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Historia corta

La Diosa sin Rostro

Por Graham McNeill

Miro al gusano retorcerse en su intento por salir a la superficie de la arena.

Lore[]

Miro al gusano retorcerse en su intento por salir a la superficie de la arena.

Su cabeza frondosa se balancea de un lado al otro mientras huele el aire, presintiendo la jarra con agua que tengo junto a mi cama entre la pila de pergaminos, lápices y frascos de tinta. El agua lleva dos días allí, contaminada con el polvo de un pozo que casi siempre está seco… pero al gusano no le importa.

Admiro su valentía por emerger de su hogar debajo de las arenas para encontrarse con una criatura cien o mil veces más grande que él. Seguramente sepa que podría aplastarlo con mi sandalia, pero no me tiene miedo. Una lengua fina como un cabello brota cuando el gusano se mete a través del agujero en la alfombra harapienta que cubre el suelo de mi humilde morada.

La alfombra fue uno de los últimos regalos que me dio mi madre antes de irme de Kenethet para empezar a trabajar como aprendiz de mampostero bajo las órdenes de la archimampostera Nouria. Incluso cuando era joven, mi habilidad con el cincel, la escofina y la lima era muy conocida, y había ganado el primer premio en el Festival Anual de los Ascendidos, cuando esculpí una efigie de Setaka.

También había llamado la atención de la archimampostera, cuyos bellos tallados adornaban la fachada del palacio de seda de Magyett Sadja en Nashramae, y el Templo del Sol de Bel'zhun. Algunos decían que incluso había esculpido las figuras de grandes hombres y mujeres del otro lado del océano, en una ciudad donde las calles estaban pavimentadas con oro y enormes máquinas mágicas hacían el trabajo de diez hombres fuertes. No sé si de verdad creo en estos últimos relatos, porque Nouria nunca habla de los trabajos que hizo más allá de las arenas de Shurima.

Recuerdo vívidamente el momento en que levantó mi estatua, aunque ya han pasado casi veinte años...

—¿En qué te basaste para elegir los rasgos de la reina de los dioses guerreros?—, preguntó, con una voz que todavía el paso de los años no había desgastado y con unos pulmones que el polvo de su gran trabajo todavía no había devastado. —Jamás se encontró una imagen fiel de Setaka—.

Me había preparado para esa pregunta, y contesté con una respuesta cuidadosamente ensayada.

—Soñé con ella—, dije, con la sinceridad de la juventud. —La soñé liderando la Última Carga, se volteó hacia mí justo antes de despertarme y vi su cabeza enmarcada por el sol del atardecer—.

—Una buena respuesta, jovencito—, dijo. —Pero sucede que conozco esta cara. Si no me equivoco, esta es una dama de las arenas que trabaja para Benida-Marah—.

Me sonrojé porque descubrió mi mentira.

Pero la archimampostera Nouria solo sonrió y dijo: —No te avergüences. No eres el primer artista que usa a su amante como modelo—.

Inspeccionó mi escultura por todos lados, recorriendo la piedra con los dedos mientras asentía con la cabeza, juzgando mi trabajo y, aparentemente, encontrándolo digno.

—¿Te gustaría ser mi aprendiz?—, preguntó.

Me fui de Kenethet al día siguiente, y viajé con la archimampostera por los caminos norteños del Sai Kahleek hacia Xolan.

Donde esperaba la diosa sin rostro.

Vierto un poco de agua al suelo cerca del gusano antes de abrocharme el cinturón de herramientas en la cintura. Me queda grande sobre las caderas y temo que necesitaré usar mi punzón para hacerle otro agujero al cuero. Nuestra comida no abunda, y si las caravanas comerciales no vienen por aquí, a veces pasamos semanas con nuestros escasos suministros estrictamente racionados.

Dejo al gusano retorciéndose feliz en su pequeño charco, contento de haberlo ayudado a sobrevivir. Todos los seres vivos merecen la oportunidad de existir. Me acuerdo de la predicadora mendiga que pasó por nuestro pueblo el año pasado, que me dijo que incluso las criaturas más pequeñas son parte del plan del Gran Tejedor.

Me pregunto qué habrá sido de ella; parecía tener mucha prisa.

Apartándola a ella y al gusano de mi mente, salgo de mi hogar y siento el calor del día, aunque todavía no amaneció del todo. El cielo tiene un color azul aterciopelado, y algunas estrellas todavía titilan en agradables patrones sobre el firmamento.

Una ráfaga de aire frío altera el polvo de piedra que se arremolina juguetonamente por las calles. El viento trae el olor de algo nauseabundo, como carne podrida o leche rancia, y me pregunto si no habrá algún animal salvaje muerto por ahí.

El suelo de esta zona es rocoso y mayormente inhóspito, pero hay signos de que alguna vez fue fértil y se usó para cultivar y criar animales. El desierto shurimano está lejos de ser el páramo sin vida que muchos extranjeros piensan que es: tiene un ecosistema vibrante de flora y fauna con algunos ejemplares peligrosos y otros completamente inofensivos. Por suerte, no nos preocupan los depredadores o los bandidos en Xolan, en parte gracias a nuestra lejanía y, además, porque los mamposteros más viejos nos dicen que la propia Xolaani nos cuida y nos protege para que podamos restaurarla a su antigua gloria.

Las labores comienzan temprano, y decenas de trabajadores somnolientos ya están dirigiéndose al enorme acantilado para realizar sus tareas. Compartimos un saludo matutino antes de desperdigarnos por toda la gran estatua.

Y aunque la he visto todos los días durante los últimos veinte años, todavía tiene el poder de dejarme sin aliento.

La roca se alza verticalmente sobre un risco sólido: una pared imponente de piedra ocre, con salientes que parecen cuchillos debido a la erosión del viento. Algunas de esas salientes las extrajimos del acantilado para crear nuestros lienzos; otras, las dejamos porque funcionan como excelentes rompevientos para preservar mejor nuestro trabajo.

¡Y qué trabajo! La estatua de Xolaani Ascendida es, casi literalmente, un logro gigante.

Con casi trescientos metros desde sus pies cincelados hasta su cuello rapado, la primera vez que vi la estatua tallada en el acantilado estaba completamente desgastada después de siglos de abandono. Si tiene la mirada fija en el horizonte, un viajero de paso podría incluso no percatarse de su presencia.

El viento suavizó el detalle de las vestiduras alrededor de sus piernas, y un desprendimiento antiguo destrozó parte del caftán que ondeaba alrededor de sus brazos extendidos como alas.

Pero lo más doloroso de todo es que una vieja herida barrió con todo su rostro, y no dejó ni una pista sobre el aspecto real de la diosa guerrera. Esta leyenda del pasado de Shurima permaneció sin rostro por incontables siglos, pero nosotros, los mamposteros de Xolan, estamos listos para restaurarla a su antigua gloria.

Si tan solo pudiéramos ponernos de acuerdo sobre sus rasgos verdaderos.

—Agua y sombra para ti, archimampostera—, dije, subiéndome a la plataforma del elevador en la base del acantilado.

—Agua y sombra para ti, Mennas—, responde Nouria sin levantar la vista. —Llegas tarde—.

Últimamente, tomó la costumbre de decirme eso todas las mañanas, aunque jamás le he dado motivo para acusarme de impuntual.

—Estaba saciando la sed de un gusano—, explico.

—¿Un gusano?—.

—Sí, viene todas las mañanas en busca de agua—.

—¿Y tú le das un poco?—.

—Así es—.

Sacude la cabeza, pero me doy cuenta de que la idea de que yo tenga un gusano por mascota la divierte.

Estiro el cuello para observar la longitud de la estatua. Tan cerca del risco es imposible ver los detalles, pero a medida que subamos podremos ver el trabajo de mampostería.

Una red de andamios se aferra a la cara del acantilado como una telaraña; la madera fue traída con gran esfuerzo de las junglas del este y de las tierras fértiles al sur de las montañas. Vigas y escalones de dura madera templada amurados a la roca les permiten a los mamposteros trepar hasta donde necesiten trabajar. Un conjunto de poleas y sogas sirven como un elevador para llegar a los puntos más altos de la estatua.

