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Historia corta

El Sentido de la Miseria

Por John O'Bryan

Era mediodía en la isla y Vex apenas emergía de su sueño de la noche anterior.

Lore[]

Era mediodía en la isla y Vex apenas emergía de su sueño de la noche anterior. La Niebla Negra que cubría las  Islas de la Sombra estaba particularmente espesa hoy, creando una atmósfera de desconsuelo que le sentaba a la perfección.

La siniestra hueste de espectros que la rodeaba lanzó un coro de chillidos y siseos espeluznantes, esperando que ella estuviera de humor para enfrentarse a ellos en este día excepcionalmente lúgubre.

—¿Quieren que juguemos otra vez?—, Vex suspiró. —Bueno. Juguemos. Pero alguien más tiene que ser el sepulturero sepulturero esta vez—.

Detrás de ella, Vex oyó que su sombra se ofrecía a ocupar ese puesto.

—Sombra, si tú eres el sepulturero, eso significa que yo también tengo que serlo—.

Sombra la miró con ojos tristes y esperanzados.

—Como quieras. Aunque esto es completamente estúpido, Sombra y yo seremos el sepulturero. Todos los demás, vayan a morirse—.

Cubriéndose los ojos con las manos, Sombra comenzó a contar hasta cien mientras la hueste de espectros se dispersaba para encontrar escondites en las rocas y ruinas que poblaban la isla.

Vex, con los ojos descubiertos, pudo ver algo peculiar moviéndose a través de la bruma a lo lejos. Parecía... ¿un par de orejas puntiagudas?

—¡Pequeñita!—, gritó una voz justo debajo de esas orejas. —¿Estás aquí, yordlecilla?—.

—Ohhhh, no—, dijo Vex, consternada. —No me digas que es...—.

Las orejas puntiagudas siguieron moviéndose hacia ella hasta que, por fin, la figura que había debajo de ellas se hizo visible. Un yordle más viejo estaba frente a Vex, con los brazos extendidos por la emoción.

—¡Ahí estás, yordlecilla!—, dijo.

Los ojos de Vex se entrecerraron despectivamente ante el rostro familiar. —¿Qué estás haciendo aquí, tío Milty?—.

—¿A qué te refieres? ¿Acaso un yordle adulto no puede visitar a su pequeñita?—, dijo el tío Milty con implacable alegría.

—No me llames así—.

Vex se dio cuenta de que sus compañeros espectrales empezaban a salir de sus escondites, el nuevo visitante había despertado su curiosidad.

—Estoy algo ocupada—, dijo Vex a su tío. —¿Puedes decirme qué es lo que quieres y salir de aquí?—.

La expresión del tío Milty decayó, y su sonrisa firme y resiliente se transformó en una mueca de preocupación. —Muy bien. No te voy a mentir, pequeñita... se trata de tus padres—.

Los ojos de Vex se pusieron en blanco con tanta fuerza que casi se salen de sus órbitas. —Ughhhhh, ¿qué les pasa?—.

¿Por qué al tío Milty le importaba lo que pensaran sus padres? De todos modos, él no era su verdadero tío.

—Nunca te lo dirían, pero... ¡están preocupadísimos por ti!—, respondió el tío Milty. —Estás viviendo muy lejos, en un... agujero apestoso. Jugueteando con fantasmas. Tienes que volver a casa—.

—De ninguna manera—.

—Por favor, pequeñita—.

—No—.

—¿Y si vas de visita? Para que sepan que estás bien—.

—No—.

—Una visita rapidita. De entrada por salida—.

“NO. Ahora lárgate—, dijo Vex.

El tío Milty frunció el ceño ante su resistencia. Un momento después, su sonrisa resplandeciente regresó y su mirada se iluminó.

—Bueno, veo que solo queda una cosa por hacer...—, dijo el viejo yordle. Con sus manos formó un arco alrededor de su cuerpo mientras sacudía las puntas de los dedos. Un gran portal de arcoíris se abrió ante él. —No nos retrasemos. Tus padres están a punto de sentarse a tomar el té. ¡Si nos damos prisa, podremos acompañarlos!—.

Vex se sobresaltó cuando el tío Milty comenzó a arrastrarla hacia el portal mágico. Pensando rápidamente, levantó la mano e invocó una sombra negra y espesa a sus pies con la que apagó el colorido portal. —Si crees que voy a atravesar esa cosa, eres aun más despistado de lo que pensaba—.

Perplejo, el tío Milty levantó una de sus cejas pobladas. —Pero pequeñita, mira a tu alrededor. Este lugar es para... cosas muertas—.

—Obvio. Es por eso que estoy aquí—, respondió Vex. —La gente apesta. Los yordles realmente apestan. Los colores me dan ganas de vomitar. Y este lugar no tiene nada de eso—.

El tío Milty tartamudeó, aturdido por las palabras de su sobrina. Fue en ese momento que entendió lo que estaba sucediendo y el brillo volvió a su mirada. —Ahhhh, ya sé lo que pasa. ¡Has estado demasiado tiempo lejos del Bandlebosque! Perdiste tu espíritu de yordle. Lo que necesitas es un par de días de regreso en casa ¡y quedarás como nueva!—.

Sacudió los dedos y conjuró el portal de arcoíris una vez más.

Vex sintió que se le caía el alma a los pies cuando se dio cuenta de su eterno dilema: era una yordle, siempre lo seria, y ese entusiasmo inmortal jamás la dejaría en paz.

A menos que...

A Vex se le ocurrió una idea. Estuvo a punto de sonreír al darse cuenta de que esto podría ser la solución a su tortura. Rápidamente contuvo la sonrisa y reunió su verdadero malestar, con toda su fuerza, y miró al suelo. —¿Qué sentido tiene, tío Milty?—.

—¿Qué cosa, Vexy?—.

—Todo.  Ciudad de Bandle, los yordles... la vida...—. Levantó la vista del suelo y vio que la sonrisa de su tío se desvanecía.

—¿El sentido de la vida?—, preguntó. —Ehhhhhh... acaso no es...—.

Al ver que su tío se quedaba sin palabras, Vex respondió la pregunta por él, encantada. —Quiero decir, solo somos una bolas de magia cualquiera. Lo que somos, lo que hacemos, quién es nuestra familia, nada de eso lo decidimos nosotros. Todos vamos a la deriva como hojas muertas, sin poder controlar nada—.

Una extraña mirada de determinación se apoderó del tío Milty. —Bueno, yo no creo que eso sea cierto. ¿Y qué hay de hacer feliz a la gente? ¡Todos tenemos esa capacidad!—.

—Supongo. Pero su felicidad nunca dura, ¿verdad?—.

Vex pudo sentir cómo sus palabras dejaban sin aliento al tío Milty, mientras sus largas y alegres orejas se desmayaban.

—Es como todo lo demás en este mundo—, continuó. —La felicidad, los pájaros, los árboles, los bichos... los arcoíris. Todo se desvanece. Se podría decir que ese es su propósito. Se quedan unos minutos y luego mueren. Solo pregúntale a todos estos bobos de aquí—.

Vex hizo un gesto hacia sus amigos espectrales, que asomaban sus rostros horripilantes y marchitos desde sus escondites. Cuando se volvió hacia su tío, apenas pudo ver los bordes de una mueca en sus labios.

—Supongo que nunca... lo había pensado así—, mencionó.

Vex metió la mano en su pozo sin fondo de desesperación, esperando clavar la estaca de la miseria aún más en su corazón. —Sé que es deprimente, pero el sentido de la vida... es la muerte—.

—¿La muerte?—, gimió el tío Milty.

—Sí. ¿Y lo peor de todo? Los yordles ni siquiera pueden hacer eso. Solo avanzamos por siempre. Condenados a una existencia mágica, estúpida y sin sentido—.

Al tío Milty le tembló el labio. De sus ojos brotaron lágrimas que brillaban como diamantes. El portal de arcoíris detrás de él se evaporó en la oscuridad circundante.

—Eso es... tan... terrible—, exclamó.

—¿Verdad?—, dijo Vex.

De repente, el tío Milty estalló en un llanto incontrolable. Rugió como un trueno, ahuyentando incluso al más espantoso de los espectros que merodeaban a su alrededor.

Mientras su tío se alejaba llorando, Vex soltó un suspiro de alivio, sus hombros pequeños y encorvados no cargaban más el peso de esa alegría entrometida. —De acuerdo—, dijo, —ya pueden salir todos—.

Uno a uno, sus compañeros espectrales salieron de detrás de las rocas y las ruinas que la rodeaban.

—Un juego más—, dijo Vex. —Y claro, por qué no, yo seré el sepulturero—.

Referencias[]

  1. REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref
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