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Noxus A State Of Perpetual Conflict
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Historia corta • 17 Minutos de lectura

El Principio de la Fuerza

Por Anthony Reynolds Lenné

Me llamo Alyssa Roshka Gloriana val-Lokan. Durante casi dos milenios, mis ancestros fueron los reyes gobernantes de la Alcazaba Ahondada.

Lore[]

Me llamo Alyssa Roshka Gloriana val-Lokan. Durante casi dos milenios, mis ancestros fueron los reyes gobernantes de la Alcazaba Ahondada.

Los caudillos, las naciones y los imperios en desarrollo, envidiosos por las riquezas que las Montañas de Hierro nos ofrecían, intentaron derrocarnos, pero ninguno pudo quebrantar nuestra resistencia. Se lanzaron contra nuestros muros como olas de océano furiosas, encontrándose con la fatalidad de nuestras hojas poderosas.

Todos fallaron... hasta que llegaron los noxianos.

Y el mandato de mi familia terminó.

Ella mantuvo su cabeza en alto mientras subían las Escaleras del Triunfo. Soldados uniformados hacían guardia cada doce escalones, pero su mirada dura permanecía fija hacia el horizonte, inquebrantable. Podía ser la primera vez que Alyssa estaba en la capital, pero ella se rehusaba a dejarse intimidar; no se comportaría como una provinciana humilde boquiabierta ante el lugar. Ella provenía de la Alcazaba Ahondada y la sangre de reyes fluía por sus venas.

Los escalones estaban flanqueados por guardias cubiertos por acero oscuro. El metal utilizado para forjar sus armaduras procedía de las profundidades de la montaña que era su hogar. Los mejores recubrimientos de Noxus provenían de allí, debajo de las montañas. Había sido así durante cinco generaciones, desde que su reino había sido conquistado por Noxus e incorporado al imperio.

Los estandartes rojos ondeaban ante el viento seco del atardecer durante su ascensión. El aroma a carbón industrial flotaba sobre la brisa cálida. En Noxus, las forjas se enfriaban en contadas ocasiones.

El Bastión Inmortal se cernía sobre ellas, oscuro y amenazante.

—Alardean sus riquezas y decadencias, mientras que nosotros vivimos como mendigos—, dijo su hermano Oram. Ella lo miraba de reojo, caminando a su lado.

Oram Arkhan val-Lokan. De hombros anchos, brazos fuertes y con una innegable habilidad para empuñar su espada, Alyssa lo consideraba arrogante y de inteligencia limitada, pero ocultaba su desdén hacia él bajo una expresión impasible e inexpresiva. Era su hermano mayor, aunque solo fuera por unos minutos, y estuvo muy cerca de ser el gobernante de la Alcazaba Ahondada. Alyssa sabía muy bien cuál era su lugar.

Aparentemente, el hecho de que eran mellizos era muy evidente. Ambos eran altos y atléticos, y tenían la mirada fría de su linaje familiar, así como el comportamiento orgulloso de aquellos que nacen en la nobleza. También ataban sus largos cabellos oscuros ingeniosamente en trenzas firmes, tenían tatuajes en su rostro y usaban capas grises sobre sus armaduras.

Llegaron a la cima de las escaleras. Hubo un batir de alas y un cuervo sobrevoló sus cabezas.

Alyssa casi se estremeció, pero se controló a sí misma. —¿Debemos considerar esto como un mal augurio, hermano?—

Observó que las manos de Oram se cerraban en puños.

—Hemos llenado las arcas y armado a los soldados de Noxus por demasiado tiempo—, gruñó, haciendo el menor esfuerzo de evitar ser escuchado por los guardias. —¿Y para qué?—

Para sobrevivir, pensó Alyssa, aunque no lo dijo en voz alta.

Un par de guerreros en armadura de placas los esperaron fuera de las grandes puertas metálicas del palacio. Permanecieron firmes y en silencio, sujetando grandes alabardas constituidas de grandes hachas con sus guantes. Las tres hendiduras en sus corazas y sus capas y tabardos de color rojo oscuro le indicaron a Alyssa que no eran guardias normales.

—Legionarios—, susurró Oram, dejando de lado su habitual arrogancia y fanfarronería.

