.

Seguimos subiendo hasta que llegamos al borde de un gran cráter. Entonces, Kriek vio el fuego. Esto era extraño porque el Cojo Kriek también era ciego.

En el centro de la cuenca se encontraba la fuente del humo que se elevaba hacia el cielo. Olgavanna pensó que al menos los empinados muros del cráter ofrecían un descanso del salvaje viento, así que descendimos a lo que probablemente sería nuestra tumba. El incandescente terreno era muy difícil de recorrer, pero cualquier parada significaría inclinar nuestras cabezas y aceptar nuestra muerte.

Fue entonces cuando vimos la caldera. La estructura abovedada era la única que parecía hecha a mano. Tenía la apariencia de la cabeza de un gran carnero, con mechones de pasto en los espacios entre las delicadas baldosas. En la boca del carnero yacía una llama tan brillante, que podíamos verla con los ojos cerrados.

Nos agrupamos a su alrededor para calentarnos mientras Olgavanna preparaba los planes para nuestra última batalla. Era mejor morir de pie que temblando acurrucados en el frío. La mayoría de nosotros éramos granjeros, constructores, zapateros y muy pocos poseían habilidades para el combate como en las otras tribus. Nosotros cuidábamos de nuestros ancianos, de nuestros enfermos y de nuestros niños. Ahora, nos encontrábamos lejos de la ayuda de los avarosanos, pero la guerra solo ansía sangre y huesos.

Apenas teníamos una oportunidad de derrotar a la Garra Invernal. Si los Osunos atacaban primero, nuestra defensa sería aterradoramente corta. Aquella temible legión de abominaciones mitad oso nos superaría.

Poco después, escuchamos sus gruñidos de batalla cada vez más estruendosos, junto con el alboroto de sus pisadas. Olíamos su hedor. Cientos descendieron por los acantilados, como sombras retorciéndose hacia las laderas basálticas. Creamos lanzas con nuestras camillas y afilamos nuestros cuchillos de trinchar con las piedras. Haríamos el Rito del Rito del Oveja Cordero para nuestros enfermos y ancianos, y el resto de nosotros bailaríamos con el Lobo Lobo. Todo habría terminado por la mañana.

Nadie vio quién avivó el fuego, pero creció tan ardiente que tuvimos que alejarnos un poco. Después, la caldera habló, su voz sonaba como trozos de leña crepitantes.

—Volibear está cerca—, dijo. —Busquen refugio ahora mismo—.

—No hay refugio que encontrar—, replicó Olgavanna al fuego en la forja. No sabíamos en presencia de quién estábamos. —Los enemigos están cerca. Los Osunos nos están rodeando—.

—Los Osunos...—, y el fuego de la forja se avivó aún más con estas palabras, —…serán detenidos. Los demás problemas tendrán que resolverlos ustedes—. El pasto comenzó a incendiarse. Las baldosas se tornaron rojo incandescente en las orillas y se expandió el calor hacia su centro. Vapor crepitaba de las fisuras.

Algunos se cubrieron con sus vestimentas para poder respirar conforme la temperatura subía. Otros se desmayaron. La siguiente oleada de calor abrasador nos puso a todos de rodillas, jadeando por falta de aire. —¡Creí que nunca llegaría a este día!—, dijo Kriek, derramando lágrimas de alegría.

La piedra comenzó a gotear, como cera de vela. La mampostería fluyó hacia la base de la estructura. La cúpula de la forja se derritió hacia adentro, provocando que el resto de la cubierta exterior se derritiera.

Un destello de luz anaranjada nos cegó, mostrando la silueta de una figura humanoide por un momento. Después, un géiser de llamas brotó en el aire y gotas de piedra derretida se endurecían en el suelo bajo nuestros pies. Donde había estado la enorme forja, ahora se encontraba una bestia corpulenta, su forma se desdibujaba por las ondas de calor. Ahí estaba, la olvidada leyenda de la que siempre nos había hablado Kriek... el Viejo Ornn, tan alto como tres pinos congelados. El viejo amo de la forja se enfrió rápidamente, hasta tomar su peluda forma. La lava goteaba por su barbilla y se endureció hasta formar una barba trenzada. Sus ojos eran brasas resplandecientes. En una mano tenía un martillo, en la otra cargaba un yunque con la misma facilidad.

Nos juntamos detrás de nuestra líder de guerra. Olgavanna tomó a Fellswaig, su hacha de Hielo Puro, y se acercó a Ornn. —Si los Osunos son tus enemigos, pelearemos a tu lado—, le dijo. Después, en un gesto inapropiado para una líder de guerra de hielo, se arrodilló y puso su arma a los pies de Ornn. El Hielo Puro de Fellswaig se derritió, y reveló un hacha de bronce ordinario y de acero.

