Lore[]
Kennen no había aminorado el paso luego de partir desde el Gran Templo de Koeshin.
Los paisajes de la tierra conformaban una paleta de colores arremolinados a medida que atravesaba a toda marcha las colinas y los acantilados, las planicies y los altiplanos. El yordle parecía un punto que viajaba raudo en medio de pincelazos anchos que trazaban el camino por un lienzo.
En su condición del Corazón de la Tempestad de los Kinkou, ya había pronunciado su opinión con respecto al liderazgo de la orden en incontables ocasiones. Pero esta vez es diferente, pensó Kennen. Esta vez se trata de la vida de mis hermanos y hermanas Kinkou.
Había llegado una solicitud urgente por parte de un sector de los discípulos del sur. Un espíritu maligno desconocido había corrompido su templo. No encontraron modo de exorcizarlo, por lo que acudieron al triunvirato de los Kinkou en busca de ayuda.
El papel que cumplía
como Puño de la Sombra había quedado vacante, por lo que este "triunvirato" lo conformaban apenas dos líderes: , el Ojo del Crepúsculo, y Kennen. Luego de tomar una decisión, Kennen emprendió su carrera hacia Raishai, al sur de la costa de Zhyun.Hace mucho tiempo, cuando Noxus invadió
Jonia, el triunvirato decidió que los Kinkou no se verían involucrados en la guerra. Los discípulos de Raishai se ubicaban entre los más devotos de la orden y daban su apoyo al edicto sin cuestionar resolución alguna.
Razón suficiente para que los asista y salve.
Kennen siguió el camino de un río agitado para luego atravesar veloz una pradera dorada y copiosa. Parecía un rayo, un relámpago que se abría paso similar a una descarga eléctrica a través de los bosques brumosos del sur de las montañas Shon-Xan. Cruzó algunas ruinas, entre las cuales se encontraba la aldea de Xuanain.
No fue hasta que llegó al pueblo portuario de Evirny que Kennen detuvo su paso bajo un sol matutino. La costa de Zhyun estaba frente al estrecho, más allá de unas aguas azules y brillantes.
Kennen subió a bordo del primer ferry justo antes de que zarpara. Su mástil era un árbol vivo que se había apoderado del casco. Tenía unas ramas que se arqueaban hacia atrás y unas hojas enormes que atrapaban la brisa del mar como las membranas de las alas de un guiverno de las islas del sur.
El pasaje estaba compuesto de un público mixto. Kennen era el único yordle a bordo. Los humanos inclinaban las cabezas ante su presencia.
Los yordles recibían un trato respetuoso entre los jonios, incluso cuando estas criaturas espirituales se presentaban ante ellos con su forma verdadera. Forma que ahora había adoptado Kennen. Ahora y siempre, de hecho, ya que había logrado alcanzar un estado de equilibrio a través de su entramiento Kinkou. Las enseñanzas del Gran Maestro Tagaciiry, el primer Puño de la Sombra, fueron cruciales para que el yordle lograra alcanzar este equilibrio.
Cuando Kennen se unió a los Kinkou siglos atrás, Tagaciiry le había preguntado qué es lo que el yordle más admiraba de los seres humanos.
—Sus historias. Cuántas historias tienen—. Kennen tenía los ojos bien abiertos. —Sus vidas son cortas, pero sus historias conservan lo que más quieren. Es por eso que están mejor preparados para salvaguardar los reinos que cualquiera de los inmortales—.
Bajo ese cielo despejado y un sol abrasador, Kennen había compartido sus pensamientos acerca del papel que podría jugar en favor de los Kinkou. El Gran Maestro escuchó y consideró sus palabras.
—Algún día, todos morirán—, agregó Kennen con alegría. —Quisiera contar sus historias. La historia de los Kinkou—.
El Gran Maestro Tagaciiry sonrió. —Es una idea noble y una responsabilidad no menor—.
—Puedo comenzar ahora. Puedo entregar nuestros veredictos a la gente—.
—Muy bien—, dijo el Gran Maestro. —Tu papel será el de dar la vuelta al Sol, es decir, llevar el faro de nuestro juicio y ser la fuerza que medie entre la luz y las sombras—.
Kennen se despabiló y dejó su ensoñación atrás cuando avistó el muelle, ubicado justo debajo de unos acantilados blancos y terrosos que llevaban por corona una extensión de árboles verde esmeralda.
Alzó una mano en señal de saludo y se despidió de los pasajeros detrás suyo, gesto retribuido con buenos augurios y deseos de un buen viaje. Saltó del ferry incluso antes de que se detuviera en el muelle, sorteando el agua y hacia tierra firme.
Un tormenta comenzaba a formarse. Los hábitos y la máscara Kinkou de Kennen se empaparon bajo de la lluvia copiosa. No se detuvo ni siquiera para comer o descansar.
Espero que no sea muy tarde.
Unas nubes negras y arremolinadas cerca de la superficie se vieron perforadas por rayos y centellas cuando el líder yordle al fin llegó.
Kennen vio a veinte discípulos sentados frente al templo Raishai. La estructura parecía normal, sólida e intacta.