En una nación de asesinos, la Legión Trifariana era la más temida y respetada de todos, tanto aliados como enemigos. Se decía que su mera presencia había logrado que ciudades y naciones completas se arrodillaran para evitar enfrentarlos en batalla.

—Nos honran—, dijo Alyssa. —Vamos, hermano. Es momento de que conozcamos al 'Concejo de Tres' personalmente—.

Lo primero que se vislumbró cuando entraron a la sala de audiencias era el trono de los antiguos emperadores noxianos. Era inmenso, tallado en obsidiana, contundente y anguloso. Tanto los numerosos estandartes colgados en las columnas drásticamente inclinadas como los candelabros ardientes forzaban dirigir la vista hacia este. Dominaba por completo el espacio. Sin embargo, el trono estaba vacío, tal como había permanecido desde que el Gran General de Noxus había muerto.

No había muerto, se corrigió Alyssa a sí misma. Lo habían ejecutado.

Noxus yacía sin emperador, sin un tirano ocupando el trono. Pero no por mucho tiempo.

Antes de haberse marchado de la Alcazaba Ahondada, Alyssa había sido asesorada sobre este nuevo liderazgo.

—La Trifarix—, lo había denominado el consejero en jefe de su padre. —Los tres elementos, cada uno representando uno de los principios de la fuerza fundamentales: Visión, Poder y Astucia. La teoría dice que, si uno de los elementos pudiera condenar a Noxus por su incompetencia, locura o corrupción, siempre habría otros dos elementos para detenerlo—.

Para Alyssa, era un concepto intrigante, pero que nunca se había puesto en práctica.

La sala daba una sensación cavernosa: era lo suficientemente grande para albergar hasta mil peticionarios, pero en ese momento estaba casi vacía, salvo por tres figuras que estaban sentadas en una mesa simple de piedra jaspeada, al pie de la plataforma elevada del trono.

Los dos guerreros siniestros de la Legión Trifariana escoltaron en silencio a Alyssa y a su hermano hacia el trío; sus pisadas resonaban bruscamente en el suelo frío. Los tres estaban sumergidos en una discusión, pero dejaron de hablar en cuanto los hermanos de la Alcazaba Ahondada se acercaron a ellos. Estaban sentados en hilera, observando a los emisarios como un jurado en silencio.

Ella conocía a dos de ellos por su reputación. En cuanto al tercero... bueno, realmente nadie sabía nada sobre él.

Al centro, con una mirada sagaz y sin parpadear, estaba sentado Jericho Swain, el famoso visionario, el nuevo Gran General. Algunas personas de las castas nobles aún lo consideraban un usurpador, pues él fue quien había sacado al demente de Boram Darkwill del trono de Noxus, pero ninguno se atrevía a decírselo a la cara. Su mirada, la cual parecía abarcar demasiado, primero se centró en Oram y después en Alyssa. Ella se resistió ante la tentación de mirar la manga de su brazo izquierdo, metida dentro de su abrigo oscuro. Se decía que había perdido esa extremidad durante la invasión fallida de Jonia y que la había cortado una hoja embrujada del archipiélago místico.

A su derecha estaba sentado Darius, la legendaria Mano de Noxus, líder de la Legión Trifariana, y ahora comandante de todos los ejércitos del imperio. Era la personificación del poder; mientras que Swain estaba sentado completamente erguido, Darius estaba inclinado hacia atrás. Sus dedos cubiertos por un guantelete repiqueteaban un tatuaje sobre la madera de su silla. Sus brazos eran enormes y su expresión era dura.

La tercera figura, a la que se referían como —el Sin Rostro—, era un misterio. El individuo permanecía inmóvil, cubierto de la cabeza a los pies con una voluminosa túnica de varias capas. Traía puesta una máscara negra brillante e incluso los agujeros de los ojos estaban oscurecidos con tela negra, encubriendo su identidad. Sus manos también estaban ocultas debajo de mangas de tela gruesa. Alyssa pensó que percibía un toque femenino en la máscara, pero podría haber sido la luz de ese momento.

Una apenas perceptible inclinación de la barbilla de Darius fue la señal de retirada para los legionarios que los habían escoltado hasta allí. Los dos guerreros golpearon sus petos con los puños a modo de saludo y retrocedieron, dejando a Alyssa y a su hermano solos ante la Trifarix.

