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Gwen The Stranger Who Sews
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Islas de la Sombra Crest icon

Historia corta

La Costurera Misteriosa

Por Michael Luo

Al atardecer, escondida detrás de un espeso matorral, una joven con grandes moños negros en su cabello azul plateado, ornamentos dorados y un vestido de elegante confección permanece de pie.

Lore[]

Al atardecer, escondida detrás de un espeso matorral, una joven con grandes moños negros en su cabello azul plateado, ornamentos dorados y un vestido de elegante confección permanece de pie. Entre sus manos sujeta un par de gigantescas tijeras espectrales. Han pasado semanas, o quizás meses, desde su llegada al continente occidental. Aquí, la tierra se extiende a través de un inmenso horizonte, el más amplio que jamás hubiera visto, pero la mente de Gwen solo piensa en una cosa:

La Niebla Negra.

Siguió su rastro desde las Shadow Isles Crest icon Islas, deteniéndola siempre que le era posible. Cerca de allí se alza una pequeña casa de piedra. Sale humo de su chimenea. Sus ventanas empañadas comienzan a iluminarse por el reflejo de la luz de las velas. Su puerta de madera se abre y dos chicos salen corriendo con muñecos entre sus manos. Se persiguen mutuamente por toda la granja, riendo y soltando gritos de batalla. En este momento, ya no son niños, ni sus muñecos son de tela e hilo. Son reyes y sus muñecos, valientes guerreros que luchan contra el mal para defender sus reinos.

Gwen suspira. Piensa en la casa de su creadora, no muy diferente de la que está ante ella. Recuerda cómo se sentía jugar sin temerle a nada en el mundo. Cuando ella era la muñeca, cuando su creadora era feliz y estaba a salvo...

El dolor siempre golpea primero. Gwen lleva una mano a su pecho y luego la ve. Viene de los bosques del este: finos bucles de niebla ennegrecida se entrelazan para dar forma a figuras casi familiares. Sus manos se retuercen como garras en busca de vida bajo el ruido ensordecedor de los gritos. Los chicos sueltan sus muñecos y huyen corriendo.

Gwen no soporta escuchar sus gritos. No se refiere a los de la Niebla Negra, que ya oyó muchas veces, sino a los de los niños. Son inocentes. Merecen ser felices.

Abandona el matorral de un salto. Balancea las tijeras sobre su cabeza, mientras hilos blancos ondean de las cuchillas cerradas. Su vestido gira al lanzar un corte en arco hacia abajo, con el que parte en dos a un grupo de espectros desprevenidos de la Niebla Negra.

—¡Ja!—, grita Gwen. —Tardaron demasiado. ¿Me tienen miedo, acaso?—.

Los espectros vuelcan su atención hacia Gwen y emiten chillidos desde sus fauces afiladas.

Gwen mira a los chicos que, conmocionados, se esconden detrás de un árbol caído. Su voz se suaviza. —No teman. No dejaré que los lastimen—.

Los espectros avanzan en manada. Gritos sombríos llenan el aire. Nubes oscuras y ruinosas aparecen en el cielo que hasta hace poco estaba tranquilo, y rodean a Gwen. Los chicos se abrazan.

Gwen abre sus tijeras. En el lapso de un suspiro, los espectros se detienen. Gwen aprovecha la oportunidad para lanzarse sobre ellos. Sus cortes son más rápidos que la vista. Sus cortes son más rápidos que la vista. Mechones de oscuridad aparecen y se desvanecen, su existencia cortada por las tijeras mágicas de Gwen. Uno, dos, tres segundos más tarde, solo una pequeña parte de los servidores de la Niebla Negra permanece de pie.

Gwen toma un respiro, con una mano en la rodilla y la otra sosteniendo las tijeras con la punta hacia el suelo. Hilachas desgarradas de su vestido bailan con el viento. Con la mirada, inspecciona el árbol caído. De él se asoman dos pares de ojos atemorizados. Vuelve a dirigir su atención hacia los espectros. —No los defraudaré—, se dice a sí misma. —Juré que no defraudaría a nadie—.

Extrae algunas agujas de su bolsillo y las lanza hacia arriba. Con un giro, da un manotazo directo en el suelo. Las agujas, como si hubieran recibido una orden, forman un círculo alrededor de Gwen. Cierra los ojos y murmura: —Sagrada sea mi niebla—. —Sagrada sea mi niebla—.

Hilos de niebla blanca con destellos de luz brotan de cada una de las agujas. Uno de los niños se cubre los ojos. El otro observa. Esta niebla es diferente; apacible, cálida e incluso segura. Sus hilos forman espirales que se entremezclan cuidadosamente, como si fueran obra de una costurera experta. Pronto, Gwen está rodeada por una bruma protectora.

Un espectro, valiente o desesperado, se introduce en su misterioso dominio. Los demás se amontonan, ávidos de seguir sus pasos. Dentro, Gwen baila en círculos alrededor de su rival. Esquiva cada golpe, cada rasguño, riéndose entre los chasquidos metálicos de sus tijeras.

Otro espectro entra. Gwen ríe otra vez.

Desde afuera, ambos chicos miran boquiabiertos. ¿Quién es ella? ¿Qué es ella?

Para ellos, la tarea parece fácil, pero Gwen sabe que estos espectros son implacables. Necesita terminar el asunto. Rechinando los dientes, corta en dos a otro espectro con un giro de sus tijeras, antes de apartar el arma. Toma sus últimas agujas y, canalizando toda la magia que puede reunir, las lanza hacia adelante. Toma sus últimas agujas y, canalizando toda la magia que puede reunir, las lanza hacia adelante. Vuelan desde el manto protector hacia los pechos huecos de los espectros.

Gwen ya no ríe. Suelta un grito triunfal cuando los espectros estallan y se desvanecen, dejando tras de sí las agujas en el suelo.

Una brisa fresca roza la frente reluciente de Gwen mientras la niebla se desvanece. Toma sus tijeras y agujas, y exhala. Vuelve la mirada hacia el árbol caído, donde los niños ahora están sentados.

Gwen se aproxima a ellos. —¿Están bien?—.

Uno de ellos, con el rostro manchado por el pasto, la mira y asiente. —¡Eres asombrosa!—, exclama el otro chico. Deja caer al suelo su muñeco roto, junto al otro. —No como nosotros—, musita en voz baja. —No podemos hacer nada—.

Gwen frunce el ceño. Percibe su dolor. Estaban indefensos y tienen todo el derecho de estar tristes y enojados, pero aun así no puede evitar sentirse lastimada al ver los muñecos rotos.

—¿Quién...?—, comienza a preguntar uno de los niños. —¿Te quedarás con nosotros?—, interrumpe el otro.

Gwen se detiene a pensarlo por un segundo, cuando una mujer enlodada y sin aliento llega corriendo y abraza a los niños.

—¡Mis queridos! Me alegro tanto de que estén bien—, dice entre lágrimas.

—Disculpe, señora—, dice Gwen cortésmente. —¿Quién es usted?—.

—¡Ah! Discúlpame—, responde la mujer. —Olvidé por un momento mis modales—. Limpia sus ojos y mira a Gwen con claridad por primera vez. Duda.

—¡Es nuestra madre, claro!—, dice uno de los chicos. La mujer asiente y besa a su hijo.

—Gracias—, le dice la mujer a Gwen con voz temblorosa. —No sé qué eran esas cosas, o quién eres tú, en todo caso... Pero salvaste a mis niños y para mí eso es suficiente—. Extiende sus manos abiertas hacia Gwen en señal de gratitud.

Gwen observa las manos de la madre, los callos en sus dedos y las uñas rotas. Ve que en el bolsillo delantero de su delantal guarda un carrete casi vacío, de donde sale un hilo que conduce hasta la casa de piedra. Gwen mira los muñecos rotos y sonríe, atando cabos. Oye risas mientras ve a la madre abrazar a sus hijos. Sus suaves tonos de felicidad y alivio le recuerdan a Gwen algo más fuerte que el dolor de los niños.

El amor.

Un amor no solo puro e inocente, sino nacido del sacrificio. Gwen dirige su mirada al horizonte, recordando a su creadora. Guarda las tijeras y toma los muñecos de los niños para depositarlos en las manos de la madre.

—Ah, estos tontos muñecos que hice para ellos...—, dice la mujer.

—¿Por qué lo dices? Alguna vez yo fui una tonta muñeca, igual a ellos—, replica Gwen. —Pero fui traída a la vida gracias a la magia—.

—¡Magia! ¿Qué magia?—, pregunta uno de los chicos.

—Bueno, no estoy del todo segura—, piensa Gwen en voz alta —pero quien tenía esa magia era mi creadora y los sacrificios que hizo provienen de un lugar muy especial. Un lugar lleno de alegría y amor—.

Gwen se vuelve hacia la mujer. —Quizás su madre lo conozca—.

La mujer y los niños la miran, confundidos.

—Lo siento—, dice Gwen, sabiendo que la Niebla Negra todavía la aguarda. —Debo irme—. Saca sus tijeras con una mano y toma velozmente dos hilos con la otra. Las sensibles fibras flotan en el aire antes de encontrar su lugar en el tejido de los muñecos, uniendo sus partes desgarradas.

—¡Increíble!—, exclama uno de los niños y levanta su muñeco en alto. Su hermano imita los rápidos movimientos de los dedos de Gwen, esperando de algún modo poder animar el suyo. —Ojalá tuviera magia—, dice, con los ojos bien abiertos.

Gwen mira a la madre, cuyo amor se refleja en el cerrado abrazo con el que los contiene, y ve la alegría de los hermanos que juegan con sus muñecos con renovada alegría.

—Ya la tienes—, suspira Gwen y se da vuelta para dejar a la familia atrás.

Referencias[]

  1. REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref
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