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Lissandra The Dream Thief
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Historia corta

La Ladrona de Sueños

Por Matthew Dunn

La Bruja de Hielo no duerme en su ciudadela. Duerme en cualquier lugar, en todos lados y en ninguna parte. A veces todo lo anterior al mismo tiempo.

Lore[]

La Bruja de Hielo no duerme en su ciudadela. Duerme en cualquier lugar, en todos lados y en ninguna parte. A veces todo lo anterior al mismo tiempo.

El cavernoso sitio donde ahora eligió recostarse durante unas horas podría contener mil fortalezas. Un auténtico mar de Hielo Puro se extiende de un horizonte subterráneo a otro. No son los horizontes del tumultuoso mundo exterior, sino que se aproximan más, mucho más, a un tipo de locura totalmente distinta.

Ella suele visitar este lugar, siempre por su cuenta, pero jamás está sola.

Algunos los llamaron monstruos. Otros los llamaron dioses. Como sea, las inmensas sombras que duermen debajo del manto helado solo pueden soñar. Lissandra Lissandra registra el lugar con diligencia. Se asegura de que el lecho sea cómodo.

Los Vigilantes deben seguir durmiendo.

Ella perdió la vista hace mucho tiempo, así que identifica sus figuras con la mente. Lo que ve siempre la deja helada, más allá de la carne y huesos, de modo que ya no tiembla ante el contacto del hielo con su piel.

Su ceguera resulta una bendición cuando está aquí abajo. Ya es suficiente terror sentir su presencia. Caminar en sus sueños. Saber qué es lo que desean para este mundo.

Por lo tanto, ella debe mantenerlos soñando.

Uno de ellos comenzó a moverse. Lissandra lo sintió durante la última luna nueva, con la firme esperanza de que se calmara de nuevo, pero ahora su abismal inteligencia se retuerce contra los demás, cada vez con mayor inquietud.

Se quita el casco. Su ropaje ceremonial cae alrededor de sus tobillos y camina sin hacer ruido por el vacío helado delante de ella.

Lissandra separa sus dedos sobre el hielo. El cabello cae sobre su rostro y oculta las líneas de su edad, así como las cicatrices en sus ojos vacíos. Hace mucho tiempo aprendió los secretos para caminar en sueños, para atravesar distancias imposibles en esta tierra inhóspita en solo unos instantes, de ida y vuelta cien veces antes de cada amanecer. Algunas veces hasta olvida dónde se encuentra su cuerpo físico.

Ahora, su mente vaga a través de la barrera. Reflexiona un momento sobre el espesor del Hielo Puro. Cree que es ilógico depositar toda la fe sobre el cristal y, sin embargo, no hay otra opción.

Por otro lado, el Vigilante cuenta con enormes dientes, oscuridad y una ansiedad chirriante y frustrada.

Es más grande que una montaña. ¿Acaso es uno de los pequeños? Lissandra espera que así sea. Jamás se ha atrevido a sondear las defensas de los más grandes, aquellos que parecen capaces de devorar la gravedad y el tiempo, esos que no solo comen mundos, sino planos de realidad completos. Ellos la hacen sentir muy pequeña e insignificante, como una mota de escarcha en una tormenta de nieve.

Se concentra en la enorme y terrible criatura ante ella.

Su sueño se vuelve el sueño de Lissandra.

Una segunda Lissandra la espera ahí, en el sueño. Este ser eterno se eleva detrás de un sol oscuro, los mechones de cabello flotan en el cielo, sus ojos, de un azul cristalino, brillan con la fuerza celestial del último amanecer del mundo.

Es preciosa. Es una diosa. Lucha por empujar el sol por debajo del horizonte.

El ardiente orbe oscuro contraataca y trata de elevarse de nuevo. Quema los dedos de la diosa.

Ella nota algo enorme que elimina las sombras de las montañas cubiertas de cenizas congeladas. Este sitio es una burla del Fréljord, despojado de toda vida y magia...

Vida. La clave es la vida. Las almas vivas del Fréljord, esta tierra helada que Lissandra ofreció una vez en sacrificio a las bestias de abajo. Aleja al inquieto Vigilante de sus propios pensamientos oscuros, de la manera más delicada posible, y trata de calmarlo con los sueños de los demás.

La tribu se divide en tres campamentos. Así es como lo decretó la matriarca Hija del Hielo. Dice que es para protegerse de una cuchilla asesina, así nadie sabrá en cuál tienda descansa.

Glaciar bajo sus pies, estrellas por encima de todo, el sacerdote escribe sus notas en un pliegue de piel curada de elnük a la luz de las velas, sobre un afloramiento helado. Su mano es firme y audaz. Cada noche debe enviar sus apuntes a la Ciudadela de la Guardia de Hielo.

Se pregunta si el poder disimula la paranoia. Acaso...

Se percata de su respiración y sabe que no está solo. La vergüenza constriñe su garganta. Con diligencia, alcanza una tira de tela para honrar a Lissandra, la mejor de las Tres. Después de todos los juramentos que pronunció, solo la mirada de ella podría causarle tal escalofrío en su corazón.

—No te tapes los ojos—, dijo ella al salir de la sombra nocturna. Su voz es firme y fría.

—Perdóneme—, dijo él. —Llego tarde. Mis informes...—.

—Lo que busco no son tus palabras. Estás soñando. Necesito que escuches. Escucha al hielo—.

Los ojos del Sacerdote Escarchado se abrieron al escuchar lo anterior. El hambre del hielo.

No, no del hielo. Es algo... ¿debajo del hielo?

—¿Qué significa?—, pregunta, pero Lissandra se marchó.

El sacerdote despierta. Medita sobre el sueño. Juró servir, congelar y sangrar a ciegas. Toma la tira de tela y se cubre los ojos.

Antes del amanecer, él se encuentra muy lejos de la matriarca y sus tres campamentos.

Y Lissandra vaga por el sueño de otros.

Siete halcones de hielo vuelan por un cielo azul y dispersan la escarcha de sus plumas. La siniestra cumbre de una montaña se alza sobre una playa de piedras grises y redondas, y baja a las aguas poco profundas del mar.

La pequeña cuyo nombre nadie recuerda, excepto ella misma, camina sola.

Recoge un cangrejo. Es negro y sus ojos angulares giran sobre su cabeza. Lo toma con cuidado, sus patas le hacen cosquillas en la palma.

Observa un trozo de hielo flotando en el agua oscura que llegó hasta la tierra con las mareas casi congeladas. Topa con la costa rocosa y empieza a derretirse. Centímetro a centímetro, se va encogiendo y revela la figura de una mujer acurrucada en una cuna de hielo, algo que nació del invierno.

La niña suelta el cangrejo.

Lissandra surge de entre las olas como una...

—¡BRUJA!—, grita la pequeña. Una tormenta de hielo, nieve y un frío abrasador sale de su boca.

La bruja desaparece, lo único que queda es la pequeña llorando una tormenta de nieve.

Despierta de un sobresalto junto a un tenue fuego, rodeada de otros niños que duermen. Son los huérfanos sobre la nieve enrojecida del Fréljord. Una mujer de aspecto serio los vigila, trae un hacha atada a su espalda. Todos saben que ella moriría por ellos.

Una brasa salta de la hoguera y cae en las desgastadas pieles, a los pies de la pequeña.

Ella la toca con un dedo. Se congela al instante.

Ya dentro de otro sueño, Lissandra sabe que debe vigilar a esta niña. Es una Hija del Hielo. Tal vez sea una nueva arma para la próxima guerra.

O quizá una enemiga nueva.

En las cumbres, no es el intenso frío lo que afecta a este pobre viajero.

Es su propia ignorancia.