—Tomen asiento, por favor—, dijo Swain, señalando las sillas al frente.

—Prefiero estar de pie, Gran General—, contestó Oram.

—Como gusten—.

Había algo indudablemente amenazador y depredador en el Gran General, determinó Alyssa... considerando que era un lisiado entrando en sus últimos años...

—Oram y Alyssa val-Lokan, el tercer hijo y la cuarta hija del Gobernador de la Alcazaba Ahondada—, continuó. —El viaje es largo desde las Montañas de Hierro. Supongo que no es una visita de cortesía—.

—Vengo por orden de mi padre—, dijo Oram —para hablar en su nombre—.

—Entonces, prosigue—, dijo Darius, su voz se asemejaba al gruñido de advertencia de un lóbrego. —Al grano. Esto es Noxus, no una corte de la nobleza—.

Su acento era brusco y poco sofisticado, a diferencia del de Swain. La voz de un plebeyo. Alyssa podía percibir un dejo de sonrisa burlona en su hermano.

—Durante décadas, la Alcazaba Ahondada ha servido con lealtad—, comenzó Oram, enfatizando su refinado acento, tal vez una muestra imprudente de superioridad. —Nuestro oro financia las campañas de conquista. Nuestro hierro reviste y arma a los ejércitos del imperio. También a la Legión Trifariana—.

Darius permanecía inmutable. —El metal de las Montañas de Hierro hace las mejores armaduras. No tendría a la Legión protegida con nada más. Deberían sentirse orgullosos—.

—Estamos muy orgullosos, mi señor—, dijo Alyssa.

—Yo no soy un señor. Mucho menos el suyo—.

Swain sonrió, levantando su mano. —Se refiere a que, en Noxus, ningún hombre o mujer nace siendo superior a otro. No es por el linaje como alguien se gana un lugar, sino por sus acciones—.

—Por supuesto—, contestó Alyssa, maldiciéndose a sí misma por su error.

—Trabajamos como esclavos en la oscuridad y profundidad de las minas, debajo de las montañas—, continuó Oram. —Y todos los días observamos cómo nos arrebatan los frutos de nuestro esfuerzo y los transportan en grandes vagones que regresan completamente vacíos. Difícilmente estamos siendo capaces de alimentar a nuestra...—

—Oh, ¿de verdad?—, exclamó Swain, levantando una ceja. —Enséñame tus manos, por favor.—

—¿Qué?—, dijo Oram, desconcertado.

—Muéstranos tus manos, chico—, dijo Darius, inclinándose en la brillante superficie de la mesa que estaba entre ellos. —Muéstranos estas manos que trabajan en la roca, el polvo y la oscuridad debajo de la fortaleza de la montaña—.

Oram apretó la quijada, rehusándose a ser expuesto.

Darius se burló. —Él no ha sufrido ni un día de su vida. Ella tampoco. Los únicos callos que ustedes dos poseen no son consecuencia de trabajar duro—.

—No permitiré que me hablen de esa forma, mucho menos...—, comenzó Oram, pero Alyssa puso su mano sobre su hombro. Furioso, él la quitó, pero acertadamente decidió no terminar el pensamiento. —Están drenando las montañas—, dijo con un tono de voz más mesurado. —Es insostenible y eso no es bueno para nadie... no lo es para nosotros ni definitivamente lo es para los ejércitos noxianos. Debe haber una concesión—.

—Dime, Oram Arkhan val-Lokan—, dijo Swain —¿Cuántos guerreros envía la Alcazaba Ahondada para pelear por Noxus? Aproximadamente. Al año—.

—Ninguno, señor. Pero eso es a propósito. Nuestra gente es más útil trabajando las minas y protegiendo las fronteras del norte de un ataque barbárico. Es ahí donde está nuestro valor primordial hacia Noxus está—.

Swain suspiró. —De todas las provincias, ciudades y naciones que se remiten a Noxus, la Alcazaba Ahondada es el único lugar que no envía soldados a nuestros grupos de guerra. Ustedes no sangran por Noxus. Nunca han sangrado por Noxus. ¿No es esa una concesión suficiente?—

—No lo es—, contestó Oram, secamente. —Estamos aquí por petición de nuestro padre para renegociar nuestro diezmo, o la Alcazaba Ahondada no tendrá otra opción más que la de reconsiderar su lugar dentro del imperio noxiano—.

La sala había quedado en silencio. Incluso Darius había detenido el incesante repiquetear de sus dedos.

El rostro de Alyssa empalideció y miró fijamente a su hermano, horrorizada. Este era un giro del que ella no tenía conocimiento; su mente se tambaleaba ante las posibles implicaciones. El Sin Rostro continuó observándola directamente, detrás de la brillante máscara.

—Ya veo—, finalmente dijo Swain. —Creo conocer el verdadero propósito de su padre de enviarlos aquí, pero la pregunta es... ¿ustedes lo conocen?—

Oram asintió hacia Alyssa. —Muéstraselos—, le ordenó. Sus ojos destellaban furia.

Ella respiró profundamente y sacó un estuche para pergaminos. Desenganchando su borde con sus temblorosos dedos, desenrolló un antiguo pergamino cubierto con una compleja caligrafía angular noxiana. Contenía tanto el sello de la Alcazaba Ahondada como el emblema de color rojo sangre de Noxus. Lo colocó sobre la mesa y lo alisó antes de regresar al costado de su hermano, ciertamente un paso más atrás, como era su lugar de acuerdo con las costumbres de las Montañas de Hierro.

Darius aparentaba desinterés, pero tanto Swain como el Sin Rostro se inclinaron para ver el documento. Una vez más, Alyssa se encontró intentando descifrar quién se ocultaba detrás de la máscara.

—Cuando la Alcazaba Ahondada se sometió al régimen noxiano, ochenta y siete años atrás—, dijo Oram —nuestros ancestros cedieron sus derechos soberanos y se inclinaron ante el trono de Noxus... el mismo trono que tengo frente a mí, vacío—.

Darius lo fulminó con la mirada. —¿Y...?—

—Las condiciones son claras, como pueden ver ustedes mismos, así como donde juramos nuestra lealtad. El último hombre en sentarse en ese trono murió hace un poco más de siete años—, dijo Oram, señalando hacia el estrado. —En lo que concierne a nuestro padre, este pedazo de papel ya no tiene ningún valor. La Alcazaba Ahondada no tiene la obligación de continuar pagando un diezmo, pero lo ha seguido haciendo como un acto de buena fe. No obstante, si no se cumplen nuestras concesiones, la Alcazaba Ahondada se verá forzada a abandonar el imperio. La región de las Montañas de Hierro ya no estará bajo nuestra protección inmediata—.

Alyssa quería desviar la mirada, salir huyendo, pero se encontró anclada a ese lugar mientras esperaba la reacción del concejo.

—La historia solo recuerda a los vencedores—, les advirtió Darius. —Sé parte de Noxus y serás recordado por siempre. Enfréntate a nosotros y serás derrotado y olvidado—.

—Ningún ejército ha logrado penetrar la Alcazaba Ahondada—, dijo Oram. —Nuestros ancestros le abrieron las puertas a Noxus por voluntad propia, recuérdenlo. No hubo sangre derramada de por medio.—

—Estás jugando un juego muy peligroso, chico—. Darius señaló a los guerreros que estaban parados unos pasos atrás de Alyssa y Oram. —Bastarían dos miembros de la Legión Trifariana para entrar y apoderarse de tu preciosa Alcazaba Ahondada. Yo ni siquiera me tomaría la molestia de ir con ellos—.

Para enfatizar este punto, los dos legionarios golpearon la base de sus alabardas contra el suelo; el sonido retumbó como un trueno.

Oram se burló ante la demostración, pero la confianza de Darius impresionó a Alyssa. No parecía ser el tipo de hombre que solo alardea.

—Basta—, dijo Swain, con un movimiento de su mano. —Dinos en qué consistirían estas concesiones—.

La luna había pasado su cenit en el oscuro cielo para el momento en que Alyssa y Oram salieron del palacio. Se pusieron en marcha hacia una finca cercana que servía como su base de operaciones dentro de la capital.

Alyssa estaba pensativa y silenciosa, su estómago era un nudo de ansiedad, pero su hermano parecía vigorizado por el encuentro con los líderes de Noxus.