Es allí donde hoy la archimampostera y yo trabajaremos.

—¿Estás listo?—, me pregunta.

—Sí—.

Desato los nudos de las sogas que aseguran el mecanismo del elevador, y dejo que el contrapeso se libere del anclaje en la plataforma. Todo el aparato se sacude, y cuento los nudos mientras ascendemos: cada uno marca un intervalo de casi cuatro metros.

Me siento al borde de la plataforma, disfrutando de la creciente sensación de altura mientras subimos.

El pueblo de Xolan no es grande, apenas una congregación de tal vez doscientas almas agrupadas alrededor de un lago lodoso y de algunas zonas de vegetación que proporcionan un poco de sombra y algunos frutos de vez en cuando. Vivir tan lejos de las ciudades es difícil, pero lo que hacemos aquí es más importante que cualquier comodidad mundana que nos falte. Todas nuestras viviendas están hechas con maestría, como puede esperarse de una comunidad de mamposteros; cada una está construida por el propio artesano que la habita y refleja su estilo y personalidad. Mi casa es humilde y su estética subestimada evoca la casa de mi madre en Kenethet.

Un patio de trabajo yace en el extremo norte de nuestro pueblo, y está lleno de roca cortada del acantilado, peñascos caídos y grandes fragmentos de mampostería decorativa nueva que todavía hay que colocar en su lugar.

Si todos llegáramos a desaparecer mañana, sus muchas estatuas, tallados y bloques labrados por los superiores quedarían como testimonio del trabajo de nuestras vidas.

Un gran canal pasa por el centro de nuestro pueblo, discurriendo en zigzag desde la base llena de escombros del acantilado hasta desaparecer en las arenas de Sai Kahleek. Fragmentos de piedra y arena cubren toda su longitud, pero he visto imágenes que muestran que este canal alguna vez estuvo lleno de agua.

Si las historias de restauración de la antigua ciudad de Shurima a manos del Emperador Halcón son ciertas, entonces muy poca cantidad de este tesoro líquido nos ha llegado. Pero cuando hayamos restaurado a la diosa sin rostro, el canal fluirá una vez más con agua sanadora, y nos alabarán por nuestro trabajo en la restauración de la tierra.

—Háblame de Xolaani—, dice Nouria con los ojos perdidos en la distancia.

Espero este momento, y me volteo para sonreírle.

Este es otro hábito nuevo en ella: me pide que le recite la historia de la diosa guerrera mientras subimos. No me molesta satisfacer su pedido; es bueno recordar por qué hacemos esto, por qué todos hemos dedicado nuestras vidas a restaurar la cara de la Ascendida, incluso si nuestro conocimiento actual está incompleto.

—Se dice que Xolaani era la hija de un sanador—, comienzo, cerrando los ojos e inclinando la cabeza hacia el este. —Una niña nacida bajo el Aspecto del Protector durante un pasaje propicio del sol. Vivió durante un tiempo de grandes cambios en Shurima, cuando la guerra contra los taumaturgos malvados acababa de empezar, y los ejércitos del emperador habían sufrido una terrible derrota ante las murallas de Icathia—.

—Había mucho sufrimiento, y Xolaani trabajó incansablemente para salvar la mayor cantidad de vidas que pudo, protestando contra la necedad de los emperadores que impulsaban a las tribus del sol a pelearse entre ellas—.

Nouria asiente con la cabeza, sus ojos perdidos en el horizonte como si estuviera viendo algo que yo no.

¿Es mi imaginación o detecto una nubosidad en esos ojos otrora azules como zafiros...?

Presintiendo mi escrutinio, ella se voltea. —Continúa—.

—Se dice que salvó cientos, tal vez miles de vidas, pero se lamentaba de que las salvaba solo para que las volvieran a mandar a la batalla. Algunos dicen que incluso se manifestó en contra del emperador, llamándolo belicista y déspota—.

—Tu tono me dice que eso te parece improbable—, dice Nouria.

—Si denunció al emperador, ¿por qué luego él accedió a que ella recibiera el regalo del Ascenso?—.

—No fue el emperador quien decretó que ella ascendiera a encontrarse con el sol, sino los sacerdotes que leyeron los augurios y trazaron el curso del futuro en los rayos de su dorada luz. Sería muy extraño que un emperador desafíe la voluntad del sol—.

—¿Pero no sería insólito?—.

Nouria tose, los pulmones todavía débiles por la fiebre que había sufrido el invierno pasado.

—No, no sería insólito—, dice finalmente. —Es muy fácil que uno manipule al otro. Pero continúa. Dime qué pasó con Xolaani cuando Shurima cayó. Háblame sobre el conflicto que siguió—.

Nunca había llegado a esta parte de la historia. Siempre arribamos a nuestro destino antes de que los detalles de la historia de Xolaani se vuelvan más oscuros. Pero ahora, al estar destinados a trabajar en el rostro desaparecido de la diosa guerrera, no tengo otra opción más que continuar.

La archimampostera capta mi vacilación. —Has estudiado la historia, ¿verdad?—.

—Claro, pero muchos de nuestros pergaminos están incompletos, o deliberadamente velados, llenos de relatos exagerados, o inventados por completo—, respondo.

—Cuéntame de igual manera—.

Asiento con la cabeza mientras trato de juntar los fragmentos para formar una narrativa coherente, pero ya sé que la voy a decepcionar.

—Se dice que hubo una guerra. Que sin el Emperador Halcón Azir para guiarlos, estalló un gran conflicto entre los Huéspedes Ascendidos... uno que los pergaminos dicen que casi termina con el mundo—.

—¿Crees en esa historia?—.

—No estoy seguro—, respondo honestamente. —La historia está llena de conflictos que hablan de amenazas catastróficas, y aunque estoy seguro de que fueron tiempos difíciles, la idea de que todos sean tan calamitosos me parece... poco probable—.

—Tal vez tengas razón, pero el largo paso de los años tiene la tendencia a desdibujar los recuerdos de esas guerras en la memoria. ¿Qué papel tuvo Xolaani en este conflicto?—.

—No hay nada certero—, digo. —Encontré muy pocas menciones de su participación en las guerras entre los dioses guerreros y aquellos que luego fueron conocidos y temidos como los darkin. Existen algunas referencias veladas que hablan de la súplica de un ser conocido como Ta'anari para que ella intervenga y salve las vidas de los caídos. En algunos relatos, se niega, pero en otros se dice que decidió otorgarles sus poderes curativos a aquellos que ella consideraba dignos, y que como conocía los secretos mejor guardados de la sangre podía incluso revivir a los muertos. Un último relato habla de cómo provocó la ira de uno de los darkin más despiadados, quien le asestó un golpe fatídico que la puso fuera de combate por siglos—.

Nouria sabe mucho más sobre Xolaani que yo, pero le gusta que cuente las historias, como si refrescarle la memoria la ayudara a grabar más profundamente esos recuerdos.

En verdad, me pregunto si su mente no ha llegado al punto donde estos relatos diarios son nuevos para ella... si ha comenzado el lento descenso hacia la ancianidad.

Me ahorro mayores preguntas cuando el elevador llega a nuestro destino.

Después de asegurar las cuerdas en su lugar y colocar la barra de contención en su posición, nos movemos con cuidado hacia la saliente rocosa que cubre los hombros colosales de la diosa guerrera sin rostro.

Cuando el trabajo esté por fin listo, la saliente se cortará y alisará, pero por ahora nos sirve como punto de observación. Miro hacia abajo, impávido por el vertiginoso abismo.

Me imagino cómo se vería Xolan si las aguas volvieran a fluir.

Una ilustración descolorida en uno de los libros de los mamposteros más ancianos muestra cómo el agua caía desde lo alto del acantilado en elegantes arcos a cada lado de la gran estatua. En esa imagen, el pequeño lago en el centro de nuestra comunidad es ancho y profundo, y sus aguas tienen un tono cerúleo que luego encauzan en un río que fluye hacia Shurima.

Tengo la esperanza de que si podemos descubrir el rostro verdadero de Xolaani, ese río vivirá de nuevo.