—Bienvenido, maestro Kennen—. El líder de los discípulos, Hayda, se irguió y paró frente al maestro yordle con respeto, pero sus extremidades temblaban y sus rodillas lo traicionaban. —Tiene que ayudarnos a ahuyentar el espíritu siniestro que invade nuestro templo...—
De a poco, el resto de los discípulos se puso de pie. Sus ojos estaban vidriosos.
Kennen esperaba que tanto él como Shen estuvieran equivocados, pero por desgracia, confirmó su temor más grande. Sintió una punzada de tristeza. Han sido tan fieles.
—No hay nada que ahuyentar—, respondió Kennen a Hayda. Su voz se percibía suave pero apesadumbrada. —El templo no es lo que está corrompido. Sino ustedes. Todos ustedes—.
Un alboroto rompió el silencio reinante. Varios discípulos sacudieron la cabeza enardecidos.
—¿Corrompidos?—. Hayda lanzó una mirada fulminante a Kennen. —Siempre hemos sido obedientes... ¡Hace mucho, cuando nos dijo que no lucháramos contra los invasores noxianos, acatamos y no hicimos nada, y tuvimos que observar cómo masacraban a nuestro pueblo!—. Su rostro se retorció de una forma extraña, como si se estuviera derritiendo. —¡Y después, cuando nuestros compatriotas jonios en Zuula, Kashuri y Huroi rogaron por nuestra ayuda, nos prohibió ir en su auxilio, y obedecimos otra vez! —¡Renunciamos a la oportunidad de llevar justicia a Noxus!—.
—La angustia los carcome—, replicó Kennen —y las entidades malévolas del reino espiritual se alimentan de esto. Se alimentan de ustedes—.
Kennen podía ver lo que los humanos no: un humo renegrido que emanaba de sus cuerpos, como si fueran tentáculos que se desprendían como extremidades siniestras. Estaban rodeados de unas extremidades oscuras y atroces que ansiaban devorar. Extremidades de criaturas que buscaban abrirse paso desde el reino espiritual y, a medida que crecía la agitación de sus presas, más fuerza ejercían para escapar. Con el tiempo, consumirían a los Kinkou y desatarían el caos en Raishai.
—El mundo está cambiando—, dijo. —Zhyun sucumbió ante la confusión y ustedes no pueden decidir entre lo que la orden Kinkou exige de ustedes y lo que sus corazones desean—. Hizo una pausa. Luego, dijo lo que vino a decir. —Los libero de la orden—.
—¿Que nos destierra?—, dijo un discípulo desde el fondo de la fila.
—No pueden conservar el equilibrio entre los reinos en este estado—. Kennen observó a cada uno de los discípulos. Tengo que llegar a ellos. —Abandonen a los Kinkou ahora. Es la única forma en la que podrán sanar. Hagan su voluntad y así sus sentimientos oscuros no los destruirán—.
—Quiere deshacerse de nosotros ahora que ya no le somos útiles. ¡Qué deshonra!—. Hayda desenvainó su espada. Los discípulos aullaron al unísono, ignorando que unas garras sombrías intentaban sujetarlos con urgencia voraz.
Kennen podía sentir el dolor, el mismo que nace de la grieta entre dos mundos de creencias. El mismo que percibió Akali antes de marcharse. Sin embargo, en sus manos se pudo escuchar el crujir de los rayos. —Ni se les ocurra ponerme a prueba—.
Hayda y varios discípulos lanzaron un gruñido furibundo y saltaron a la carga.
El pequeño yordle se desplazó con gracia entre los movimientos torpes de los humanos. Esquivaba sus ataques con facilidad. Chasqueó sus dedos y unos arcos de electricidad salieron disparados, una descarga feroz que derribó a sus atacantes.
Gimieron de dolor mientras se retorcían en el barro. El resto se detuvo sin saber qué hacer. Dolor, culpa, vergüenza... La agonía cubría los rostros de los discípulos, mientras la lluvia lavaba el icor que emanaba de sus ojos.
Kennen se alejó, se mantuvo fuera de alcance y suspiró. Luego recordó algo que había aprendido de los humanos.
A veces, contar una historia es mentir.
—Permítanme contar su historia—. Se sacó su máscara. —Vayan en paz. La influencia siniestra quedará en Zhyun, pero los Kinkou sabrán de su lucha contra esta antes de abandonar la orden, con honor—.
Para fabricar la verdad. Para conservar lo que más queremos.
Los ojos de los discípulos se aclararon por unos instantes y el vapor oscuro comenzó a disiparse. Nadie emitió palabra, pero algunos asintieron para hacerle saber al yordle que habían entendido. Luego, los que pudieron reunieron a los heridos.
Despedir a un camarada siempre era difícil, pero Kennen sabía que era lo mejor. Se habían dedicado a los Kinkou y ahora eran libres para encontrar un nuevo propósito. Su estado mental podría recobrar el equilibrio y las entidades malévolas no tendrían de qué alimentarse.
El yordle vio como los otrora discípulos se perdían en la oscuridad. La lluvia no cesó. Los humanos empapados se veían pequeños y vulnerables.
Algún día, todos morirán, pensó Kennen, con tristeza en su corazón.
Pero yo contaré su historia.Referencias[]
- REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref