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Historia corta • 6 Minutos de lectura

Ensamble

Por Rayla Heide

El estómago regordete del Aullido Ascendente se cierne ante mí, moviéndose con su interminable maquinaria y su elaborado herraje. Algunos dicen que el Aullido obtuvo su nombre por el lobo de hierro que aúlla sobre la cúspide del elevador hexadráulico, otros juran que el fantasma de un gentil sirviente con un velo negro atormenta la cabina y que, cuando el Aullido lo aleja de su amor perdido en Zaun, el sonido de sus lamentos reverbera y sacude su base metálica. Muchos piltovianos, convencidos en su propio criterio del sonido, están seguros de que el nombre se refiere al viento frío que silba en el precipicio debajo de la ciudad.

Lore[]

El estómago regordete del Aullido Ascendente se cierne ante mí, moviéndose con su interminable maquinaria y su elaborado herraje. Algunos dicen que el Aullido obtuvo su nombre por el lobo de hierro que aúlla sobre la cúspide del elevador hexadráulico, otros juran que el fantasma de un gentil sirviente con un velo negro atormenta la cabina y que, cuando el Aullido lo aleja de su amor perdido en Zaun, el sonido de sus lamentos reverbera y sacude su base metálica. Muchos piltovianos, convencidos en su propio criterio del sonido, están seguros de que el nombre se refiere al viento frío que silba en el precipicio debajo de la ciudad.

Pero para mí, el Aullido no es un lamento solitario. Es una orquesta de sonidos, una mezcla melódica de cientos de sonidos únicos. Es por eso que la máquina me atrae.

El elevador con múltiples niveles, soportado por tres vigas estructurales que abarcan la extensión de la ciudad, desciende al nivel del Malecón y se detiene tambaleando.

—¡Desembarco al Malecón!—, anuncia la conductora, su voz es amplificada por un altavoz en forma de campana. Se ajusta las gafas gruesas mientras habla. —Los Mercados Linderos, Colegio de Tecmaturgia, Centro de Horticultura—.

Los pasajeros salen del elevador. Docenas de pasajeros abordan y se propagan por sus pisos: comerciantes viajando a Zaun para negociar en los bazares nocturnos, trabajadores regresando a casa para dormir, zaunitas adinerados que visitan las flores nocturnas en las cúpulas de vidrio en los cultivaires. También están los polizones ocultos que han hecho del Aullido su hogar. Los observo escurriéndose en las sombras: ratas con plaga, liebres sombrías y escarabajos color verde esmeralda.

A veces bajo por el precipicio hacia el Sumidero, pero esta noche deseo oír el armónico sonido que sé que creará el elevador.

En lugar de entrar por la puerta, doy la vuelta en el exterior y aseguro mi empuñadora a la última barra donde una sujeción de acero rodea la venta de vidrio. Mis placas metálicas suenan mientras escalo hacia la parte superior del Aullido, los pasajeros me miran fijo y la conductora hace una mueca. Mi conocimiento de expresiones faciales crece cada día. La mayoría de los pasajeros viajan dentro del compartimento, alejados del frío y del hollín. Pero afuera, al aire libre, puedo escuchar el satisfactorio ruido de las piezas mecánicas acomodándose y el suave silbido del vapor liberándose mientras nos adentramos en Zaun. Además, no entro fácilmente por la mayoría de las puertas.

Un niño pequeño se aferra a la mano de su padre, un chatarrero de Zaun, y me mira boquiabierto por la ventana. Le guiño el ojo y su boca se abre en lo que me parece es una expresión de sorpresa. Se agacha detrás de su padre.

—¡Bajando!—, dice la conductora. Toca una campana grande y ajusta los discos en una brillante caja roja. Casi puedo sentir los comandos zumbar mientras se disparan dentro de los cables hacia el motor del elevador.

Debajo de nosotros, las cúspides de hierro de las torres de Zaun y los cultivaires de vidrio verde destellan como velas en la tenue luz. El Aullido ronronea y chirria mientras baja en espiral contra las tres altas vigas, sujetadas con hierro, acero y vidrio. Una ráfaga de vapor silba del tubo más alto.

Dentro de la cabina, el chatarrero del sumidero y su hijo echan un vistazo a un músico que afina su chitarrone de cuatro cuerdas y comienza a tocar una sonora melodía. Su canción se sincroniza con el repiqueteo de los mecanismos y el ronroneo de la maquinaria del Aullido. El padre mueve el pie al ritmo de la canción. Un escarabajo cierra abruptamente sus tenazas mientras se aleja de la pesada bota del hombre. Una pandilla de químico-punks se apoyan en la pared en reposo, una pausa muy inusual en comparación con sus excursiones frenéticas por la ciudad.

El Aullido ronronea en su perfecta fusión de sonidos durante su descenso. Me maravillo con la sinfonía y me doy cuenta de que estoy tarareando con los tonos profundos de los zumbidos. El ritmo me penetra y me pregunto si los demás a mi alrededor también lo sienten.

—¡Entresol!—, llama la conductora mientras el elevador frena. Una pareja de mensajeros transportando paquetes envueltos en cordeles desembarcan, seguidos de un equipo de investigadores de tecnología química y un grupo de comerciantes químicos. Un alegre grupo de zaunitas del distrito del teatro sube a bordo.