Espero ver el agua pronto. IV= Más allá de los miedos que pueda tener con respecto a la mente de la archimampostera Nouria, no ha perdido ni un ápice de habilidad con las herramientas de su oficio. Tal vez sus manos estén bronceadas y curtidas por los años de trabajo, pero son hábiles como ningunas cuando se trata de tallar la piedra.

Le estamos dando los últimos detalles al cuello, tallando capas más profundas que crearán una sombra que se verá desde el piso. Es una ilusión, un viejo truco de mampostero que me enseñó el primer día que trabajé la roca del acantilado.

Las labores de hoy son más apropiadas para un obrero que para una mampostera experimentada como Nouria... pero presiento que hoy necesita trabajar con las manos, que necesita estar cerca de la roca.

Todo lo que queda por tallar es el rostro de la estatua, pero los mamposteros de Xolan no se ponen de acuerdo sobre cuáles deberían ser sus rasgos. La ilustración que representa la cascada es la única guía que tenemos, pero el rostro en ella es confuso y está oculto por el rocío del agua. Cada mampostero del pueblo ha buscado el verdadero semblante de la diosa en sueños, en la bebida o en la oración, pero todavía no se ha llegado a un acuerdo.

Hacia la mitad de la tarde ya casi no tenemos nada más para hacer, así que nos sentamos en el borde de la saliente a mirar el horizonte ondulante. El cielo ahora es celeste brillante y el sol parece un disco de cobre que desciende hacia el oeste. Las dunas ondean por el calor, como si algo las alterara debajo.

En lo más profundo del desierto, los surcarenas dejan marcas sibilantes a su paso... pero aquí el lecho de roca está muy cerca de la superficie, así que rara vez vemos los espiráculos de arena que evidencian su paso.

—¿Qué piensas que pasará en la reunión de esta noche?—, pregunta la archimampostera, apartándome de mis pensamientos.

—Me temo que lo mismo que en las anteriores—.

—Me dijeron que el Viejo Bourai cree estar cerca de un semblante que nos satisfará a todos—.

—Dijo lo mismo de la propuesta del mampostero Ulantor el mes pasado—.

—¿Lo hice?—.

—Sí, y sobre la del Maestro Regouma antes que esa—.

—Ah, sí, lo hice, ¿verdad?—, responde con tristeza. —Más razón aún para que la reunión de esta noche sea diferente—.

—¿Qué quiere decir?—.

—Esta noche, les presentaré esto a los ancianos—, dice Nouria, sacando un pergamino enrollado de su túnica y ofreciéndomelo.

—¿Qué es eso?—, pregunto, casi reacio a agarrarlo.

—Mira—, me insiste. —Entonces lo sabrás—.

Tomo el pergamino y lo despliego con vacilación. Abro los ojos cuando veo el boceto al carboncillo que dibujó. Si la piedra no la hubiera llamado, casi sin dudas Nouria hubiera sido una de las artistas más grandes de Shurima.

Dibujó un rostro, uno que no tiene comparación, una mezcla quimérica de lo inhumano y lo sublime. Hay profunda sabiduría en las cuencas oscuras de los ojos caídos e infinita compasión, pero también está presente la capacidad de violencia inherente a cada uno de los dioses guerreros.

—Es... increíble. ¿Cómo hizo esto?—.

—Se me presentó en un sueño—, me responde, con una sonrisa pícara que le saca décadas a su cara curtida por los vientos. —Igual que te pasó a ti con tu escultura de Setaka, ¿recuerdas?—.

—Pero estaba mintiendo. ¿Esta es la verdadera Xolaani Ascendida?—.

Nouria se encoge de hombros. —Podría serlo—.

—¿Qué significa eso?—.

Suspira, y veo los estragos que los años han hecho en esta maravillosa mujer. La rigidez en sus dedos, el cansancio profundo en sus huesos, y sí, ahora miro mejor, la niebla creciente en sus ojos. Gira la cabeza y alza la vista hacia la roca marcada donde debería estar la cara de la Ascendida.

—Esta será mi última escultura—, dice Nouria. —Mi corazón está enfermo. A mi madre le pasó lo mismo, y a su madre antes que ella. Ya soy más vieja que ellas cuando murieron, así que me sentiré afortunada si llego a fin de año. No quiero irme de este mundo sin antes ver completo mi trabajo más grande—.

—¿Pero es el rostro verdadero?—, pregunto. —Si los ancianos aceptan este bosquejo y lo tallamos, ¿sería el verdadero?—.

Nouria me saca el dibujo de las manos; su semblante deja entrever que la decepcioné y aparta la vista para mirar el lago grisáceo y amarronado.

—Solo quiero ver fluir las aguas azules—, dice. —Una última vez—.

Estoy acostado en la cama, pero el sueño me evade. Veo cómo la luz de la luna recorre la alfombra de mi madre mientras las horas solitarias de la noche pasan sin que los ancianos lleguen a un acuerdo. Los ecos de las voces del Salón de los Mamposteros suenan tan estridentes como cuando comenzó la reunión, pero sospecho que ya sé cuál será el resultado.

El respeto que la archimampostera Nouria provoca genera una poderosa influencia en nuestra comunidad, y su dibujo es más magnífico que cualquier otro que hayan presentado en el pasado.

Creo que lo aceptarán como verdadero, porque es milagroso.

Lo aceptarán porque están cansados de no saber.

Todos queremos completar el trabajo durante nuestro tiempo en esta tierra; queremos tener la certeza de que el rostro de la diosa que nos ha cuidado todos estos años estará por fin terminado.

Todos queremos ver las aguas fluir una vez más.

Durante décadas, hemos peleado y discutido, pero cada representación de Xolaani que intentamos presentar está limitada por nuestras sensibilidades demasiado mortales.

¿Cómo podemos nosotros, seres tan alejados del tiempo de los Ascendidos, tener la esperanza de conocerlos, o de imaginar sus semblantes? Son seres forjados por la energía del sol, convertidos en dioses gracias a poderes tanto antiguos como divinos.

Imaginar que alguno de nosotros podría establecer su aspecto es arrogancia pura, y siento un resentimiento latente en mi pecho por el atrevimiento de Nouria. Me aferro al borde de la cama, una tormenta turbulenta de emociones me revuelve el estómago.

Tengo la boca seca por el miedo y el malestar.

Por un momento, deseo con todas mis fuerzas que el dibujo de la archimampostera sea real, ¿pero cómo puedo estar seguro?

Me vierto un poco de agua de la jarra en la mano y me mojo la cara. Tiene un gusto rancio, y las motas de polvo de roca desgastan mis dientes. Paso la lengua por mis encías y escupo una saliva arenosa que cae directo al suelo polvoriento.

Haber pasado tanto tiempo trabajando la piedra solo para flaquear a último momento por razones de conveniencia me parece algo completamente erróneo. Entiendo el deseo de Nouria de ver terminado el trabajo antes de morir, ¿pero presentar su visión como una verdad absoluta...?

¿Qué tal si basamos el final de nuestro gran trabajo en una mentira? No me gusta adónde me llevará este pensamiento, así que me levanto y me pongo una capa sobre los hombros para hacerle frente al frío de la noche.

Algo cruje bajo mis pies.

El gusano de boca frondosa está muerto bajo mi sandalia.

Su cuerpo aplastado y segmentado brilla tenuemente bajo la luz de la luna, y se me llenan los ojos de lágrimas. Solo es un gusano diminuto, pero siento una profunda tristeza por su innecesaria muerte.

Me regaño por llorar el fallecimiento de un gusano cuando un susurro cálido se cuela por mi ventana, trayendo consigo un sonido que no había escuchado desde que me fui de Kenethet.

No estoy seguro, pero parecen los búhos pigmeos que anidaban en los bosques nocturnos al borde del Sai Kahleek, atrayendo insectos con sus chirridos agudos. Trepo la escalera al techo de mi casa, abro el postigo atornillado y siento el frío aire nocturno sobre mi piel, incluso a través de la capa.

Parado sobre el techo plano y aún sabiendo casi con certeza que no veré a un búho pigmeo, oteo el cielo nocturno de igual manera.

Por supuesto que no veo ningún búho, pero cuando bajo la vista me encuentro con algo mucho más extraño.