—¡Swain aceptará nuestras condiciones! Estoy seguro de eso—, dijo con efusividad. —Sabe que la Alcazaba Ahondada es muy importante para el imperio como para permitir que nuestro padre cierre sus puertas—.

—Esto es una locura—, murmuró Alyssa. —¿Entramos y los amenazas? ¿Ese era tu plan?—

—Eso era lo que nuestro padre había planeado.—

—¿Por qué no me dijiste?—

—¿Habrías accedido si hubieras tenido conocimiento de ello?—

—Por supuesto que no—, respondió Alyssa. —Esto es inútil. Mejor nos hubiéramos ofrecido para el siguiente despellejamiento...—

—Si Swain está convencido, lo único que necesitamos es que uno de los otros dos se una a él para que se cumplan nuestras condiciones—, dijo Oram, aparentando no escuchar sus preocupaciones. —Es así como funciona la Trifarix. No existe punto muerto en su liderazgo cuando solo dos de ellos necesitan estar de acuerdo para llevar a cabo las cosas—.

—Darius jamás estará de acuerdo—.

—Darius es un perro arrogante. ¿Piensa que puede enviar a dos hombres a tomar la Alcazaba Ahondada? ¡Bah! Pero me temo que tienes razón. Si él se opone, solo nos queda el Sin Rostro. Nuestra prosperidad futura depende del voto de quien sea que está detrás de esa máscara—.

—Entonces, no nos queda más que esperar a escuchar cuál será nuestro destino—, dijo Alyssa, con una sensación de amargura en su voz.

Los ojos de Oram brillaron peligrosamente. —No necesariamente—.

El nudo en el estómago de Alyssa se tensó más conforme él comenzó a explicar.

El amanecer no llegaría hasta dentro de algunas horas, pero Alyssa ya tenía mucho calor mientras se deslizaba silenciosamente por las calles de la capital. Al frente de un contingente de Guardias de la Ahondada, ella usaba un casco ajustado de acero oscuro y ya podía sentir su cabello escurriendo sudor debajo de este.

Había decenas de ellos en total, con capas y capuchas sobre las armaduras. Todos llevaban ballestas pesadas y espadas atadas a sus cinturas. En esta ciudad, no era inusual ver a grupos de guerra armados de todo el imperio; si alguien los veía, sus armas no alertarían a nadie y, a pesar de ello, Alyssa no podía evitar sentirse observada.

Y que, de alguna manera, el observador conocía sus intenciones.

Las calles y callejones de Noxus eran estrechos y serpenteantes, diseñados para reprimir y frustrar cualquier fuerza atacante que lograra penetrar las defensas de las afueras de la ciudad. Los tejados eran planos y almenados, como los puestos de batalla de los castillos, lo que permitía que los soldados dominaran a cualquier enemigo que se encontrara debajo de ellos. Alyssa vigilaba esos oscuros tejados con cautela. Cualquiera podía estar ahí arriba, observando su avance. Podían estar yendo directamente a una emboscada...

Un aleteo de alas negras sobre ella la hizo detenerse, dirigiendo su ballesta hacia el cielo. Se maldijo a sí misma por ser tan asustadiza, e hizo que sus subordinados avanzaran.

—Esto es mala idea—, Alyssa pensó por vigésima vez desde que había dejado la finca.

Se lo había dicho a su hermano en repetidas ocasiones para tratar de disuadirlo de esta forma de actuar, pero él estaba decidido. Esta era la voluntad de su padre, Oram había dicho irrevocablemente. Regresarían a casa habiendo asegurado un nuevo trato o no regresarían en absoluto. No había otro camino.

Ahora que había tenido tiempo de digerirlo, Alyssa no estaba sorprendida de que este fuera el plan del gobernador durante todo este tiempo. Por supuesto que lo era. Si bien podía terminar en la captura y ejecución de ella y de su hermano, ¿qué más le daba a su padre? Nunca había mostrado un gran interés en ambos y reservaba todo su afecto y cuidado a su heredero: el hermano mayor de Alyssa, Herok. Y si los capturaban y la Trifarix intentara retenerlos como rehenes para mantener la Alcazaba Ahondada dentro del imperio noxiano, ella sabía cuál sería la respuesta de su padre.

Para él, Alyssa y Oram eran prescindibles.

Ella y sus hombres se adentraron en las sombras hasta el Templo del Lobo, el cual estaba detrás de los antiguos baluartes al sur del mismo Bastión Inmortal. Su hermano debía estar a unas calles hacia el este, con más de sus subordinados armados.

En las semanas antes de que el contingente llegara a la capital, espías a su servicio habían estado observando las idas y venidas alrededor del palacio. Una de las observaciones había levantado un interés en particular, y era por esa información que Alyssa y su hermano estaban en la operación.

Se estaban acercando. Alyssa levantó una mano y los Guardias de la Ahondada se dirigieron hacia ella, deteniéndose en las sombras de un pasaje estrecho con vista hacia el Templo del Lobo. Era una torre alta de múltiples niveles con los costados abiertos, cada uno de los niveles estaba sostenido por columnas de piedra negra. En el centro de la torre, casi quince metros arriba, se erguía una gigantesca y amenazante estatua de obsidiana de un lobo sentado.

Esperaron ahí durante un largo minuto, hasta que vieron dos destellos breves de luz a la distancia: las chispas de una espada contra un pedernal. Esa era la señal de que Oram estaba en posición y que el camino estaba despejado.

—Hay que movernos—, dijo Alyssa con voz firme y, como si fueran uno solo, ella y sus subordinados se pusieron en marcha, saliendo de su escondite y apresurándose hacia el templo, atentos a la presencia de guardias. No había ninguno. Parecía que su hermano y sus hombres habían cumplido con su parte.

Alyssa subió a zancadas los escalones hacia el templo, indicando con un movimiento de su mano a los guerreros que se dispersaran. Entraron, atravesaron el umbral y rodearon la estatua de lobo. Se adentraron en las sombras, apoyándose contra las columnas, fundiéndose con la oscuridad, y aguardaron.

Ella levantó la mirada. En las antiguas costumbres de Valoran, la muerte se representaba constantemente como una dualidad de la naturaleza: tomaba la forma del Cordero ante la muerte pacífica, y la del Lobo para los finales violentos. En Noxus, este último era honrado de forma rigurosa. Morir pacíficamente en cama no era la forma de asegurar el honor en un imperio que veneraba la fuerza.

Alyssa normalizó su respiración, intentando reducir las pulsaciones de su corazón agitado. Sus manos estaban sudorosas. Las secó en su capa.

La espera siempre era la peor parte.

Volvió a echar un vistazo y se encontró apenas capaz de distinguir a sus subordinados. Bien. Si los descubrían antes de tiempo, todo habría sido en vano. Alyssa se estiró y sujetó un velo finamente labrado de cota de malla a su casco, para que colgara debajo de sus ojos y ocultara sus rasgos.

Una torre de vigilancia distante repicó en la hora cuatro. Alyssa se preparó. Si la información proporcionada por sus espías era correcta, el objetivo se estaría acercando en cualquier momento...

Y, justo a tiempo, emergió una figura cubierta por una gran túnica.

Provenía de la dirección del Bastión Inmortal, acompañada de cuatro guardias del palacio. La figura principal era casi invisible en la oscuridad previa al amanecer, vestida de pies a cabeza de color negro.

Era el tercer miembro de la Trifarix... el Sin Rostro.

La figura anónima caminó lentamente hacia el templo, volteando su cabeza de lado a lado, como si estuviera buscando entre las sombras. Sus manos estaban entrelazadas, ocultas debajo de las pesadas mangas.

Los guardias se detuvieron al pie del templo. Parecía que el Sin Rostro conversaba con ellos brevemente, aunque Alyssa estaba muy lejos como para poder escuchar sus palabras. Luego, la figura enmascarada continuó en solitario, aparentemente para rendir tributo al Lobo.

Aunque los guerreros de los grupos de guerra y los luchadores de los fosos de gladiadores eran los visitantes más comunes de los templos marciales distribuidos en toda la capital, incluso los burócratas, los comerciantes y los sirvientes hacían ofrendas con frecuencia. Según las observaciones, el Sin Rostro visitaba este templo cada cinco días en la cuarta hora, siempre vigilado y oculto por el manto de la oscuridad.

Afortunadamente, aunque las lealtades hacia la Legión Trifariana eran absolutas, era posible sobornar a los guardias del palacio para que hicieran la vista gorda.

Conforme la figura enmascarada se acercaba a la enorme estatua, Alyssa surgió del encubrimiento de la oscuridad. Al recibir la señal, los guardias sobornados dieron la vuelta en dirección hacia el Bastión Inmortal. Alyssa tenía su ballesta apuntada hacia el Sin Rostro, mientras que cautelosamente se dirigió hacia la luz parpadeante de los candelabros que rodeaban la estatua.

—No te muevas ni grites—, dijo ella con firmeza. —Tus guardias se han ido. Doce ballestas están apuntándote justo ahora.—

La figura en la túnica hizo un sonido ahogado, tal vez sorprendido, y se acercó a ella. Había algo muy familiar en ella, tanto en el sonido como en sus movimientos torpes...

—No te muevas, te lo advierto—, dijo Alyssa. El Sin Rostro se paralizó.

Nadie en Noxus parecía saber quién era el tercer miembro de la Trifarix... al menos nadie que Alyssa y Oram conocieran. Esa era la fuerza del engaño, el principio de la astucia representado en el Concejo de Tres.

Pero Alyssa planeaba poner fin a eso.

Todo se trata de sacar ventaja, había dicho su hermano. Si podemos descubrir su identidad, podemos usarla a nuestro favor.

—No queremos hacerte daño—, declaró Alyssa, con la mayor valentía que fue capaz de reunir. —Quítate la máscara y no habrá necesidad de derramar sangre—.

La figura encapuchada miró a su alrededor, tal vez en busca de los guardias o intentando detectar a los hombres armados con ballestas que había mencionado Alyssa, ocultos en la oscuridad. Luego, la figura se acercó un poco más, casi al alcance de las armas, con las manos aún ocultas a la vista.

Alyssa apuntó su ballesta hacia el pecho de la figura. —No. Des. Otro. Paso.—

La figura produjo otro sonido ahogado, agitando la máscara enfáticamente. Alyssa entrecerró los ojos.

Después, exhaló lentamente mientras caía en cuenta.

‘‘Ah. Eso lo facilita todo—.

Tiró del gatillo y la flecha atravesó a la figura encapuchada justo en la garganta.

Un hombre de su séquito llegó junto a ella al instante, exhortándola a huir. —Debemos irnos—, dijo. —Tenemos que estar fuera de la ciudad antes del amanecer, antes de que alguien se entere de lo sucedido—.

—Ya es demasiado tarde—, contestó Alyssa.

Se arrodilló junto a la figura jadeante, en el suelo. La sangre brotaba por debajo del cuerpo. Alyssa había visto muchas heridas para reconocer que esta era fatal.

Estiró su brazo y arrancó la máscara de la figura.

Oram la observó fijamente.

El rostro de su hermano estaba pálido, sus ojos estaban desorbitados y tenía una mordaza en la boca. Se sacudió y se retorció mientras la muerte se apoderaba de él. El movimiento retrajo sus mangas, revelando sus manos atadas con un cordón.

En sus últimos momentos, su mirada se enfocó en Alyssa y después en la gigantesca estatua del Lobo amenazante sobre ellos.

Fue entonces cuando los legionarios surgieron de la oscuridad como perros de caza, rodeando el templo.

El sol estaba en lo alto del cielo despejado, enviando destellos de luz a través de las estrechas ventanas a la sala de audiencia.

Alyssa estuvo de nuevo frente a la Trifarix, con la cabeza en alto y con las muñecas atadas a su espalda. Los miembros del concejo la observaban con cautela. Para Alyssa, el impenetrable rostro enmascarado del Sin Rostro era, en ese momento, tal vez el más intimidante de los tres.

Fue Swain quien finalmente rompió el silencio.

—Déjame explicarte sin rodeos—, dijo él. —La Alcazaba Ahondada es muy valiosa para Noxus, pero no tanto como para que aceptemos las exigencias y amenazas de su gobernante. Eso sería una señal de debilidad. En el plazo de una semana, diez provincias más estarían haciendo fila con exigencias propias. No, eso nunca sucedería. Pero eso ya lo sabías—.

—Así fue—, contestó Alyssa. —Mi hermano evidentemente no lo sabía—.

—Entonces, podría hacer que personas de mentes inferiores se cuestionen... ¿Por qué una joven inteligente como tú seguiría un plan tan absurdo?—

—Por el deber—, respondió Alyssa.

—El deber hacia el imperio siempre debe anteponerse al deber hacia la familia—, dijo Swain.

Tal vez solo haya sido la imaginación de Alyssa, pero creyó ver la expresión de Darius ensombrecerse ligeramente ante esas palabras. Aun así, la Mano de Noxus permaneció en silencio.

—Estoy completamente de acuerdo—, dijo Alyssa. —Es por esa razón que le disparé a mi hermano cuando descubrí que era él quien estaba debajo de la máscara.—

Swain se giró hacia el enmascarado Sin Rostro. —Una táctica riesgosa, amordazar y disfrazar a tu prisionero. Había otras maneras de ponerla a prueba—.

Se volvió a dirigir a Alyssa.

—Hazme el favor de explicarme, por el beneficio de mis compañeros miembros del concejo. ¿Cómo es que le disparaste y mataste a tu hermano con conocimiento de causa?—

—Mi padre nos envió aquí para morir—, respondió Alyssa —y hubiera usado nuestras muertes para justificar el cierre de las puertas de la Alcazaba Ahondada a Noxus—.

—Continúa—.

—Mi padre y mi hermano son tontos. Su deseo de volver a gobernar las Montañas de Hierro como reyes los ha cegado, una vez más, tal como lo hicieron nuestros ancestros. Llevarían a mi gente a la perdición por un orgullo fugaz—.

Un mínimo indicio de una sonrisa fría surgió en la boca de Swain.

—Entonces, Alyssa Roshka Gloriana val-Lokan... ¿Cuál sería tu propuesta?—

El anciano Gobernador val-Lokan levantó la mirada con una expresión de indignación en su rostro cuando Alyssa abrió las puertas de su salón.

—¿Qué significa esto, niña?— gruñó, poniéndose de pie. —¿Regresas sin anunciarte? ¿Dónde está Oram?—

Dos guerreros de la Legión Trifariana, imponentes y siniestros en su armadura de hierro, caminaban detrás de ella empuñando sus alabardas.

A un lado de su padre se encontraba su hermano Herok, heredero de la Alcazaba Ahondada. Sus ojos estaban muy abiertos con una expresión temerosa.

—¡Guardias!—, gritó el gobernador. —¡Deténganlos!—

Sin embargo, su guardia personal no intervino. La reputación de la Legión era conocida en todo Valoran, incluso entre los que nunca habían peleado a su lado o contra ellos. Marchaban con la autoridad de la Mano de Noxus. Desafiarlos significaba desafiar a la Trifarix.

Alyssa había pensado mucho en las palabras que Darius había dicho, las palabras de las que su hermano se había burlado.

Bastarían dos miembros de la Legión Trifariana para entrar y apoderarse de tu preciosa Alcazaba Ahondada.

Se había demostrado que no había sido una fanfarronería.

—¿Qué es lo que has hecho?—, dijo su padre, hundiéndose en su asiento.

—Lo que era necesario—.

Alyssa extrajo un pergamino enrollado recién escrito y sellado con el emblema de Noxus, el emblema de la Trifarix, y lo colocó bruscamente sobre la mesa ante su padre, haciendo que se sobresaltara.

—Por órdenes del Gran General, lo relevo de su cargo—, dijo Alyssa. —A partir de ahora, yo gobernaré este lugar, por el bien del imperio—.

—¿Tú?—, se burló su padre. —¡Una mujer jamás ha gobernado la Alcazaba Ahondada!—

—Entonces tal vez sea hora de hacer un cambio. Es hora de que surja alguien que cuide del futuro de nuestra gente y que no esté obsesionado con los reyes y su gloria desvanecida del pasado—.

Alyssa asintió y los guardias de su padre dieron un paso hacia delante, sujetándolo.

—¡No puedes hacer esto!—, chilló. —¡Soy tu padre! ¡Soy tu señor!—

—No eres ningún señor—, dijo Alyssa. —Mucho menos el mío—.

Trivia[]

  • El Principio de de Fuerza sirven como el primer evento principal para reintroducir Noxus en el nuevo canon.

Referencias[]

  1. REDIRECCIÓN Plantilla:Listaref
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