Se encorva en una cueva poco profunda. Tararea, dado que ya no puede cantar las canciones de su juventud para consolarse. No soporta inhalar el gélido aire. Su barba, blanca con escarcha y mocos congelados, le causa dolor cuando intenta separar esos labios ya azules y agrietados. No siente las piernas ni las manos. Ya no tiembla. Ya no tiene esperanza.

Se rindió. El frío le congelará el corazón y entonces será el fin.

No es lo que él deseaba. Pero se siente cálido. Libre.

—¡A las tierras justas! ¡A la luz del sol!—. La letra se asoma lentamente en su mente. En vez de hielo y nieve, lo que ve son prados verdes. Siente la brisa veraniega en su cabello.

Lissandra se acerca al hombre desde el fondo de la cueva. Ve cómo la muerte avanza con lentitud por los dedos de las manos y pies del hombre. No volverá a despertar. Este será su último sueño.

Ella coloca una mano sobre su hombro. Nadie debería estar solo durante sus últimos momentos.

—Los tuyos te esperan, amigo—, le dice en un susurro. —Recuéstate en la hierba alta. Te cuidaré mientras descansas—.

Él levanta la mirada y la ve. Sonríe y asiente. Luce más joven.

Luego, cierra los ojos y se deja llevar.

Lissandra se queda al filo de su sueño, hasta que ese sueño desaparece.

Los gritos de guerra y de muerte arrastran a Lissandra al sur. Percibe la sangre y fuego en el viento, además del fuerte olor del acero lleno de furia. Aquí crece la hierba, donde el suelo se descongela. No es un prado soleado, pero es lo más cercano a lo que la mayoría de las tribus del Fréljord llegará a ver.

El sueño gira y se distorsiona. Siente que sus rodillas se partirán, si eso tuviera sentido. Se mantiene firme apoyándose en las vigas de una choza en llamas.

El fuego no tiene ningún efecto. No es real.

Una sombra cae sobre ella.

—¡Esperé tanto este día, bruja!—.

Es inesperado, pero se trata de uno de los Avarosanos: un enorme bruto pelirrojo con el cuello abultado por las arterias tensas. Alza una espada serrada por encima de su cabeza. La sed de sangre se plasma en sus ojos mientras imagina victorias que jamás conseguirá en su vida.

Sin embargo, está listo para asestar el golpe final a su enemigo mortal.

Lissandra ya perdió la cuenta de las veces que ha muerto dentro del sueño de alguien más. Cada vez que ocurre, una parte de ella se aleja para ya no volver.

No. No otra vez. Esta vez no será así.

Unas enormes garras de hielo se cierran a su alrededor y forman un escudo que la sepulta. La espada del guerrero ni siquiera astilla la superficie. Se tambalea hacia atrás y lanza un rugido mientras...

Deja que despierte y que crea que él es el héroe que alejó a la Bruja de Hielo. Solo fue un sueño. Las tribus avarosanas caerán... tal como la bruja traicionera de quien tomaron su nombre.

Y Lissandra tiene problemas más apremiantes.

El ojo de la tormenta es más feroz en el Fréljord.

El vendaval ruge. Relampaguea. La sangre brota hasta de los copos de nieve.

Lissandra descubre al cambiapieles que canaliza esta furia elemental. Su trance es similar a un sueño, es un puente entre mundos. La tormenta es una plegaria, una línea directa con el maestro semidiós de los Ursinos.

Lissandra escupiría. Esa odiosa criatura es uno de los pocos recuerdos que no pudo borrar del Fréljord, sin importar lo mucho que lo intentara.

Los relámpagos caen sobre el chamán varias veces. Unas fauces enormes se desprenden de su mandíbula. Sus uñas se ennegrecen y forman unas garras. No es ni hombre ni oso, es algo totalmente distinto. Toda su vida será como un sueño. Sin dormir. Sin felicidad. Solo la tormenta. Lissandra se acerca, busca algo que pueda usar en esa turbulenta locura.

Entonces, la espantosa mirada del chamán se fija en ella, quien se percata de estar ante un avatar del mismísimo Volibear Volibear.

Sin pensarlo, Lissandra lanza un ataque con púas de Hielo Puro extraídas de la tierra en torno a ellos. Ella trata de atrapar las extremidades de la criatura para detenerla aunque sea solo por...

La sangre oscura mancha la nieve. Un trueno retumba en las cimas lejanas. El siniestro chamán cae de rodillas, su cuerpo dividido entre su forma original y aquella en la que podría haberse convertido. En realidad, es un acto de generosidad, ya que él aún mantiene la mayor parte de su propia mente.

Otros ojos brillan entre la tormenta. Estos metamorfos ya no son la amenaza que una vez fueron. Representan una batalla que tendrá lugar en otro momento.

Su delirio bastará por ahora.

Lissandra rodea con cautela el Vigilante debajo del hielo. Ve su propio cuerpo pequeño en la superficie, encima de ellos; su piel pálida como la de un cadáver, casi tan blanca como la nieve recién caída.

La bestia apenas percibe su presencia. Es como un recién nacido monstruoso y llorón.

No ocurre nada en los sueños de los Vigilantes.

Y nada más. Absolutamente nada. Un horizonte vacío, enmarcado por montañas de nada. ¿Y encima de esa nada? Un cielo de nada, con nubes densas de nada.

Ante ese vacío, Lissandra lucha por seguir siendo... algo.

El abismo bosteza a su alrededor. Observa cómo su avatar es devorado por el sol negro que, sin importar cuánto se lleve a sus fauces, no dejará de comer.

Ella grita y explota en fractales oscuros que se dividen en millones de Lissandras, cada una de ellas grita por igual. Aunque el sonido es apenas un susurro entre esa nada absoluta, eso basta para sacudir el sueño hasta sus propios cimientos...

Su cuerpo casi inconsciente traza jeroglíficos en la superficie de la barrera de Hielo Puro. Es un antiguo hechizo que surgió de un fuego ya extinto desde hace mucho. Garabatea entre espasmos y convulsiones. Se mueve con desesperación, tirones y torpeza.

Su cuerpo ya solo tiene un ápice de su espíritu.

Es entonces cuando, de golpe, recupera la mayor parte de ella. Vomita bilis acuosa sobre el hielo y se enrosca mientras su entorno se congela.

Debajo, la sombra que se retuerce vuelve a dormir. En su sueño, la devora por más tiempo y eso le otorga la única forma de paz que su especie parece desear.

Paz. Es algo que Lissandra jamás experimenta. Ya no.

Se viste y vuelve a subir por los escalones desgastados. La Guardia de Hielo está a la espera de su guía y liderazgo. Ella nunca tendrá paz en esta vida.

Ese es el pequeño precio a cambio de mantener dormidas a las bestias.

Soñando.

Devorando.

Los vientos abrasadores casi cortan las mejillas de los huérfanos Hijos del Hielo. Su nariz quedó entumecida hace una hora... ¿o dos? Eso no importa. Nada importa, porque cada vez que cierra los ojos, ve a la bruja.

Con su silueta contra el sol que nunca se pone, la mujer monta una bestia de hielo, huesos y magia oscura, y deslumbra con un vestido de nieve recién caída. El casco con cuernos que cubre sus ojos hace que parezca que su cabeza se alza hacia el cielo.

Separa los negros y resecos labios para nombrar horribles profecías.

—Te veo, Reathe—.

La Bruja de Hielo siempre tiene una entrada dramática para los sueños de Reathe.

—La oscuridad sonríe—, agrega, —y me dice: 'El hielo y las mentiras son instrumentos de la desesperación'. ¡Le ruego a mi mano que forme un puño! ¡Que arranque el ojo que siempre vigila! ¡Que lo atraviese con una púa de hielo! Antes de que el viento aúlle su canción solo al creciente abismo...—.