El lago en el centro de nuestra comunidad desapareció.

Es verdad que sus niveles suben y bajan con las estaciones, pero siempre hay agua.

Ahora desapareció por completo, y solo queda una cuenca rocosa vacía, con las orillas expuestas y el lecho estampado con un curioso espiral, como si el agua hubiera tallado el lodo antes de desaparecer.

El viento cálido emerge de donde antes estaba el lago, y alzo la vista para ver a la diosa sin rostro tallada en el acantilado.

—Xolaani, muéstrame el camino—, susurro, mientras salto del techo a la arena y me dirijo al lago esfumado.

Siento escalofríos cuando veo el lecho vacío, no porque dependamos de él para tener agua, sino porque verlo esfumado la misma noche en la que tal vez conozcamos por fin el rostro de Xolaani se siente como un mal presagio.

Arrodillado en el borde, paso los dedos por el lodo de sus orillas inclinadas. Pienso que estará húmedo y maleable, pero está duro y vidrioso... como arcilla glaseada después de salir del horno.

—¿Qué pudo haber hecho esto?—, susurro. La totalidad del lecho del lago tomó la misma consistencia esmaltada y vitrificada.

Una vez más, escucho el extraño sonido que me sacó de mi casa, parecido a pájaros que parlotean en las ramas altas de unas palmeras. Parece venir del centro del lecho del lago, y con cuidado bajo por la pendiente rugosa.

El fondo es plano, y está lleno de esquirlas rotas de piedra y de fragmentos descartados despreocupadamente por los artesanos. Veo una mano tallada en piedra a la que le faltan dos dedos y un pie con el talón partido.

También veo rostros. Algunos están medio enterrados en la extrañeza del lecho vidrioso, algunos están resquebrajados en toda su extensión; otros parecen estar emergiendo desde las profundidades de la tierra. Sus semblantes son aversiones grotescas y sus bocas adoptan muecas retorcidas. No puedo imaginarme a ningún mampostero de Xolan tallando estas cosas monstruosas, pero entiendo por qué querrían deshacerse de ellas.

Evito estas atrocidades a toda costa.

La luz de la luna se escabulle a través del vidrio ondulado bajo mis pies, y produce reflejos fragmentados a mi alrededor. ¿Es mi imaginación o la superficie del lecho brilla con un tenue resplandor interior? La luna llena me confunde, pero luego una nube la tapa y de repente estoy seguro: una tenue luz late en el suelo.

Tardo un segundo en darme cuenta de que late en sincronía con mi propio corazón.

Mis pasos me llevan directo al centro del lecho del lago, que ahora veo es la fuente de la luz y de los pájaros susurrantes que parlotean. El suelo en el centro del espiral está resquebrajado, abierto e incluso un poco hundido. Grietas finas irradian luz, y cuando el viento cambia de dirección, se me revuelve el estómago al captar el mismo olor rancio de esta mañana.

Es el hedor de una tumba abierta, de carne y fruta podrida al sol.

Retrocedo un paso, y luego otro más.

Antes de dar el tercero, entrecierro los ojos cuando veo un fragmento largo y liso de piedra, como una máscara hecha para un gigante.

La luna se asoma entre las nubes, y la superficie expuesta de la piedra brilla como porcelana pulida. La belleza del rostro tallado en la piedra me deja sin aliento, porque se combina con el semblante inhumano pero atractivamente sabio de algo atávico.

Sus ojos parecen brillar con una sabiduría más allá de toda comprensión, e intento memorizar cada rasgo, sabiendo que la propia Xolaani me guio hacia esta relevación. No sé ni me interesa saber cómo esta cosa llegó a quedar sumergida en nuestro lago; que está aquí y que se me ha revelado en esta noche particular es suficiente para mí.

Me arrodillo junto a la piedra resplandeciente, y estiro la mano para tocarla con dedos temblorosos.

La fe me trajo hasta Xolan hace tantos años, y ahora mi fe ha sido recompensada.

Tengo que traer a los ancianos para que vean este milagro...

Tan pronto como termina de formarse este pensamiento en mi cabeza, el suelo en el centro del lago se rompe formando una grieta astillada, como el corte limpio de un martillo sobre un bloque de piedra. Pedazos del lecho se caen dentro del sumidero creciente.

Me arrastro hacia atrás mientras las grietas se ensanchan cada vez más.

La pestilencia sube desde las profundidades, y siento que el tiempo se detiene, que el viento cesa y que las estrellas contienen el aliento.

Algo emerge del agujero en el centro del lecho, una extremidad pálida y raquítica que me recuerda al gusano de boca frondosa de mi casa. Rápidamente, otra extremidad la sigue, y juntas arrastran desde abajo el cuerpo segmentado y latente de una... una cosa.

Tiene el tamaño de un perro y un cuerpo garboso, mojado y brillante.

El solo hecho de mirarlo me provoca náuseas.

Una multitud de esferas negras se extienden por su cabeza, y su piel se desgarra cuando una boca circular con colmillos se abre sobre su cuerpo. Icor negro gotea del orificio dentado. Cuando gira su cabeza deforme hacia mí, el terror me hiela la sangre.

Otra criatura arrastra su cuerpo de alimaña hacia la superficie; es tan horrible como la otra figura, un ensamble antinatural de extremidades filosas, dientes chorreantes y una armadura quitinosa. Más criaturas las siguen, y mi mente grita con terror.

Pero el sonido que hacen es suficiente para derretir el hielo en mis venas.

Incorporándome, giro y corro; lo único que pienso es en escapar. Los escucho detrás de mí, una cacofonía resbaladiza de garras filosas sobre un lecho vidrioso. Sus gritos seseantes y chirriantes resuenan extrañamente entre las piedras.

No es un sonido de este mundo.

Aterrorizado y sin aliento, trepo la pendiente del lago vacío, arañando la tierra para encontrar un apoyo, pero no encuentro ninguno. El suelo es vidrio, no lodo, y mis dedos se resbalan por el sudor que el miedo me provoca. Me saco las sandalias, y la piel desnuda de mis pies me da el agarre suficiente para trepar por la orilla.

Gateo en cuatro patas, y me atrevo a mirar por encima de mi hombro.

El lecho del lago está repleto de chirriantes bestias horrendas, cientos de ellas. Se mueven en manada: criaturas ciegas y estúpidas que chillan y rebuznan, siseando y escupiendo mientras emergen del suelo. Con cada segundo que pasa, más y más criaturas brotan del sumidero creciente.

Lloro cuando veo la cara de porcelana oscurecida por las formas monstruosas; la piedra parece derretirse, como si la sola presencia de las criaturas fuera un anatema de su belleza.

Con lágrimas en los ojos y el pecho oprimido, giro y corro hacia el Salón de los Mamposteros, dando la alarma a viva voz.

—¡Monstruos! Huyan!—.

No puedo saber si me escucharon, pero mi tonta necesidad de mirar hacia atrás me costó caro.

Algo filoso y ganchudo me desgarra la parte posterior del muslo, y caigo al suelo con las extremidades enredadas. Ruedo por el piso, y siento un terrible calor abrasador extendiéndose desde la herida mientras la sangre se derrama por mi pierna. Intento pararme, pero la pierna no me responde.

Escucho voces: gritos terroríficos de pánico que propinan los mamposteros de Xolan cuando ven las miles de bestias terribles que se dirigen hacia ellos.

Alguien hace sonar la campana de alarma, pero es inútil.

Me volteo para quedar boca arriba mientras una de las criaturas se acerca desde atrás. Su pecho se abre a lo largo, revelando una carnosa cavidad roja con tentáculos dentados y colmillos punzantes. Cae sobre mí, y las fauces abiertas de su cuerpo se aferran a mi estómago y me devoran en un frenesí de dientes desgarradores.

Siento una agonía inconcebible mientras la criatura me come vivo.

Pero no puedo morir con la imagen de esta bestia horripilante en mi mente; entonces, con mis últimas fuerzas, giro la cabeza para alzar la vista hacia Xolaani Ascendida.

—Decían que nos cuidabas...—.

Casi espero que me responda, pero no tiene rostro y no dice nada.

Referencias[]

  1. REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref
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