—¡Vamos hacia abajo!—, dice ella, tocando la campana y el Aullido responde con un zumbido. El elevador se hunde y las ventanas se cubren de niebla mientras el vapor sale de los tubos superiores. Gotas de agua se propagan en mi pecho metálico mientras comienza de nuevo la armonía de la maquinaria tintineante y el vapor sibilante.

Un murmullo disonante interrumpe el patrón de sonidos. La vibración es sutil, pero puedo percibir que algo no anda bien. El elevador continúa como si todo estuviera normal, hasta que un estridente ruido rompe su ritmo perfecto.

Aunque nunca he soñado, sé que una ruptura en el patrón tan abrupta es la pesadilla más aterradora de una máquina.

La maquinaria está atascada en el camino helicoidal y los soportes de hierro de la cabina rechinan contra este con un horrible sonido. Muchas vidas están en juego y puedo sentir el dolor de la máquina mientras se asegura desesperadamente contra las vigas de apoyo. El peso completo del Aullido es soportado por sus columnas curvas y la cabina se inclina en un ángulo tambaleante. Los remaches se revientan de la soldadura mientras el metal se separa de sí mismo.

Nos tambaleamos por un momento, después caemos.

Dentro de la cabina, los pasajeros gritan y se agarran a la barandilla más cercana mientras se desploman. Este es un aullido distinto.

Me sujeto a la plataforma superior de la cabina con más fuerza. Extiendo mi otro brazo brazo, lanzándolo a una de las tres vigas estructurales. La columna de hierro es resbaladiza en la niebla y mi mano no la alcanza por centímetros. Retiro mi brazo y el vapor sale de mi espalda mientras intento nuevamente, apuntando a la segunda viga. Otro intento fallido.

El tiempo se detiene. Dentro de la cabina, los químico-punks se aferran a un estante mientras el escarabajo verde vuela por la ventana abierta. El chatarrero del sumidero y su hijo se colocan contra el vidrio, el cual se quiebra bajo su peso. El niño se cae, trata de aferrarse al marco con sus dedos, antes de resbalarse y caer.

Levanto la mano y atrapo al chico a la mitad de la caída, después retraigo mi brazo.

—Agárrate—, le digo.

El niño se agarra de las placas en mi espalda.

Disparo mi brazo hacia la viga de soporte una vez más y esta vez mi mano colisiona con el metal sólido que resuena mientras aseguro mi agarre. Mi otro brazo es forzado a extenderse, torcido por la cabina desplomada, tanto que siento que mis articulaciones podrían fracturarse. Suspendido en el aire, intento estabilizar mi puño.

Con un gran impacto, mi brazo se sacude mientras el elevador detiene su caída libre. Tiembla por la parada abrupta y solo lo sostiene mi brazo. El niño se estremece mientras se aferra más a mi espalda.

El Aullido permanece quince metros encima del suelo, sobrevolando los edificios que se encuentran al nivel del Sumidero. Mis placas de metal superpuestas crujen por la tensión del peso y yo concentro todos mis esfuerzos en mantenerme firme. Si me caigo, el Aullido cae conmigo, junto con todos los pasajeros.

Mientras aseguro mi brazo en la viga de soporte, lo deslizo por la columna. Nos caemos tres metros y la cabina se balancea precariamente antes de estabilizarse de nuevo.

—¡Lo siento!— Grito. Las declaraciones de empatía pueden ser tranquilizantes para los humanos en momentos de crisis.

Debo volver a intentarlo. Debo ser fuerte.

Libero apenas mi agarre de la columna de soporte y, con un agudo chillido, nos deslizamos cuidadosamente por los doce metros restantes hacia el suelo. Mis válvulas suspiran mientras se contraen.

Los pasajeros hacen eco a mis suspiros mientras salen por las puertas y por las ventanas rotas al nivel del Sumidero, apoyándose entre ellos.

El chico en mi espalda respira rápidamente mientras se abraza a mi cuello. Mis brazos zumban mientras los retraigo y me agacho, arrodillándome para que el niño pueda tocar el piso. Corre hacia su padre, quien lo abraza.

La conductora emerge del elevador y me observa.

—Nos salvaste. A todos—, dice. Su voz tiembla debido a lo que interpreto es conmoción. —Gracias—.

—Yo solo estoy cumpliendo mi propósito—, le explico. —Me alegra que no se haya lastimado. Que tenga un buen día—.

Ella sonríe, después se dirige a la multitud de zaunitas que se juntaron para ofrecer su apoyo a los pasajeros y comienzan las reparaciones. Una de las chicas químico-punk lleva el chitarrone del músico mientras este se arrastra fuera del elevador. La gente del teatro reconforta a un anciano.

Dos hexmecánicos se acercan hacia mí y los dirijo al oficial médico que está poniendo una carpa como estación de reparación. Los murmullos de los pasajeros y los sibilantes chillidos del elevador lastimado se mezclan con los zumbidos y el agite del Sumidero. El motor de vapor en mi pecho da un soplo y me siento con ganas de silbar una canción.

El niño se da vuelta y me saluda tímidamente con la mano.

Le devuelvo el saludo.

Corre para alcanzar a su padre, sus botas pesadas marcan un ritmo en el adoquín. El desplazamiento de las ruedas canta y la maquinaria hace ruido en la barriga del Aullido Ascendente. El escarabajo verde choca sus tenazas al tiempo del compás mientras se aleja hacia el Sumidero.

Referencias[]

  1. REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref