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Cassiopeia The Shedding of Skin
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Historia corta • 5 Minutos de lectura

La Muda de Piel

Por Rayla Heide

Cassiopeia se reclinó contra el techo almenado y miró desde arriba los callejones sinuosos y las calles abarrotadas de Urzeris. Un territorio noxiano desde hacía muchos años, la ciudad costera todavía se rehusaba a aceptar por completo su nueva identidad; por el contrario, era percibida como antigua, resistiéndose silenciosamente al futuro.

Lore[]

Cassiopeia Cassiopeia se reclinó contra el techo almenado y miró desde arriba los callejones sinuosos y las calles abarrotadas de Urzeris. Un territorio noxiano desde hacía muchos años, la ciudad costera todavía se rehusaba a aceptar por completo su nueva identidad; por el contrario, era percibida como antigua, resistiéndose silenciosamente al futuro.

Demasiado shurimana.

Impasible ante el fresco aire nocturno, Cassiopeia llevaba puesto un vestido de seda traslúcida que revelaba la transición a la altura de sus caderas, en donde su piel suave se transformaba en sinuosas y superpuestas escamas de serpiente. El aroma de la carne rostizada llegaba flotando hasta su escondido nido elevado, pero no lograba disimular el repugnante hedor de las miles de personas que vivían unas sobre otras. Su boca ardía mientras un veneno veneno nocivo se mezclaba con su saliva. Tras un movimiento de su cola cola musculosa, la mampostería se agrietó y algunos de los fragmentos resquebrajados cayeron hacia las calles.

Las ratas se dispersaron desde la piedra que caía. Los jovenzuelos callejeros sucios correteaban alrededor de las esquinas, mientras que figuras encapuchadas susurraban en las sombras y los soldados fornidos entraban y salían de las tabernas. Ninguno de ellos tenía la más mínima idea de la existencia del depredador que acechaba desde arriba, en la oscuridad.

Cassiopeia rozó su costado escamoso con su mano con forma de garra. Las sombras ocultaban su figura serpentina. Hace tiempo, ella había sido una figura poderosa en Noxus: los asesinos mataban según su voluntad, los soldados revelaban sus secretos más oscuros y los generales obedecían con gusto sus recomendaciones, con la esperanza de contar con su apoyo. Cassiopeia suspiró. Pero ahora, solo salía bajo el resguardo de la noche. Ya no era más una voz influyente en la sociedad noxiana, desde que fue reducida a una grotesca abominación que debía permanecer oculta.

Tras su regreso del desierto, Cassiopeia se había escondido en la cripta de la residencia familiar, temerosa de su transformación. Permaneció sola en la bóveda fría y húmeda durante semanas, completamente asqueada por su cuerpo ofidio, lamentándose por la pérdida de su vida aristocrática.

Con el tiempo, un deseo creciente de cazar la abrumó, por lo cual tuvo que aventurarse a explorar la ciudad de noche, cuando el personal de servicio dormía.

Cassiopeia despertó de su ensimismamiento cuando un soldado de hombros anchos que portaba una pechera de cuero salió a tropezones de una taberna, con una bebida en la mano. Por fin, este era el hombre que había estado esperando. Rastreó sus movimientos desde arriba, siguiéndolo silenciosamente sobre los muros y arcadas de la fortaleza, hasta que él entró a un patio vacío. Perfecto. Cassiopeia se arrastró hasta un techo contiguo; sus ojos brillaban con la emoción de la caza.

Su figura proyectó una sombra sobre el soldado. Él se dio la vuelta, con una insolencia propia de la borrachera.

—¡Sé que estás allí! ¡Muéstrate!—, dijo él.

La cola de Cassiopeia se sacudió ante la expectativa. Su lengua bífida se extendió probando el aire. Inhaló el aroma dulce de su sangre hacia sus pulmones; después, exhaló con gran satisfacción.

—¡Pelea conmigo cara a cara!—, gritó él. —No me acecharán como si fuera un animal—.

Cassiopeia emitió un siseo iracundo. Cuando el soldado alzó la mirada, ella ya se había deslizado hacia el lado opuesto del patio y estaba encaramándose directamente sobre él, fuera de su vista, oculta entre las sombras.

—Te crees mejor que un animal, ¿no es cierto?—, dijo ella.

El hombre giró su cabeza abruptamente, tratando de ubicar de dónde provenía el sonido de su voz.

—¿Cómo cruzaste a este lado tan rápido?—, preguntó con una voz quebrada que traicionaba su bravuconería impostada.

—Ni siquiera las bestias se comparan con tu salvajismo—, dijo Cassiopeia.

Sin aliento, el hombre se alejó, buscando una ruta de escape. Golpeó con sus puños cada puerta, pero todas estaban atrancadas. Cassiopeia imaginó la mente de su presa acelerándose para resolver el acertijo de quién lo estaba cazando y el porqué.

Él desenfundó su espada y giró sobre sus pies, sin certeza sobre el sitio al cual dirigir su amenaza. —No quieres hacerme enojar. He destripado a peores enemigos que tú—.

—No solo enemigos—, respondió Cassiopeia. —He visto tu trabajo. No eres el único que se arrastra en la oscuridad—.

Ella le escupió veneno bilioso mientras él giraba hacia el sonido de su voz. El hombre aulló de dolor mientras agujeros del tamaño de una moneda quemaban a través de su armadura hasta su piel. Ella inhaló el placentero aroma del cuero y la piel quemados.

El hombre blandió su espada. "¿Quién eres? ¿Por qué haces esto?—.

—Te he estado observando—, respondió Cassiopeia. —Sé lo que eres y lo que haces...—.

—Lo que yo haga no te incumbe—.

—Sé que estás asesinando niños a cambio de carne de dragón. Escuché que es un gran negocio—.

El hombre trató de hacer palanca con el lado plano de su espada para abrir una ventana cercana, pero estaba firmemente atrancada.

—También están las tres mozas de la taberna—, dijo Cassiopeia. —Sarmela, Elmin y Lyx. Las encontraron ayer, en el río. Después de que acabaste con ellas, sus rostros quedaron irreconocibles—.

Ella se deleitó con solo pensar en hundir sus garras en su carne.

El hombre se plantó firme. —No puedes enfrentarme desde las sombras. ¡Muéstrate!—.

—Muy bien—, respondió Cassiopeia.

Se deslizó hacia el patio y se irguió hasta alcanzar su tamaño verdadero. Horrorizado, los ojos del hombre se ensancharon. Sus manos temblaban. Cassiopeia se cernió sobre el hombre, mirándolo hacia abajo mientras entrecerraba sus ojos.

—¡Monstruo!—, gritó él.

—Monstruo—, murmuró Cassiopeia. —Ese no es el peor insulto que me han dicho—.

Se deslizó hacia la izquierda y sacudió su cola entre las piernas del hombre, derribándolo sin esfuerzo.

Tras enredar su cola alrededor de su pecho, apretó sus costillas, cada vez más fuerte, sintiendo cómo su corazón latía bajo su agarre. Escuchó cómo tronaron los huesos. Contuvo sus ansias de destrozarlo por completo y lo soltó. Él se arrastró hasta donde estaba su espada, tomándola con desesperación. Ella disfrutaba mucho verlo temblar.

Lo acorraló lentamente. Él la miró fijamente, tratando de reconocerla.

—Conozco tu rostro. ¡Eres Lady Cassiopeia!—, dijo. —¡Mírate!—.

Con la punta de la espada enterrada en el suelo, se apoyó en ella para ponerse de pie.

—Ahora persigues a borrachos como yo a través de las sucias entrañas de esta ciudad, ¿no es así?—. El hombre lanzó un escupitajo de sangre. —Tan bajo hemos caído, ¿eh?—.

Ella siseó, mostrando sus colmillos, amarillos y chorreantes.

La mirada de Cassiopeia se concentró en los ojos del hombre, asentando un vínculo desalmado. Ella gritó, vertiendo toda su rabia en aquel chillido: ahí estaban la furia ante la injusticia de su estado actual, el enojo ante la pérdida de su vida privilegiada y el rencor frente a sus ambiciones fallidas. Lo canalizó todo en un gemido chirriante y desgarrador.

Mientras gritaba, su furia era reemplazada por felicidad. La sensación era como si estuviera flotando, poseedora de un gran potencial infinito. Cada fibra de su ser cantaba con este poder ancestral.

Una abrasadora luz esmeralda resplandeció en los ojos de Cassiopeia. La última expresión de pánico del hombre quedó fija mientras era petrificado desde adentro hacia afuera. Su mirada se endureció, se tornó gris y tiesa. Su último grito de horror se sofocó mientras la maldición transformaba su carne en piedra.

Cassiopeia se deslizó sobre la estatua y acarició con suavidad la endurecida mejilla. Lo que alguna vez fue piel, ahora era una espeluznante superficie resquebrajada, parecida al lecho de un río seco.

—Hubo un tiempo en el que tuve que manipular, sobornar e incluso... persuadir a las personas para conseguir mis propósitos—, dijo ella. —Pero ahora... ahora simplemente tomo lo que quiero—.

Latigueó su cola hacia delante y derribó la estatua al suelo. Sonrió. Sus ojos brillaron mientras se rompía en mil pedazos, reduciéndose a polvo y escombros.

Orgullosa, Cassiopeia se sonrojó al admirar su trabajo. Su vida como una mujer noble había terminado, sí, pero nunca antes había experimentado tanto poder corriendo por sus venas. Se deslizó de nueva cuenta hacia los techos, su mente era un torbellino de ideas.

Su próxima víctima representaría un reto mayor.

Trivia[]

  • Esta historia se actualizó el 22 de octubre de 2019 para reubicar el escenario de la historia a Uzeris de Noxus, a la luz de la actualización de la biografía de Cassiopeia.

Referencias[]

  1. REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref
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