Las pestañas de Reathe quedaron congeladas. Ahora siente un gran dolor al separarlas. Pero debe hacerlo. Cuanto más tiempo estén unidas, más difícil será separarlas.

Lanza un grito y siente cómo la sangre tibia cae por su mejilla. Con su aliento, empaña un trozo de hielo y lo frota hasta que ve su reflejo. La herida en el extremo de su párpado no se ve muy grave.

Y en ese mismo reflejo se percata de que no está sola en la cueva.

Un hombre demacrado tiembla en la entrada, la luz matinal le da un tono cerúleo a su rostro. En ese momento, Reathe se da cuenta de que no es una ilusión fantástica. La piel del hombre es azul y traslúcida. Sus movimientos son lentos y rígidos, como si tratara de reanimar sus deterioradas articulaciones.

—Hace frío—, dijo el hombre macilento. —Vi esto al morir—.

Reathe se aleja de él con sus palmas y talones. —No tengo comida—, le grita; detesta el miedo que sale de su voz. —Ni refugio. No tengo nada que puedas quitarme—.

Él inclina la cabeza.

—No tengo hambre. Y ningún refugio me protege. Vi esta cueva, y a ti... cuando su escarcha nubló mis ojos. Nuestros senderos son como ríos que se encuentran. Vi esto al morir—.

—Mueres a menudo, ¿cierto?—.

—Esa única vez fue suficiente—.

—Tú...—. Reathe duda en ese momento. —¿También viste a la bruja?—.

—No, pero escucho a la bruja en mis venas... todo el tiempo, en cada latido de mi corazón que estuvo paralizado—.

Extiende su mano ennegrecida hacia ella.

—Hay otros, pequeña Hija del Hielo. Debemos reunirnos con esos otros. Y hay un largo camino que debemos recorrer juntos—.

—¿Y viste todo esto al morir?—.

—La muerte revela muchas cosas, pequeña Hija del Hielo—.

Reathe se pone de pie con lentitud. Con cautela. —¿Quién eres?—, le pregunta.

—Ya no soy nadie. Soy un simple pasajero en mi propio cuerpo. Mi nombre está congelado. Pero puedes llamarme... Cojeras. ¿Y debo llamarte...?—.

—Reathe, del clan Pie Estrecho—.

—Entonces, ven, Reathe, Hija del Hielo de Pie Estrecho. Los demás están cerca—.

Ella no se mueve. —¿Y quiénes son los demás?—.

Las torres de la Ciudadela de la Guardia de Hielo se alzan desde el helado paisaje. Olas de auroras boreales mágicas verdes, rosas y azules bailan en un cielo casi siempre nocturno. Aquí, las estrellas brillan eternamente, en el aire más frío y puro.

Pocos saben cómo encontrar esta fortaleza oculta. Hay muchos en este mundo que armarían un ejército y la destruirían hasta los cimientos. Quienes sí encuentran la ciudadela rara vez la abandonan bajo sus propios términos.

Aun así, cinco agotadas figuras avanzan por el paso de la montaña, por la grieta oculta en el propio manto del Fréljord.

Buscan a la Bruja de Hielo. Al igual que muchos otros durante siglos, cada uno vio a Lissandra en sus sueños... pero ahora sienten otra cosa, algo profundo.

Está debajo del hielo. Es algo oscuro y vacío.

Hambriento.

Que devora.

Trivia[]

  • "La Ladrona de Sueños" fue parte de un evento de historia que comenzó en los servidores oficiales de League of Legends Rusia y se promocionó en sus sitio y su pagina de twitter. Cada una de las imágenes de los capítulos se lanzó en el cliente ruso después de completar cierta cantidad de juegos durante el evento.

Media[]

Referencias[]

  1. REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref
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