Yo nunca había visto al Hielo Puro derretirse. Nadie había visto al Hielo Puro derretirse. Sentimos que era astuto seguir a Olgavanna y arrodillarnos.

Ornn gruñó. —Pónganse de pie. Arrodillarse es morir—. Dirigió su mirada a la tormenta de relámpagos que se acercaba. —Yo me encargaré de los Osunos. No me sigan—.

Se arrastró hacia la horda que avanzaba, la cual embistió con despiadada velocidad. Podíamos ver fuego reflejado en sus grandes ojos. Boarin levantó al viejo chamán aún más alto en sus hombros. —El Viejo Ornn balancea su martillo, golpeando los valles de las montañas—, cantó el loco cojo.

Vimos asombrados en silencio cómo la criatura enfrentaba solo a los Osunos. Con un bramido, golpeó con su martillo el suelo y una fisura se propagó hacia el ejército que avanzaba, deteniéndose poco antes de su frente. Chorros de lava y sulfuro volaron hacia el cielo, fuego endurecido llovió hacia los guerreros mitad oso.

Lo que sea que fuera Ornn, peleaba con la sangre ardiente de la tierra.

Detrás de los Osunos, trozos gigantescos de deshechos trozos gigantescos de deshechos emergieron del suelo, bloqueando su retirada. Ornn los embistió embistió y los atacó con su martillo. Aun así, cada uno de ellos atacó con la brutalidad de diez guerreros.

Pero supimos cuando Ornn alcanzó su retaguardia, porque hubo una ensordecedora explosión, el muro de deshechos se estremeció y los Osunos volaron por los aires en desencajados arcos de carne ardiente y pelaje.

El cielo se oscureció con ceniza. Volutas de humo ascendieron a enfrentarse con las amenazantes nubes, y relámpagos atravesaron la bruma. El mundo se paralizó de forma inquietante cuando el Oso con mil heridas Oso con mil heridas penetrantes llegó al campo de batalla. Podíamos vislumbrar su reveladora forma: lanzas, espadas, colmillos, todas ocultas en su pelaje. Un relámpago siguió su paso.

Y luego rio.

La respuesta estruendosa del cuerno respuesta estruendosa del cuerno sacudió nuestras entrañas. La lava provenía de las oscuras colinas, mientras ríos de fuego fluían por las pendientes, apresurándose hacia la cuenca del valle, formando una vertiginosa ola. Truenos apuñalaban las colinas, cauterizando las heridas de las piedras, y una densa y cáustica niebla cubrió el volcán por completo. Nosotros solo veíamos relámpagos de tonos blancos y azules, y un infernal color carmesí filtrándose por el espeso vapor. El calor que del suelo emanaba calcinó las suelas de nuestras botas.

Después, vimos la vertiginosa ola de llamas convirtiéndose en una estampida de carneros. Ornn embistió a la bestia incandescente, atrapando a la cosa que él denominaba Volibear entre sus hombros y los carneros de lava.

La fuerza de la explosión nos derribó a todos. El chamán sin piernas fue arrojado a cientos de metros de los hombros de Boarin, rio durante todo el vuelo.

Aguardamos toda la noche para que el gran cataclismo acabara con nosotros, pero no fue así. Solo escuchamos los rugidos del Oso con mil heridas penetrantes y el gruñido estruendoso del carnero de la forja.

Cuando la niebla se disipó en al finalizar la mañana, vimos las pendientes a nuestro alrededor cubiertas de pedazos de los desprendimientos del volcán, y columnas antinaturales de corteza basáltica levantada del suelo en ángulos extraños.

Cuando nos dimos cuenta de lo que estaba ante nosotros, retrocedimos aterrados y asombrados. Los Osunos estaban congelados en piedra y sus rostros reflejaban agonía enmascarada.

No vimos ningún rastro de Ornn ni de Volibear. Tampoco teníamos suficiente tiempo para buscarlos. Los cuernos de cacería de la Garra Invernal anunciaban su avanzada. Tomamos nuestras armas y nos mantuvimos firmes. Lo que quedaba de nuestras vestimentas eran harapos chamuscados, pero nuestra piel ya no se estremecía con frío.

El cabello de Olgavanna se había quemado por completo y su musculosa espalda estaba marcada por el calor. Su hacha, que alguna vez había sido de Hielo Puro, era solamente de bronce y acero, y estaba tan descubierta como todos nosotros. Nunca había lucido tan fuerte.

Nuestra sangre hervía. Nuestros estómagos gruñían. Estábamos adoloridos y cubiertos de ampollas, desnudos y expuestos. Untamos nuestros pechos con ceniza con la forma de un martillo y dibujamos cuernos de carnero en nuestros rostros.

Cantamos y coreamos en memoria de la noche transcurrida, con las palabras del viejo loco Kriek.

Sabíamos quién había encendido el fuego. La Garra Invernal lo sabría también.

Referencias[]

  1. REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref
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